Apunten esta fecha: 24 de septiembre de 2010. Viernes. Ese día, el Consejo de Ministros debe aprobar el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado para 2011. Serán los síéptimos desde que Zapatero se instaló en La Moncloa. La cita no tendría nada de particular si no fuera porque se trata de anunciar los números más transcendentes desde 1977. Sólo comparables a los presentados en 1998, cuando España se jugaba formar parte del euro desde el minuto uno. Por decirlo con el tíérmino que más suena a griego, son los presupuestos del pánico. Pero en esta ocasión no es el dios Pan -como acredita su etimología- quien emite ruidos desde su cueva que producen escalofríos a los habitantes del lugar.
Lo que ruge ahora es algo más prosaico. Son los mercados financieros, capaces de colocar a España al borde del abismo. El diferencial con el bono alemán a 10 años se ha ido hasta los 118 puntos y los CDS, los seguros de críédito ante posibles fallidos, se han disparados hasta los 212 puntos básicos. Lo nunca visto en el segundo caso. Y desde luego el mayor diferencial desde que España abrazó el euro. Definitivamente, la dieta griega -aunque sea mediterránea- no funciona, aunque estíé avalada por la eurozona.
El 24 de septiembre Zapatero tiene la última oportunidad para seguir gobernando. Y ayer los mercados le dieron un aviso serio. Muy serio. Tan serio que no parece casualidad que las bolsas que más retrocedieron fueron las de Atenas y Madrid. Por encima del 5% en ambos casos, y con el sistema financiero en caída libre. Si el 24 de septiembre Zapatero no logra sacar adelante unos presupuestos creíbles, dejará el país al borde del abismo. Y a su partido en la oposición durante dos díécadas. Exactamente igual que les ha sucedido a los socialistas en Francia, Italia o Alemania, donde su incapacidad para entender el tiempo que vive Europa les ha llevado a la depresión más profunda desde 1945. O le llevará a la derecha en Grecia despuíés del colapso financiero.
Una cuestión de credibilidad
Pero el Gobierno no sólo se juega su credibilidad ante los mercados. Al fin y al cabo, eso es lo menos relevante. Es el Reino de España quien debe pasar el examen. De lo contrario, le espera al país una díécada píérdida con altísimos niveles de desempleo y un empobrecimiento general. A falta de devaluaciones, la única vía de ajuste es el empleo si no hay reformas estructurales.
Aunque España no es Grecia, lo que está claro es que la medicina del ajuste es la misma en ambos casos: menos gasto público, reducción de los salarios reales y recortes generalizados en la protección social. Y cuanto más tarde el enfermo en tragar la pócima, más contundente tendrá que ser el remedio.Y, por lo tanto, más dañino.
No se trata, por lo tanto, de pecata minuta, sino de una especie de purga de Benito que sólo puede evitarse si Zapatero convence a los mercados. Y no parece que el Gobierno vaya en la buena dirección. Al menos para quienes tienen que comprar deuda del Reino de España y para la inmensa mayoría de los institutos de coyuntura. Todo lo contrario. Zapatero insiste en hacer política como esos malabaristas de circo que se rodean de platillos chinos y se mueven de forma alocada para evitar que alguno caiga al suelo.
Zapatero y su lugarteniente Salgado, como sostiene un analista, han echado a rodar más platillos de los que son capaces de controlar, y eso explica el descríédito de España ante el mundo financiero. Lo que realmente se teme no es que quiebre España, algo que es simplemente imposible; sino que al final tenga que reestructurar su deuda, lo que incorporaría una quita del 20% ó el 30% que ningún inversor quiere asumir. Y por eso los mercados piden rentabilidades más altas, para cubrirse ante posibles "insolvencias controladas", como ayer sugirió el ministro alemán de Economía.
Rainer Brí¼derle, en declaraciones a Reuters habló sobre la necesidad de poner en marcha un proceso de insolvencia controlada para los países con un elevado díéficit público y que estaría pilotado por la Unión Europea y Alemania. Los rumores de mercado hicieron el resto.
En el caso español, la caída de la inversión extranjera directa -la que no tiene fines especulativos- no es más que una parte del problema, pero sintetiza bien la naturaleza de lo que está en juego. La credibilidad está en entredicho por cuestiones que para este Gobierno pueden resultar minucias, pero que son capitales para los agentes económicos privados, como son la incertidumbre regulatoria o la inseguridad jurídica. Y ahí está para demostrarlo el envenenado asunto de las renovables.
Pero no sólo eso, el problema es de tal envergadura que, como dice alguien que conoce al dedillo la Administración pública por dentro, ni siquiera eliminando el ejíército -8.817 millones de presupuesto inicial- las cuentas públicas se equilibrarían. Y es verdad. En el mejor de la casos (que se cumplan las previsiones de Salgado) este país se gastará este año 98.000 millones de euros más de lo que sea capaz de recaudar. Es decir, que aunque España se convierta en Suiza en tíérminos defensivos, el desequilibrio apenas se reduciría en un 10%. Ni siquiera cerrando la mitad de los ministerios, el sudoku, que diría Solbes, tendría solución.
Los mercados huelen sangre
Y esto es, simplemente, lo que pasa factura a España. Los mercados -con su componente especulativo- huelen sangre. Y hasta que no tengan certeza de que el Gobierno es capaz de sacar adelante sus tres grandes compromisos: reducción del díéficit público, reforma laboral y reestructuración del sistema financiero, no dejarán que escape la pieza. Pero no sólo eso. En contra de lo que parece creer el Gobierno, los operadores juegan con la ventaja que supone conocer que el Tesoro Público tendrá este año que refinanciar deuda por valor de más de 225.000 millones de euros. Una cantidad verdaderamente astronómica.
En tíérminos netos (descontando los vencimientos) la cantidad es muy inferior, pero igualmente significativa. Las necesidades nuevas de endeudamiento ascienden a 76.800 millones de euros para todo el ejercicio, pero resulta que hasta el pasado 31 de marzo el Tesoro sólo había emitido 11.600 millones. Apenas el 15% del total, cuando había transcurrido la cuarta parte del año.
Pero los mercados tambiíén saben que lo peor está por venir. Los inversores conocen que el perfil de vencimientos de la deuda pública tiene un calendario endiablado en los próximos cuatros años, como expuso el propio Josíé Manuel Campa en una transparencia presentada en Londres a los analistas internacionales. Por encima de 38.000 millones de euros anualmente hasta 2014 tan sólo en bonos y obligaciones. El calendario sería asumible si en paralelo se reduce el díéficit o el empleo se recupera. Pero ni una cosa ni otra.
Las estimaciones más recientes de Funcas sitúan el díéficit fiscal en el 10,8% este año y en el 8,5% para 2011, lo que hace prácticamente imposible llegar al 3% en 2013. No son mejores las noticias que llegan del empleo. Funcas trabaja con la hipótesis de que la tasa de paro se sitúe en el 19,4% este año (media anual) y en el 18,8% el próximo. Y sin empleo no hay recuperación de la actividad económica y del consumo, y de ahí las dudas de los mercados. En particular los bancos (las cajas se libran porque no cotizan en Bolsa), atrapados por gigantescas deudas de los agentes económicos privados.