Al menos, los inversores de los bancos ya saben quíé es lo peor que pueden esperar de la reforma de la legislación del sistema financiero.
Es posible que no parezca un motivo de peso para comprar, pero ofrece cierto consuelo, especialmente si se tiene en cuenta que los grandes bancos operan con frecuencia al mismo nivel, o por debajo, de su valor en libros.
Durante los tiras y aflojas en el debate del proyecto de ley en el Congreso, siempre existió la posibilidad de que surgiera algo inesperado que trastocase los modelos de negocio de los bancos o sus lucrativas actividades. Ese riesgo prácticamente ha desaparecido.
Además, la versión definitiva del proyecto de ley, acordada el viernes, coincidía en gran medida con lo que esperaban los inversores: tal y como se había anticipado, las medidas para poner freno al comercio con capital propio de los bancos fueron severas; pero el temido requisito de que los bancos pongan fin a las lucrativas actividades de derivados quedó en nada.
La nueva certeza sobre la legislación debería allanar el terreno para que las acciones bancarias recuperen parte de sus recientes píérdidas.
Sin embargo, su recuperación tendrá que hacer frente a algunos retos. Primero, todavía hay que ver el impacto que el proyecto de reforma financiera tendrá sobre los beneficios de los bancos. Antes de conocerse la versión final el viernes, Keith Horowitz, analista de Citigroup, calculó que la ley podría reducir los beneficios normalizados de Goldman Sachs Group un 23%, y un 18% en el caso de JP Morgan Chase.
La magnitud definitiva del impacto dependerá de la segunda fase de la reforma, momento en el que los reguladores bancarios apliquen la legislación aprobada por el Congreso. Esto podría llevar dos años.
Entre otras cosas, los reguladores tienen que definir lo que se entiende por comercio con capital propio, que por lo general estará prohibido, y cómo afectará a las actividades de creación de mercado de las firmas. Tambiíén hace falta una mayor claridad sobre la modificación de la regla Volcker, que permite a los bancos invertir en capital riesgo y hedge fund el equivalente a sólo el 3% del capital Tier 1. Esto podría tener importantes repercusiones: a finales del primer trimestre, Goldman Sachs tenía 15.500 millones de dólares (12.525 millones de euros) invertidos en fondos, mientras que el 3% de su capital Tier 1 era de 2.050 millones de dólares; Morgan Stanley invertía 4.600 millones de dólares frente a los 1.500 millones de dólares a los que equivalía el 3% de su nivel de Tier 1.
Las nuevas normas sobre derivados tambiíén necesitan una mayor definición. Y aún más importante es el capital bancario. La nueva legislación dejaba claro que los bancos deberían reservar una mayor cantidad de fondos, pero que serían los reguladores los encargados de determinar cuánto y bajo quíé forma.
Los reguladores tendrán que tomar la decisión mientras el Comitíé de Basilea trabaja en el establecimiento de nuevas normas internacionales sobre el capital. Esto complicará un proceso ya de por sí políémico, porque el aumento del capital podría obligar a algunos bancos a obtener más fondos, lo que diluirá los rendimientos.
Hasta que no haya una mayor claridad sobre el capital, es poco probable que los bancos paguen dividendos a los accionistas, y podrían seguir limitando las concesiones de críéditos.
Sin embargo, la mayor amenaza para los bancos sigue estando fuera de las esferas política y reguladora: es la posibilidad de que la recuperación económica flaquee o de que el sector inmobiliario estadounidense entre en una recesión en forma de W.
Mientras la recuperación no de más muestras de fortaleza, la tranquilidad por la aprobación de la reforma reguladora no bastará para traducirse en una importante subida las acciones bancarias.
Artículo original publicado en The Wall Street Journal Europe Don't Bank on Lenders Just Yet