Sabio no es el que tiene muchos conocimientos, no nos equivoquemos, sabio es el que tiene mucha comprensión, el que comprende. Saber es ser capaz de entender el significado, lo profundo, no la forma ni la estructura. Cada vez se tiende más a valorar la estructura y a ignorar por completo el significado. De hecho los significados nos asustan, nos molestan, nos burlamos de la gente que propone significados. Lo único que nos va a llevar a algún tipo de crecimiento interior y a algún tipo de mejora es el significado, es el fondo, lo interno, no la forma. Sabio es aquel que conecta con el significado de las cosas.
Se es sabio un poco a travíés de la experiencia, y muy a menudo se tiene experiencia no porque la busquemos, sino porque nuestro maestro interno se encarga de ello.
En este sentido el universo nos da regalos y trampas, pero no hay que perder de vista que toda trampa es un regalo y todo regalo es una trampa. Cada vez que el universo nos juega una mala pasada ciertamente duele, pero en el dolor y en el aprendizaje que obtenemos de ese dolor obtenemos un crecimiento enorme y por tanto es un regalo; si lo sabemos superar es un regalo. Te enseña a desapegarte, a quitarle importancia a ciertas cosas que no la tienen, a no depender de las relaciones; te enseña a ser libre, a estar abierto, a comprender cosas.
Sin embargo todo regalo es una trampa, por ejemplo una persona a la que amar, y que no obstante trae implícito un elemento probatorio tremendo. Cuando nos encontramos con alguien a quien amar y nos enamoramos, entonces viene la prueba, tenemos que demostrar que estamos al nivel de ese amor, tenemos que dar la talla, tenemos que mantener una actividad constante para alimentar y trabajar. Tenemos que pulirnos el ego, tenemos que enfrentar muchas contradicciones y muchas negaciones que esa persona nos presenta. La persona que entra en nuestra vida por la puerta grande es la persona que más patadas nos va a dar. Eso nos amarga, nos entristece, nos deprime, nos hace perder el tiempo miserablemente. A veces se pasan años llorando una píérdida amorosa.
En vez de eso tenemos que comprender cuánto de bueno nos ha aportado esa persona, comprender que su aporte se limitaba a eso. No nos odiemos, no nos machaquemos, aceptemos que todo tiene un principio y un final. No por odio, no por rencor, sino porque ya está, porque no hay nada más útil en esa relación.
De alguna manera el maestro interno es el que nos da las orientaciones, las pistas para saltar los abismos, pero tambiíén es el que nos pone los abismos en el camino y eso quiere decir que no está trabajando para que estemos cómodos, sino que está trabajando para que aprendamos y comprendamos. Pero en ninguna parte del manual de la iniciación -si esto existiera- está escrito que para crecer hay que sufrir, al menos no en el sentido típico y tópico. Es falso que para crecer haya que sufrir; sin embargo es cierto que para crecer hay que sufrir. El secreto de estas dos frases aparentemente idíénticas se centra en la palabra "sufrir". Se entiende, interpreta y tenemos como mensaje que para aprender hay que padecer, es decir pasarlo mal, tener tristezas, pasar penas, estar jodido. Sin embargo en el diccionario la palabra sufrir tiene sinónimos distintos de padecer, sinónimos que tienen otro significado completamente distinto, como experimentar. Sufrir una transformación, por ejemplo química, significa transmutar, existencializar, realizar una transformación (cloro+sodio=sal).