Francisco Pascual7 de diciembre de 2010.- El martes por la mañana M. y P., rumanos, de 11 y 12 años de edad, se introdujeron detrás de mí en el habitáculo que aloja el cajero automático de Caja Mediterráneo, en la calle del General Yagí¼e de Madrid. Pleno centro. Despuíés de llevarse varias veces la mano derecha a la boca con los dedos juntos ¬el inequívoco gesto de "tengo hambre"-, se me colaron por debajo de los sobacos, cogieron los 600 euros que salían por la ranura del aparato e intentaron alcanzar la puerta de nuevo.
No pudieron porque les sujetíé por el jersey con fuerza y porque un empleado de la CAM escuchó el jaleo y bloqueó la salida. Comprobíé, mediante un extracto, que había autorizado el reintegro de los 600 euros y pedí a las dos ardillas que me los devolviesen. Uno, el que tenía más cara de malo, me dio 50. "Sólo he cogido eso", me dijo. El empleado de la CAM me ofreció abrir el cajero para ver si había "chupado" el resto de dinero durante el forcejeo.
En ese momento llegaron dos policías locales, que cachearon a los muchachos de arriba a abajo. En diez minutos supimos que no había rastro del dinero ni en el cajero, ni en los chiquillos. "Mal asunto", musitó un policía, "tendrás que poner denuncia, igual se lo han dado a otro que se ha ido corriendo, es lo que suelen hacer", remató, mientras los trabajadores de la entidad asentían. "Bien, pero yo no he visto a más que estos dos y el dinero no se puede haber evaporado", repliquíé palideciendo.
Mientras me concentraba en mantener tensa la mandíbula, un ángel de la guarda encarnada en agente de Menores de la Comisaría de Tetuán entró por la puerta. Pegó dos palmadas y gritó: "con Berlusconi os voy a mandar, ya estáis sacando el dinero". Me preguntó si había visto a algún otro niño, le dije que no y se llevó a los dos policías locales para que vieran cómo les cacheaba. A los dos minutos salió con los 550 euros que faltaban en la mano. Según me contó (aviso a los futuros asaltados), se cosen un doble fondo en la bragueta del pantalón o en el dobladillo del bajo donde ocultan el botín. Cuatro cosas me sorprendieron:
1. El descaro sin límites de los renacuajos para lanzarse contra una persona, al menos, 25 kilos más pesada que ellos, y que podría haberles arreado una tunda.
2. La velocidad con la que fueron capaces de introducir el dinero en el escondrijo, sacar parte de íél para engañarme y, en un alarde de ratonerismo exquisito, introducirme uno de sus gorros para acusarme ante la policía de ser yo el ladrón.
3. El hecho de que durante más de una hora de incidente, ni siquiera parpadearan ante la presión de varios funcionarios uniformados.
4. La profesionalidad contundente de la agente de menores.
Otras dos me descorazonaron:
1. "Son menores de 14 años, no podemos hacer nada, los van a soltar enseguida", me dijo la funcionaria de policía.
2. "Si llegan esta noche a su casa sin nada, sus padres les canean", zanjó.
Me los he vuelto a encontrar. Aparentemente en buen estado.