Por... Beatriz De Majo C.
Las industrias básicas venezolanas fueron las primeras sacrificadas cuando el país tuvo que hacerle frente a la más grave crisis energíética de su historia el último año. Los embalses que generan 70% de la electricidad del país vieron sus niveles descender críticamente por la falta de lluvias en todo el territorio, pero a esta coyuntura venía a sumarse al dramático estado de las instalaciones generadoras por falta de mantenimiento e inversión. La nación entera comenzó a sufrir los embates de recortes continuos de electricidad y el malestar nacional se exponenció hasta que el gobierno encontró una salida parcial al abastecimiento elíéctrico deteniendo las plantas de acero, aluminio y hierro, todas ubicadas en la región de Guayana al sur del país. Así se generaba un importante ahorro que sería desviado a otras partes de la geografía para disminuir los recortes energíéticos.
Fue allí donde el príéstamo chino otorgado al gobierno venezolano vino en salvamento de la revolución bolivariana facilitando los recursos necesarios para, no solo rescatar a la maltrecha industria hidroelíéctrica del país, sino para además inyectarles recursos a los sectores de acero, aluminio y hierro para recuperarlos, e incluso hacer nuevas inversiones en esos campos para proveer de insumos a las industrias chinas productoras de bienes para la exportación.
Una suerte de segunda etapa colonial se está fraguando en Venezuela, un país que no pierde ocasión de criticar ácidamente la ocupación española, etapa en la que, según el gobierno revolucionario, la Madre Patria saqueaba los recursos de la Capitanía General de Venezuela para su propio y único beneficio.
Es que lo que está ocurriendo entre China y Venezuela, auspiciado por su propio gobierno de corte izquierdista, es cualitativa y cuantitativamente peor que el peor de los escenarios coloniales españoles. Asciende a 12.000 millones de dólares el endeudamiento contratado por el Gobierno de Hugo Chávez con la China de Hu Jintao, del cual se está ejecutando ya una primera etapa de 4.000 millones para atender precisamente proyectos elíéctricos, agrícolas y manufactureros. No hay secreto mejor guardado en Venezuela que la letra de este convenio chino-venezolano cuya colosal magnitud engruesa considerablemente los pasivos de un país mono-productor que, a ojos vistas, viene perdiendo su capacidad de pago por el debilitamiento de su propia industria petrolera y por la muerte temprana de sus industrias básicas. Lo que sí se sabe es que el medio de pago de este endeudamiento es una hipoteca sobre el futuro de los venezolanos. El empríéstito será cancelado con la producción futura de crudo bajo una fórmula de precios guardada bajo llave pero que, sin duda, impactará gravemente las finanzas nacionales y convertirá en una cuesta empinada la capacidad del país de sostenerse a sí mismo, una vez que la extracción del único producto que alimenta las arcas nacionales se vuelva más exigua.
El apetito chino de hacerse de áreas de influencia en nuestro continente solo es igual a su avidez por conseguir en los mercados externos las materias primas básicas e insumos para sus industrias. Cuando en un mismo territorio se consiguen ambas cosas, y en cantidades superlativas, la dicha de los asiáticos no puede ser mayor.