El final del continente perdido
Sobre el final de la Atlántida se ha especulado mucho y se han adelantado numerosas teorías. Una de ellas propugna que desapareció como consecuencia del “deslizamiento de la corteza terrestreâ€, un fenómeno propuesto por el cartógrafo e historiador estadounidense Charles Hapgood capaz de provocar autíénticos cataclismos en nuestro planeta. Pero este fenómeno –hoy conocido como la deriva continental de las placas tectónicas– se produce muy lentamente, a una velocidad de desplazamiento de 16 km cada millón de años. Es decir, demasiado despacio para hacer desaparecer repentinamente una civilización como la de la Atlántida. Otra hipótesis es la del geólogo austriaco Otto H. Much, según el cual el 5 de junio del año 8496 a.C. una rara alineación entre la Tierra, la Luna y Venus atrajo un asteroide que chocó contra nuestro planeta y causó una explosión similar a la que provocarían 15 bombas atómicas. Una idea que no se aleja de la expresada en los mensajes de Menessea, según los cuales muchas de las islas que conformaban la Atlántida desaparecieron a causa de un gran maremoto provocado por “la caída de algunos meteoritosâ€. Las consecuencias, según Menessea, no se hicieron esperar: “No transcurrió mucho tiempo cuando la tierra, amenazada por tremendas nubes, fue víctima de un terrible diluvio, una lluvia infinita que cayó sobre toda la Atlántidaâ€.
El presunto maestro atlante explica tambiíén que por aquella íépoca el globo terrestre sufría “importantes mutaciones: había sacudidas, se estaban colocando los terrenos, los mares, las islas, los continentes. Los sismos estaban a la orden del díaâ€, algo en lo que coincide con Platón, quien tambiíén habla de “muchos y terribles cataclismosâ€. Fenómenos que podrían encontrar su explicación en la teoría la de la deriva de los continentes o de la tectónica de placas.
Menessea asegura que “había mares donde ahora hay tierra, y tierra en el gran ocíéano†y habla de una importante transformación del entorno en el que se encontraba la Atlántida. Dice que los continuos terremotos causaron los primeros derrumbamientos de las centrales helio-terapíéuticas y de las montañas sobre las que estaban edificadas, que “cayeron en los grandes lagos y ríosâ€. Esto -añade- determinó las primeras grandes migraciones de los atlantes: “Los más sensatos, y especialmente los habitantes de las islas circundantes, huyeron†llevándose a un
lugar seco la memoria de su tierra.
Hemos mencionado el dominio de la energía solar que supuestamente tenían los científicos atlantes. En este sentido, Menessea se refiere a sí mismo como
“aquel que tuvo el imperio de la luz más vasto del mundoâ€. Al parecer, en cada cima se levantaba una central helio-terapíéutica. Eran “enormes embudos que atravesaban los rayos solares y generaban calor†capaces de producir el gas helio suficiente para iluminar las casas y las calles. Pero –siempre según la versión del “maestroâ€â€“ los científicos atlantes querían más e, ignorando el riesgo de una catástrofe, siguieron construyendo más y más centrales. Según la transcripción de una sesión celebrada el 27 de enero de 1973, “la tierra de Atlántida desapareció completamente inmersa en el gran ocíéano†en solo tres meses. Aquí apreciamos una notable diferencia con el relato de Platón, según el cual la Atlántida se destruyó en un día y una noche.
Menessea explica que las violentas sacudidas telúricas sumadas a la explosión de las centrales helio-terapíéuticas, muy numerosas y construidas demasiado cerca unas de otras, provocaron un devastador efecto dominó. “Hubo desmesuradas píérdidas de terrenos que se precipitaron al fondo del marâ€, dice. En otro pasaje se refiere a la terrible suerte de los habitantes del lugar, un trágico acontecimiento que relaciona con las consecuencias de la bomba atómica: “Hubo personas que murieron por culpa del abuso de la energía y de los medios tecnológicos demasiado perfeccionados, igual que murieron en Hiroshima y Nagasakiâ€.