Un estudio del departamento de energía de EE UU concluye que en 20 años podría ahorrarse 45.000 millones de euros
Dar a los consumidores el medio para controlar con precisión y ajustar su consumo de energía disminuye el recibo mensual y podría reducir significativamente la necesidad de construir nuevas centrales elíéctricas, según un estudio llevado a cabo por el Gobierno.
Los resultados del proyecto de investigación realizado por el Pacific Northwest National Laboratory, del Departamento de Energía estadounidense, publicados en enero, dan a entender que si las familias disponen de herramientas digitales para establecer preferencias de temperaturas y de precio, las cargas máximas sobre las redes elíéctricas podrían disminuirse hasta un 15% anual.
En un periodo de 20 años, esto podría ahorrar 45.000 millones de euros de gasto a las centrales y a las infraestructuras elíéctricas, y evitar la necesidad de construir el equivalente a 30 grandes centrales tíérmicas, según afirman los científicos del laboratorio federal.
El proyecto de demostración ha puesto a prueba tanto el comportamiento de los consumidores como el de la nueva tecnología. Los investigadores querían descubrir si la capacidad de vigilar el consumo de manera constante haría que los consumidores ahorrasen energía, del mismo modo que algunos estudios han demostrado que caminamos más con un podómetro que nos cuente los pasos.
En la península Olympic, al oeste de Seattle, se equiparon 112 viviendas con termostatos digitales y controladores informáticos en los calentadores de agua y en las secadoras de ropa. Estos controles se conectaron a Internet.
Las familias podían visitar un portal de Internet para comprobar la temperatura de su vivienda y cuántos grados deseaban subir o bajar dicha temperatura. Tambiíén indicaban su nivel de tolerancia a la fluctuación del precio de la electricidad. En efecto, a las familias se les pedía que decidiesen en quíé medida estaban dispuestos a cambiar ahorro por comodidad.
Resultó que las familias pronto se convertían en participantes activos en la gestión de la carga sobre la red elíéctrica y sus propios recibos. "En algunos momentos me sorprendió la respuesta de los clientes", dice Robert Pratt, científico titular del Pacific Northwest National Laboratory y director de programa para el proyecto. "Demuestra que si a los clientes se les dan herramientas sencillas y un incentivo, hacen esto".
"Y cada familia" añade Pratt, "no tiene que hacer mucho, pero si algo así se puede sumar a gran escala, los ahorros en inversiones que no tendremos que hacer serán enormes".
Tras realizar algunas pruebas con las familias, los científicos decidieron no mostrar a los consumidores demasiadas cifras y tampoco una información constante sobre precios. En el portal de Internet, a los clientes se les presentaban iconos gráficos para fijar y ajustar.
Tras los ajustes más bien sencillos de los consumidores se ocultaba un mercado vivo y muy complejo.
Cada cinco minutos, las familias y las empresas de servicios locales compraban y vendían electricidad, y los precios fluctuaban constantemente en cantidades diminutas a medida que cambiaba la oferta y la demanda en la red.
Las familias participantes en el proyecto de demostración ahorraban de media un 10% en su recibo mensual.
Los programas de ahorro prometen reducir la factura de combustibles y el daño al medio ambiente en Estados Unidos, si se puede convencer a los consumidores de que usen la energía de manera más inteligente. Aun así, la gran cuestión entre los economistas y los expertos en energía es cómo adaptar los incentivos para fomentar cambios en el consumo energíético.
Algunos expertos afirman que el único modo de avanzar de verdad a la hora de ahorrar energía en los hogares es con subvenciones perceptibles y con criterios de calidad de producto obligatorios.