Por... James A. Dorn
El intento de la Reserva Federal de estimular la economía creando otros $600.000 millones de dinero fiduciario es un acto de orgullo desmedido. Presume que unas cuantas personas sentadas alrededor de una mesa en Washington pueden determinar la cantidad óptima de dinero manipulando las tasas de interíés y asignando el críédito.
El intento de reducir el desempleo rebajando artificialmente las tasas de interíés sobre la deuda pública a plazos más largos, aumentando el apetito por el riesgo y empujando las expectativas de inflación hacia el objetivo de la Fed del 2%, está siendo liderado por “el mandato dual†de la Fed.
En virtud de la Ley Humphrey-Hawkins de 1978, la Reserva Federal está obligada a adoptar políticas consistentes con el empleo pleno y la estabilidad de precios. Con la inflación baja pero el desempleo alto, la Fed espera que el estímulo monetario aumente el crecimiento económico y reduzca el desempleo.
El problema es que la política monetaria solo puede afectar permanentemente a las variables nominales.
En una reunión reciente en la Isla Jekyll (Georgia) para conmemorar el centenario del diseño en 1910 de la Reserva Federal, Ben Bernanke sonaba como Milton Friedman y dijo que el Premio Nobel de Economía respaldaría la segunda ronda de relajamiento cuantitativo conocida como QE2.
Al hacerlo, el gobernador de la Fed coincidió con la conclusión del columnista del Wall Street Journal, David Wessel: “la lógica de Friedman…es el argumento a favor de QE2â€. Nada podría estar más lejos de la verdad.
En un libro que yo editíé con Anna J. Schwartz, The Search for Stable Money (La búsqueda de dinero estable, Chicago, 1987), Friedman argumentaba a favor de abolir la Fed como la conocemos hoy en día, congelar la base monetaria y permitir que las monedas privadas compitan junto con las escasas notas de la Reserva Federal.
Su antigua defensa de la libertad individual lo llevó a argumentar que “el poder de determinar la cantidad de dinero…es demasiado importante, demasiado penetrante, como para ser ejercido por unas cuantas personas, no importa quíé tan cívicas sean, si es que hay cualquier alternativa posibleâ€.
Friedman miró más allá de las tácticas de la política monetaria, se concentró en la cuestión de la estrategia y concluyó: “Hasta que el marco monetario adecuado sea adoptado…no deberíamos esperar que las buenas intenciones de los funcionarios de la Fed aseguren una moneda segura y sólidaâ€.
Utilizar QE2 para monetizar la deuda pública —y de esa manera remover cualquier limitación al tamaño y crecimiento del Estado— no sería algo que Friedman respaldaría. í‰l entendía que el estímulo monetario no crea trabajos ni crecimiento económico, pero si aumenta el poder del Estado y reduce la libertad individual.
Utilizar la política monetaria para aumentar la inflación tambiíén es algo a lo que íél se opondría marcadamente. El miedo de la Fed de una deflación no viene al caso; no estamos en la díécada de 1930 cuando la oferta de dinero se contrajo en un tercio entre 1929 y 1933. La hoja de balance de la Fed se ha expandido rápidamente de $800.000 millones en febrero de 2006 a $2,2 billones hoy. El nivel de precios está subiendo, no cayendo.
Planificar una inflación de 2% significa que el nivel promedio de los precios de las monedas aumentaría en 22% en 10 años y en 49% en 20 años —restándole valor al dólar. Eso no es una moneda sólida.
Friedman quería un marco monetario que resguardara el valor del dinero. No se oponía a una pequeña deflación que aumentase el poder de compra de la moneda como resultado de un crecimiento económico real y dinámico.
La estanflación de la díécada de 1970 debería habernos enseñado que más inflación no significa menos desempleo. El gobernador de la Fed, Kevin Warsh, reconoce lo absurdo de depender de más estímulos monetarios para fomentar el crecimiento: “Dado lo que nos aqueja, medidas adicionales de política monetaria son malos sustitutos para políticas pro-crecimiento más poderosasâ€.
La política monetaria estadounidense se ha convertido en una herramienta de la política fiscal y la incertidumbre caracteriza a ambas. Friedman prefería las reglas antes que la discreción en la conducta de la política monetaria y fiscal. Seguramente, íél estaría de acuerdo con Charles Plosser, presidente del Banco de la Reserva Federal de Philadelphia, quien recientemente dijo en la Conferencia Monetaria Anual de Cato: “Diseñar políticas públicas sólidas requiere que nosotros comprendamos los límites de lo que conocemosâ€.
Reconocer los límites de nuestra habilidad de planificar y preveer el complejo sistema de mercado es un argumento a favor de las reglas y en contra de la discreción. La función del gobierno debería ser la de proteger a las personas y a la propiedad —no la de fijar las tasas de interíés y asignar el críédito— de manera que un orden espontáneo de mercado pueda surgir y le permita a los individuos la máxima libertad para elegir. La libertad monetaria debería ser parte de esa “constitución de libertadâ€, como F.A. Hayek la llamó.
El nuevo Congreso se enfrentará a grandes retos en cuanto a reducir el tamaño y la envergadura del Estado. El mandato dual de la Fed debería ser reconsiderado, tal como lo propusieron el representante del Partido Republicano Paul Ryan (Wisconsin) y otros; y el marco monetario en general debería ser discutido.
El consejero del banco central de China, Xia Bin, correctamente advierte que “mientras el mundo no ejerza control sobre la emisión de monedas globales tales como el dólar, entonces la aparición de otra crisis es inevitableâ€.
A diferencia del clásico estándar de oro, no hay un mecanismo de retroalimentación de mercado para alinear la oferta de dinero puramente fiduciario con la demanda y, a la vez, mantener la estabilidad de precios a largo plazo.
Reconocer los límites de la política monetaria y realizar audiencias acerca de un nuevo marco monetario serían pasos en la dirección correcta.