Tenemos el doble, debemos el triple
Fuente: Cinco Días
España ha tocado el cielo y el infierno en primera díécada del siglo XXI en tíérminos económicos. Arrancó con la plena integración en Europa, como nunca la había tenido hasta entonces, y termina con la mayor crisis económica que se recuerda, con crecimiento languideciente y con revisión de los fundamentos que nos metieron en el euro. El salto cuantitativo de las magnitudes económicas y financieras de España ha sido vertiginoso, pero es cuestionable dilucidar si hoy viven los españoles mejor que cuando echó la persiana el siglo XX. España está financieramente más protegida por ser socio del club euro, y con ella los activos de los particulares; pero está tambiíén más desarmada de las herramientas que en el pasado ha utilizado para recomponer situaciones críticas. En tíérminos financieros, y simplificando, tenemos el doble de lo que teníamos, pero tambiíén debemos el triple de lo que debíamos. En tíérminos económicos, hay cinco millones más de personas con trabajo, aunque tambiíén dos millones más en desempleo, a las que no les será fácil encontrar alternativa.
Medir el nivel de vida, que no necesariamente determina si se vive mejor o peor, no es tarea fácil. Pero a la luz de los datos la primera conclusión es que el avance es más cuantitativo que cualitativo: tiene más empleo, más riqueza acumulada tanto financiera como inmobiliaria, entre otras cosas, porque tiene más población, mucha más población.
Pero tomando la variable renta per cápita, España está estancada en los valores del ejercicio 2006, tras dos años de ajuste severo, y deflactando los índices nominales para adjudicarle su valor real, el retroceso descendería a una horquilla de entre 2002 y 2003. España es más rica, pero los españoles no necesariamente lo son, y, por circunstancias de la coyuntura, nunca como ahora han estado tan preocupados, tan pesimistas, por la evolución de la economía nacional.
El ingreso de España en el euro proporcionó una estabilidad financiera desconocida hasta entonces por estos pagos. Pero puso a disposición de agentes económicos tradicionalmente indisciplinados el veneno de los desequilibrios, que han acumulado tal proporción, que amenazan ahora con tener varada la economía unos cuantos años.
Gráficamente, el hecho más significativo de cuantos surgieron en los primeros compases del siglo, con resultados dramáticos para la economía, fue transformar en la mente de los españoles la moneda de cien pesetas en 1 euro. Creer que cien pesetas eran un euro, y ajustar los comportamientos mentales de la vida cotidiana a tal circunstancia, supuso encarecer, de golpe, un 66% los servicios básicos (el cafíé, la caña de cerveza, el periódico, la barra de pan). Tal fenómeno desató una espiral de precios y costes que solo fue encajada por la población por otro hecho paralelo que lo anestesiaba: tipos de interíés reales negativos durante unos cuantos años, que desataron una euforia inversora, gastadora, cuyo pernicioso víértice fueron los precios de las casas, con niveles hoy infinanciables para el común de la gente.
Mientras el metro cuadrado de la vivienda libre en España en 2000 era de 856 euros, ahora es de 1.865, tras haber superado los 2.100 en 2008, en su cúspide. Subieron nada menos que un 145,4% en solo ocho años, mientras que los precios de consumo solo acumularon un avance del 24%, aunque los precios de las manufacturas de uso duradero (los automóviles, sobre todo) prácticamente se han estancado; y en proporciones solo ligeramente superior a los precios de consumo se han movido los salarios. Dinero demasiado barato demasiado tiempo ha convertido a las casas en una autíéntica ratonera financiera para mucha gente, y paraliza la demanda de inversión para una larga temporada.
Alguien que comprase su casa en 2000, cuando arrancaba este pequeño espectáculo financiero, ¿podría comprarla hoy? Igual que se ha convertido en un generador de riqueza para muchas familias, aunque simulada, se ha convertido en una carga de la que solo podrán liberarse pasados dos o tres lustros, siempre en el caso de que la economía funcione razonablemente, para otras. La tasa de mora de la banca se acerca al 6%, mientras que en 2000 escasamente superaba el 1%, lo que da una idea de como estíén aflorando las dificultades de los hogares hipotecados. Además de unos cuantos millones de familias que se tientan la ropa antes de tomar decisiones de inversión de largo plazo, un millón de casas sin vender y un volumen de críédito promotor y constructor de casi 280.000 millones de euros, sedan la actividad de decenas de entidades bancarias, y condicionan el crecimiento económico. Tiene valor la riqueza inmobiliaria (cinco veces el PIB), desde luego: de los 18 millones de casas hemos pasado a los 25,5, pero, dada su alargada sombra sobre la actividad económica, ¿suman o restan? A saber.
En tíérminos financieros, esta compra compulsiva de casas (en España hay 1,8 por cada hogar) ha disparado el endeudamiento de los hogares. Lo ha triplicado en la díécada, desde los 270.000 millones de euros de 2000 hasta los 914.000 de ahora (más de un 200% de incremento), según los datos del Banco de España. Se ha pasado, en otras palabras de una deuda familiar del 60% del PIB al 100% del PIB, como en economías europeas maduras. O de otra forma: del 65% de la renta disponible al 132%, que solo este año ha caído ligeramente.
En tíérminos agregados la fortaleza financiera del agente hogares sigue, no obstante, siendo saneado. Los activos financieros en sus manos (depósitos, acciones, seguros, fondos de pensiones, etc.) han pasado de un billón de euros cuando arrancaba el siglo a 1,7 billones ahora, casi el doble. Eso sí: como se ha triplicado la deuda, el activo financiero neto sigue igual. Eso tambiíén: unas familias tienen los activos, y otras, las deudas.
Un apunte de la variable más sensible de la economía y la que mejor puede definir el estado de ánimo de la gente: el empleo. Pese a tener un nivel de asalarización muy superior al de 2000, con seis millones más de ocupados, la tasa de paro ha vuelto a valores preocupantes. Si en 2000 había en paro doce de cada cien activos, hoy hay 20, y la expectativa negativa del mercado empaña el ánimo de la población. De hecho, hoy es la primera preocupación de los españoles según el CIS, junto con la mala percepción que tienen de la economía. En 2000 era el terrorismo el primer desvelo de la ciudadanía, y el empleo era secundario.
De 40 a 46 millones de habitantes con alto nivel de integración
Perece haber acuerdo en que al menos los seis millones de inmigrantes que han llegado a España en los diez últimos años buscando una oportunidad de mejorar su estatus vital, lo han encontrado. Ese simple hecho debería ser suficiente como para considerar que los españoles viven mejor que cuando arrancó el siglo. España, históricamente emisor de emigrantes, ha absorbido la mayor oleada de inmigración de toda Europa en la díécada sin experimentar desajustes sociales, con un alto grado de integración socioeconómica. Aunque existen datos de masificación en la prestación de algunos servicios públicos, fundamentalmente la sanidad, los desajustes se limitan a crecimientos del gasto no esperados precisamente en malos tiempos para el descontrol financiero.
En 2000 la población registrada era de 40,05 millones de personas, mientras que ahora es de casi 46 millones, con un avance medio anual del 1,5% como consecuencia de la inmigración, que solo se ha frenado en los últimos ejercicios, cuando la llegada de la crisis ha reducido el atractivo de España, de Europa en general, para los norteafricanos, europeos del Este, iberoamericanos o asiáticos. La salidas por el agotamiento de las expectativas son muy ligeras, y aún este año hay incremento de la población extranjera.
La llegada de los inmigrantes ha rejuvenecido notablemente las cohortes demográficas, en una pirámide que sigue engordando peligrosamente a medida que pasan los años en la zona media y alta. De hecho, la tasa de actividad de los inmigrantes es casi 15 puntos más elevada que la de los nativos, aunque tambiíén lo es la tasa de desempleo, que llega ya al 29%, con más de un millón de parados.
Las estimaciones de los expertos apuntan al mantenimiento de la inmigración, aunque a tasas más modestas los próximos años para atender la necesidad demográfica de España si quiere mantener el estado del bienestar.
Mejora la protección y la sanidad, pero sigue varada la educación
El efecto que sobre el nivel de vida tienen los servicios públicos puede utilizarse tambiíén para determinar si en España se vive hoy mejor que en 2000, aunque en absoluto es una ciencia exacta. Los indicadores del Estado de Bienestar muestran una progresión natural de la protección de la vejez, así como el mantenimiento universal de la sanidad y de la educación, aunque con diferentes grados de íéxito.
El número de perceptores de pensión de la Seguridad Social ha pasado de 7,6 millones en 2000 a los 8,69 actuales, con un avance del 14,25%. Mientras tanto, la cuantía media de la pensión ha pasado de los 468 euros por persona y mes en 2000, a los 781 euros por persona y mes ahora, nada menos que un 66,8%, prácticamente tres veces el avance de los precios. Tal progresión, que mejora notablemente la renta de los pensionistas en un país en el que hay un colectivo muy numeroso con pensiones muy bajas, se ha producido por dos cosas: un avance superior a la media de las pensiones mínimas, en parte por la utilización electoral que de ellas hacen los Gobiernos; y por la progresiva incorporación de pensionistas al sistema con carreras de cotización más largas.
Por lo que se refiere a la prestación de la sanidad, las administraciones públicas ha mantenido las exigencias de la universalización, lograda en los ochenta, pese a un aumento muy importante de la población, con una mejora notable de la red de hospitales. La única pega del sistema de protección es la inconclusa aplicación de la ley de Dependencia por falta de recursos.
En cuanto a la educación, los informes de la OCDE, homologables mundialmente, siguen revelando que la preparación de los adolescentes es muy mejorable, y que en absoluto es coherentes con el grado de desarrollo económico del país. La formación universitaria sigue masificada en ausencia de una alternativa de formación profesional de grado medio y alto.