Como a los ingleses, a los franceses no les gusta hablar de dinero, pero tienen una aterradora fascinación por la moneda. Ahora que la austeridad presupuestal está en el ambiente y la frase “nuevos impuestosâ€, prohibida, el presidente Nicolás Sarkozy envía mensajes simbólicos —cancela fiestas por el Día de la Bastilla, pone fin a las batidas de caza presidenciales en Chateau de Chambord— y empuja a sus ministros a reducir gastos suntuosos e hinchadas nóminas.
Este cambio de actitud —o estrategia, como lo denominan aquí los más cínicos— sigue a una serie de vergonzosas revelaciones sobre desvíos de conducto ministeriales.
A principios de año, el ministro de Cooperación y Francofonía, Alain Joyandet, gastó 142,000 dólares en fletar un jet privado para asistir a una conferencia en Martinica sobre la reconstrucción de Haití. Se excusó en su “apretada†agenda.
Christian Blanc, ministro para el Desarrollo de la región de París, pasó al Estado una cuenta de 15,000 dólares en puros cubanos, cantidad que se le ordenó devolver al Estado.
La ex ministra de vivienda Christine Boutin tuvo que renunciar a un cheque mensual de 11,500 dólares que recibía por un estudio sobre globalización comisionado por Sarkozy.
Durante la Copa Mundial de Fútbol que se celebra en estos días Sudáfrica, la ministra de Deporte, Rama Yade, criticó a la selección francesa (ya fue eliminada) por alojarse en un costoso hotel, pero cuando se supo que ella se alojaba en una suite que costaba 800 dólares la noche, tuvo que trasladarse al consulado francíés y, finalmente, a una casa de huíéspedes.