Francisco Pascual
Que España es un país de contrastes es una constante que se exacerba en el plano económico. Despuíés de una de las díécadas de mayor crecimiento económico del país (1996-2006), los mercados temen que la novena potencia del mundo no pueda hacer frente a los pagos de su deuda e incurra en una bancarrota.
Desde Bruselas se acusa además al Gobierno de haber derrochado el torrente de millones en ayudas de los fondos de cohesión en forjar un modelo ladrillero, inflacionario, insostenible y nada competitivo.
Nada nuevo. España declaró su primera bancarrota en 1557, cuando era la primera potencia mundial, y sólo 20 años despuíés de haber descubierto otra fuente de ingresos muy superior a los fondos europeos: Potosí. Carlos V inundó los mercados de plata y, lejos de modernizar su imperio, lo ancló en un modelo insostenible de lujo y despilfarro.
Como ha sucedido recientemente, el exceso de liquidez disparó la inflación, empobreció a la población y, cuando los inversores extranjeros decidieron no prestar más dinero a la Corona, provocó hasta nueve insolvencias más. ¿Cómo puede explicarse que los grandes banqueros europeos optaran por no prestar a la economía más rica del mundo? Sencillamente, porque perdieron la confianza en un monarca incapaz de acometer reformas.
Salvando las distancias, ¿cómo es posible que los inversores huyan en estampida de una de las diez primeras potencias económicas del mundo, cuyo principal banco acaba de ganar 9.000 millones de euros en el peor año de la crisis más cruda en un siglo? Porque no creen que el Gobierno vaya acometer las reformas que reconduzcan el modelo económico.
Y Josíé Luis Rodríguez Zapatero no para de darles la razón: primero anuncia una reforma de pensiones y, horas más tarde, la modifica. Así, ¿quiíén puede creerse que vaya a cumplir su promesa de ahorrar 50.000 millones para corregir el díéficit?
Alemania, primer pagano de fondos europeos, sabe que un país no se vuelve competitivo de un año para otro, y que España ha perdido su díécada para hacerlo. Tan sólo espera que no se hunda lo suficiente como para no pagar su deuda y llevarse el euro por delante.