Por... Juan Josíé Hoyos
Fue un cumpleaños perfecto. Sus padres alquilaron un salón para que la niña invitara a todos sus amigos. La tarjeta decía: "Elegante sport y celulares negros". A medida que iban llegando, ellos se sentaban en la mesa asignada y encendían sus telíéfonos para ponerse a conversar. Lo hacían sin hablar, escribiendo mensajes de texto, para poder jugar entre mensaje y mensaje. Los padres de la muchacha los miraban, desconcertados. Los conocían desde que eran pequeños, cuando jugaban juntos, y hablaban y se miraban a los ojos.
Apenas llegó la hora del baile, todos conectaron los auriculares a sus telíéfonos, seleccionaron la carpeta con la música que más les gustaba y se agolparon en la pista. La entrada de la muchacha fue una apoteosis: los amigos la inundaron con mensajes de texto felicitándola por sus quince años. Sus dedos pulgares se movían sobre los teclados a una velocidad de víértigo. El celular de la muchacha no paraba de sonar y como le fue imposible leer todos los mensajes, guardó algunos para revisarlos más tarde.
El padre se acercó a ella y le dijo: "Feliz cumpleaños, hijita". Ella lo miró, horrorizada, y se apartó de íél. í‰l la siguió para preguntarle si había hecho algo que la incomodara. La muchacha encendió su celular y le mandó un mensaje de texto que decía: "¿M kres avrgnzar frnte a ms amgs? Hcme fvor, ¿pra q stn ls tlfnos?" í‰l lo leyó, acongojado, y enseguida tecleó la respuesta que consideró más apropiada, dada la situación: "Prdon, ¡fliz cmplños, hjta! T am. Papa". Despuíés, su mente se llenó de pensamientos sombríos: ¡Quíé viejo estoy! ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Pensar que casi le doy un beso!
Punto aparte. Me reí con tristeza. El relato estaba firmado por un amigo a quien no veía hacía muchos años. Me llegó en un correo electrónico que luego borríé sin darme cuenta. Me demoríé varios días tratando de recuperarlo. No recuerdo cómo averigí¼íé su dirección. Quería hablarle de esa pequeña joya que íél había escrito sobre la soledad en nuestros tiempos. Al final, le pedía que me regalara una copia. Su respuesta no tardó en llegar por el correo electrónico: "Te cuento que tratíé de encontrar algo de mis comunicaciones con Andrea, que pueda ser de utilidad para ti, pero no encuentro nada. Como te decía, hablamos por Skype o correo electrónico y pare de contar". No recordaba nada de la fiesta de cumpleaños y me contaba que su hijo vivía en Australia y tambiíén se comunicaba con íél por Skype . "A travíés de este medio hemos visto crecer a los dos nietos (mellizos) que cumplen 4 meses el 12 de agosto. Los hemos visto sonreír, llorar, mamar e ir al inodoro vía Skpye . Los mellizos ya miran a la cámara como buscando las voces de sus abuelos tercermundistas".
A la semana siguiente me envió otro mensaje: "Ya creo que tengo ubicado el archivo que te interesa. Se lo estoy pidiendo a algunos amigos que lo pueden tener. Saludos". Yo le contestíé: "Muchas gracias por tus mensajes. Creo que ya voy comprendiendo el asunto. Espero que no hayan usado tu nombre para firmar esa crónica. Te recomiendo un artículo excelente sobre el tema: los rumores, las suplantaciones, las páginas falsas en internet. Está en un blog de David Cuen, un periodista de la BBC especializado en informática". El blog decía que fabricar noticias falsas en internet y difundirlas es una labor sencilla. Incluso BBC Mundo desarrolló un juego interactivo para que los lectores en línea puedan experimentar escribiendo información engañosa y reflexionar sobre el valor de las fuentes de noticias confiables. El juego se llama "¿En quiíén confiar?".
A pesar de todo, seguí buscando la historia del cumpleaños. Unos días más tarde, una amiga desocupada que pasa más de la mitad de sus días frente a su computador la halló en su disco duro. La fuente verdadera era una revista electrónica argentina. No tenía firma. ¡Otra cadena de oración! pensíé. Y estaba en lo cierto. Me lo corroboró el último mensaje de mi amigo: "JJ, encontríé esto de Umberto Eco sobre nuestra dulce enemiga, la internet": "Con internet no sabemos quiíén habla. Las palabras del escritor italiano Umberto Eco, investido ayer doctor honoris causa por la Universidad de Sevilla, tenían un cierto fatalismo. "Internet parece, en cierto sentido, la enciclopedia que reúne todo el saber del mundo; pero es tambiíén una especie de parodia. Las posibilidades infinitas de la nueva tecnología ocultan monstruos".