PAblo Pardo
En los últimos tres años he escrito al menos en tres ocasiones que EEUU se prepara para reformar a fondo su sistema regulatorio del sector financiero. La primera vez fue con Bush. La segunda, con Obama. Ahora, a juzgar por lo anunciado el jueves por el presidente de EEUU, parece que esas reformas van en serio.
La cuestión es, ¿de verdad?
Una ojeada a las supuestamente terribles limitaciones a las actividades de los bancos, sin embargo, cuestiona esa tesis. Por tres razones:
1) La política. Obama no está actuando sobre el verdadero problema, que no es el tamaño de los bancos, sino el caos regulatorio de EEUU. Este país tiene una masa de agencias supervisoras que se superponen entre sí y que a menudo dejan huecos por los que las entidades financieras—y tambiíén las empresas—pueden colar prácticas cuestionables. Sin embargo, nadie en EEUU tiene lo que hay que tener para acabar con eso y crear una sola agencia reguladora al estilo británico (lo cual, en sí mismo, tampoco es ninguna garantía de solución, vista la hecatombe bancaria que ha sufrido ese país). La razón es simple: eso implicaría que una serie de comitíés del Congreso se quedarían sin controlar a ‘sus’ agencias, es decir, que perderían poder. Y nadie en la Casa Blanca tiene ganas de entrar en semejante batalla;
2) La filosófica. ¿Cuándo un banco es demasiado grande? ¿Cuándo tiene el 10% del total de los depósitos del país? Muy bien: aceptamos pulpo como animal de compañía. Pero, en ese caso, Lehman Brothers no era demasiado grande para dejarlo caer. Y, desde luego, tampoco la seguradora AIG. De hecho, los problemas generados por AIG vinieron de una pequeña área de negocio de la empresa, la llamada Unidad de Productos Financieros, con sede en Londres. No sólo eso: dos de los mayores bancos de EEUU y del mundo, JP Morgan Chase y Goldman Sachs, no han generado problemas sistíémicos en esta crisis.
La clave está en regular bien, no en imponer límites arbitrarios.
Y aquí se está hablando de límites arbitrarios. Según explica Jason Zweig en The Wall Street Journal, de los 7.500 bancos que había en EEUU en 1929, durante el ‘crash’, apenas el 3% tenían operaciones significativas en los mercados financieros. Es más, de los 2.000 bancos que cerraron durante la Gran Depresión, apenas el 7% operaba en mercados financieros. En otras palabras: separar las divisiones de banca comercial y de inversión no es garantía de un sistema más seguro.
No sólo eso: ¿quiíén ha creado estos grandes monstruos? En gran medida, las autoridades regulatorias. La compra de Bear Stearns por JP Morgan Chase fue orquestada por el Tesoro para evitar una hecatombe financiera hace menos de dos años. Bank of America fue obligado a tragarse el moribundo Merrill Lynch por la Fed. Ahora, Washington le está diciendo a los mismos bancos a los que antes obligó a hacerse gigantes que son demasiado grandes;
3) La práctica. Leo en Financial Times que el ‘proprietary trading’ que Obama quiere prohibir supone el 10% de los ingresos de Goldman Sachs, el 5% de los de Citigroup y prácticamente nada de los de Morgan Stanley. Zweig añade que en Bank of America la cifra es del 5% tambiíén. Finalmente, The New York Times explicaba el sábado que el Tesoro de EEUU va a dejar que algunos bancos—más concretamente, Goldman Sachs—puedan eludir las limitaciones que Obama quiere imponerles. ¿Cómo? Simplemente, volviendo a recuperar el estatus que tenían antes de la crisis.
En ese caso, sería una increíble ‘puerta giratoria’ regulatoria para Goldman, que en pleno colapso del mercado aceptó ser regulado como un banco comercial más y que ahora que las cosas van bien puede volver a ir ‘por libre’. Es una noticia que merece ser seguida con atención, porque la ‘Fed’, el Tesoro y la miríada de agencias regulatorias no dejarían a Goldman la ‘barra libre’ de que disfrutó antes del estallido de la crisis de las ‘subprime’, pero que, de llevarse a cabo, cuestionaría seriamente la voluntad reformadora de Obama.