Nouriel Roubini: "La reacción de Zapatero agravó la crisis"
La tentación de simplificar conceptos complejos en lindos acrónimos es, en ocasiones, demasiado incluso para las mentes más serias y, así, la etiqueta PIGS -puercos en inglíés- se ha adherido al grupo de países de la eurozona actualmente en dificultades por una grave crisis de deuda soberana.
Ha surgido un debate secundario e insustancial sobre si la 'I' se refiere a Irlanda o Italia, o si PIGS debería ser PIGGS o incluso PIGIS, un error ortográfico equivalente a cochinillos en inglíés. Todo muy entretenido y de gran ayuda para quienes escriben los titulares.
¿Especulación injusta o mala gestión?
Para los países en cuestión, sin embargo, no tiene ninguna gracia. Independientemente de que adoptemos la postura de que los actuales problemas de Grecia son el fruto de una especulación injusta o el resultado de la mala gestión autoinfligida en Atenas y Bruselas, el hecho es que la posibilidad de contagio en la zona euro debe tomarse muy en serio y España, entre los países agrupados actualmente dentro del despectivo acrónimo porcino del mundo anglófono, resulta crucial para detener el efecto dominó que podría provocar el impago o casi impago en otras partes.
Como he dicho en Davos hace poco, España podría suponer la mayor amenaza de todas para la eurozona, dada su combinación de desequilibrios estructurales y las repercusiones del estallido de la burbuja inmobiliaria. Si Grecia se hunde, sería una tragedia que haría tambalear a otros; pero si es España la que sucumbe, se llevará con ella el futuro de la unidad monetaria y díécadas de credibilidad política en Bruselas. A largo plazo, se podría obligar a un país a escindirse de la zona euro. Por todas esas razones, no sería exagerado decir que España, la cuarta economía de la Unión Europea, se ha convertido en el campo de batalla del futuro de Europa.
En las dos últimas semanas, mientras se ampliaba el rendimiento de los bonos griegos llevándose consigo la rentabilidad de otros países díébiles de la eurozona, el Gobierno socialista español se ha despertado de un ataque de sonambulismo.
La tardía reacción de Zapatero
La reacción inicial del presidente Josíé Luis Rodríguez Zapatero a la crisis económica internacional que comenzó en 2008, mediante un costoso programa de creación de empleo y un paquete de estímulo que no hizo más que intensificar los problemas fiscales españoles, habría sido apropiada en un país con unos fundamentos fiscales sólidos y una base industrial próspera y competitiva.
Desgraciadamente, cuando el despertador griego levantó a Zapatero, ya estaba al borde de un cementerio económico. El desempleo ronda casi el 20 por ciento, el doble de la media en la UE, y el díéficit presupuestario del total de las Administraciones Públicas alcanzó el 11 por ciento del PIB en 2009.
Más seriamente, el modelo económico español, que depende en gran medida de la construcción y unas costas bañadas por el sol y ocupadas por bloques de pisos de gran altura, se ha colapsado. Aunque España saliera de la recesión en el primer trimestre (sería el último gran país de la zona euro en hacerlo), el atracón inmobiliario persistirá.
Peor aún, los pronósticos de crecimiento (la verdadera solución a los problemas de España) parecen mucho más sombríos que los supuestos del Gobierno del 3 por ciento, y más aún entre 2011 y 2014. La inflexibilidad del mercado laboral ha dañado la competitividad española, creando una realidad a dos niveles. La seguridad laboral de los trabajadores con contratos indefinidos, protegidos por unos costes de despido muy elevados, contrasta claramente con las precarias circunstancias de los trabajadores temporales, sobre todo los jóvenes, que carecen de seguridad o ventajas laborales. Los últimos estudios indican que un alto porcentaje de trabajadores temporales reduce la productividad total de factores por sus efectos en el esfuerzo de los trabajadores, en ausencia de incentivos para invertir en formación.
Pero España posee una enorme ventaja sobre el resto de los PIIGS de la eurozona.
En el país, restaurar el crecimiento hasta el punto en que recorte un buen pedazo de la población desempleada requerirá la valentía política que los defensores de Madrid demostraron durante la Guerra Civil. Las reformas estructurales que incrementan la productividad de la mano de obra a la vez que mantienen controlado el aumento de los salarios públicos y privados tienen un sentido obvio, pero garantizan el malestar social; aunque la medicina necesaria la administre un Gobierno socialista.
Por muy doloroso que parezca, íése es, precisamente, el camino que tomó Alemania tras su auge y caída en la post-reunificación a principios de los 90. Se restauró la competitividad alemana, aunque sólo gradualmente, en el transcurso de una díécada. Y, durante esa díécada, los alemanes sufrieron un rendimiento inferior a la media.
España debe prepararse para tiempos difíciles. Es cierto que España no es Grecia, como tampoco lo es Irlanda, pero si una economía tan importante no logra detener su resbalón fiscal hacia los niveles de la deuda griega, las distinciones acabarán siendo meramente acadíémicas.