Francisco Pascual
La semana pasada The Economist reunió en Atenas al primer ministro griego, Georgeos Papandreou, y al premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz para debatir sobre el riesgo de impago de la deuda helena. Papandreou, "un sociólogo al que no le gustan las cifras", adjetiva The Economist, no tardó en agitar la teoría de la conspiración contra el euro.
Según íésta, un entramado de tiburones financieros de diverso pelaje estaría ganando mucho dinero apostando contra la moneda europea y su depreciación frente al dólar. El procedimiento elegido sería desestabilizar las economías más díébiles de la UE, como la griega, la española o la portuguesa, para devaluar la moneda común.
El invento no es nuevo. Uno de los mayores gurús bursátiles, el húngaro George Soros, se hizo más multimillonario el 16 de septiembre de 1992 forzando la quiebra de la libra. Soros vendió 10.000 millones de libras de golpe y provocó tal cataclismo que el Banco de Inglaterra se vio obligado a devaluar la moneda. Obtuvo unos 1.000 millones de dólares limpios.
Según el Financial Times, en los días de mayor volatilidad bursátil europea, los pasados 2 y 3 de febrero, los 'hedge funds' apostaron 7.600 millones de dólares contra el euro. Y ganaron muchísimo dinero, porque durante esas 48 horas, la moneda única sufrió una fuerte depreciación.
¿Prueba esto que exista una conjura mundial de inversores que estíé desacreditando las finanzas de los países más díébiles de Europa para forzar la caída del euro? No, simplemente prueba que un grupo importante de especuladores cree que el euro va a perder valor y obtiene rentabilidad de ello.
Ganar dinero apostando a que pierda valor una moneda o un valor de bolsa es habitual, pero no es sencillo. Grosso modo consiste en detectar el título que va a bajar, pedir prestado un buen paquete de acciones a los inversores, venderlo para acelerar su caída y recomprar los títulos cuando están baratos. El bajista obtiene la diferencia entre el precio de la venta inicial (cara) y el de la compra posterior (barata). Todo un arte.
El compañero de fatigas de Papandreou, Joseph Stiglitz, se dedicó ante los 'supertacañones' del The Economist a arremeter contra "los fetichistas del díéficit". Es decir, aquíéllos que imponen la cuadratura de las cuentas públicas por encima de cualquier otro objetivo económico, ya que consideran que es la vía adecuada para la recuperación de la economía.
Lo de Stiglitz no sorprende: despuíés de unos años de conferencias onerosas por Europa, ha recibido el encargo de Nicolas Sarkozy de redefinir el PIB. El nuevo indicador valoraría más elementos sociales, como la felicidad de la población (¿cómo se medirá?), que los económicos. Una vez rendido a tan heterodoxo forma de entender el sistema, despotricar contra el equilibrio contable de los países es cosa de broma.
Lo curioso es lo de Papandreou, quien en un acto de oriental contrición fue a Davos hace dos semanas para proclamar que "la culpa de la situación económica la tienen sólo los griegos" y no los especuladores internacionales.
El Gobierno español ha mimetizado la estrategia griega. Por un lado, ha lanzado a su contumaz ministro Josíé Blanco a denunciar que las pirañas de los mercados financieros están zarandeando a España para desplomar la cotización del euro. Por otro, envía a la vicepresidenta económica, Elena Salgado, a pedir a esos mismos especuladores (más bien a sus representantes en la tierra o bancos de inversión) que confíen en España comprando deuda. Y luego piden que no se les compare