Por... Nouriel Roubini
NUEVA YORK – En el filme Wall Street de 1987, el personaje Gordon Gekko estupendamente declaraba “La codicia es buenaâ€. Su credo se convirtió en el rasgo distintivo de una díécada de excesos corporativos y del sector financiero que terminó en el colapso a fines de los años 1980 del mercado de bonos basura y la crisis de las sociedades de ahorro y príéstamo. El propio Gekko fue enviado a prisión.
Una generación más tarde, la secuela de Wall Street –que se va a estrenar el mes que viene- lo encuentra a Gekko fuera de prisión y nuevamente inmerso en el mundo financiero. Su reaparición se produce justo cuando está por estallar la burbuja crediticia alimentada por el auge de las hipotecas de alto riesgo, lo que desató la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión.
La mentalidad de “la codicia es buena†es una característica regular de las crisis financieras. ¿Pero acaso los operadores y banqueros de la saga de las hipotecas de alto riesgo eran más codiciosos, arrogantes e inmorales que los Gekko de los años 1980? A decir verdad, no, porque la codicia y la amoralidad en los mercados financieros ha sido moneda corriente a lo largo de los siglos.
Enseñar moralidad y valores en las escuelas de negocios no va a controlar este tipo de comportamiento, pero cambiar los incentivos que recompensan las ganancias a corto plazo y llevan a los banqueros y a los operadores a tomar riesgos excesivos si lo hará. Los banqueros y los operadores de la última crisis respondieron de manera racional a los esquemas de compensaciones y sobresueldos que les permitían asumir una gran cuota de apalancamiento y aseguraban grandes sobresueldos, pero que al final, casi con certeza, iban a hacer quebrar a una gran cantidad de instituciones financieras.
Para evitar estos excesos, no basta con confiar en una mejor regulación y supervisión, por tres razones:
Los banqueros y operadores inteligentes y codiciosos siempre encontrarán la manera de sortear las nuevas reglas;
Los CEOs y las juntas de directores de cualquier compañía financiera –y mucho menos los reguladores y supervisores- no pueden monitorear de manera efectiva los riesgos y comportamientos de miles de centros separados de ganancias y píérdidas en una empresa, ya que cada operador y banquero es una unidad de ganancias y píérdidas individual con su propio capital en riesgo;
Los CEOs y las juntas son, en sí mismos, objeto de importantes conflictos de intereses, porque no representan el verdadero interíés de los principales accionistas de sus compañías.
En consecuencia, toda reforma de la regulación y la supervisión no podrá controlar las burbujas y los excesos a menos que se cambien otros aspectos fundamentales del sistema financiero.
En primer lugar, los esquemas de compensación deben modificarse radicalmente mediante regulación, ya que los bancos no lo harán por sí solos por miedo a perder gente talentosa a manos de la competencia. En particular, los sobresueldos basados en resultados a mediano plazo de operaciones e inversiones riesgosas deben suplantar a los sobresueldos basados en resultados a corto plazo.
En segundo lugar, rechazar la Ley Glass-Steagall, que separaba la banca comercial de la banca de inversión, fue un error. El antiguo modelo de sociedades privadas –en el que los socios tenían un incentivo para monitorearse mutuamente a fin de evitar inversiones imprudentes- dio lugar a un modelo de compañías públicas que compiten agresivamente entre sí y con los bancos comerciales para obtener una rentabilidad cada vez mayor, que sólo se alcanzaba con niveles imprudentes de apalancamiento.
De la misma manera, el paso de un modelo de príéstamo de “originar y retener†a uno de “originar y distribuir†basado en la securitización condujo a una transferencia masiva del riesgo. Ningún participante salvo el último en la cadena de securitización estaba expuesto al riesgo crediticio final; el resto simplemente cobraba honorarios y comisiones elevados.
En tercer lugar, los mercados financieros y las empresas financieras se han convertido en un nudo de conflictos de intereses que se debe desenmarañar. Esos conflictos son propios del sistema, porque las empresas que se involucran en banca comercial, banca de inversión, operaciones de negociación, generación de mercado, seguros, gestión de activos, fondos que invierten en compañías privadas, actividades de fondos de cobertura y otros servicios están en cada lado de cada acuerdo (el caso reciente de Goldman Sachs fue sólo la punta del iceberg).
Tambiíén existen enormes problemas de representación en el sistema financiero, porque los actores principales (como es el caso de los accionistas) no pueden controlar de manera apropiada el accionar de los agentes (máximos responsables ejecutivos, gerentes, operadores, banqueros) que persiguen sus propios intereses. Es más, el problema no es sólo que los accionistas de largo plazo son estafados por agentes de corto plazo codiciosos; hasta los accionistas tienen problemas de representación. Si las instituciones financieras no tienen suficiente capital, y los accionistas no tienen gran parte de su pellejo en juego, llevarán a los CEOs y a los banqueros a asumir un apalancamiento y riesgos excesivos, porque su propio capital contable no está en juego.
Al mismo tiempo, existe un doble problema de representación, ya que los principales accionistas –los accionistas individuales- no controlan de manera directa a las juntas y a los CEOs. Estos accionistas están representados por inversores institucionales (fondos de pensión, etc.) cuyos intereses, agendas y relaciones amistosas muchas veces los alinean más estrechamente con los CEOs y gerentes de las firmas. En consecuencia, las repetidas crisis financieras tambiíén son el resultado de un sistema fallido de gobernancia corporativa.
En cuarto lugar, no hay manera de controlar la codicia mediante alguna apelación a la moralidad y a los valores. La codicia tiene que ser controlada por el miedo a perder, que deriva de saber que las instituciones y los agentes imprudentes no serán rescatados. Los rescates sistíémicos de la crisis más reciente –por más que fueran necesarios para evitar un derrumbe global- agravaron este problema de riesgo moral. No sólo se rescató a las instituciones financieras “demasiado grandes para quebrarâ€, sino que la distorsión se agravó, ya que estas instituciones se han vuelto incluso más grandes –a travíés de la consolidación del sector financiero-. Si una institución es demasiado grande para quebrar, es demasiado grande y hay que dividirla.
A menos que llevemos a cabo estas reformas radicales, aparecerán nuevos Gordon Gekko –y Charles Ponzi-. Por cada Gekko castigado y vuelto a nacer –como el Gekko de la nueva Wall Street-, cientos de Gekkos más mezquinos y codiciosos nacerán.
Nouriel Roubini es profesor de Economía en la Stern School of Business, NYU, president de Roubini Global Economics (
www.roubini.com) y co-autor del libro Crisis Economics. Tiene una participación en el nuevo filme de Oliver Stone Wall Street: Money Never Sleeps.