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Autor Tema: TRAVESíA HACIA EL COLAPSO MUNDIAL  (Leído 362 veces)

Orpheo

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TRAVESíA HACIA EL COLAPSO MUNDIAL
« en: Febrero 09, 2011, 10:56:58 am »
Tengo una predicción para todos ustedes. Dentro de las próximas dos díécadas millones de estadounidenses emprenderán una ardua búsqueda de alternativas para reemplazar los automóviles a gasolina. La tarea no va a ser para nada placentera. Si consideran que privar a los dueños de armas de su pasión por las mismas de por sí­ ya causa todo un alboroto, imaginen tratar de convencer a la mayorí­a de nosotros para que moderemos nuestra pasión por los automóviles. ¡Dios mí­o! Y sin embargo, la mayorí­a está de acuerdo con que el asunto constituye un problema, al que nos referimos vagamente con frases como: “hay demasiados automóviles que obstaculizan y retardan el tránsito en las autopistas”. En otros casos nuestra actitud se parece un poco a la de los rabiosos adhesivos sobre armas de fuego que pegamos en nuestros parachoques: “Tendrás mi auto cuando logres arrancarme las manos del volante”.

 

Nadie nos está diciendo que debemos dejar de usar los automóviles, aunque existen evidencias cientí­ficas sólidas que indican que la mayorí­a de nosotros seremos testigos vivientes de su completa desaparición. Algunos idealistas creen que quizás deberí­amos limitar un poco su uso, pero ninguno de ellos se está postulando para algún puesto polí­tico en este paí­s. Tendrí­an mucha suerte si consiguen el voto de sus familiares, ya que ni siquiera queremos escucharlos.

 

La maní­a por los automóviles no se limita sólo a los estadounidenses. Esta devoción es mundial, y es cada vez más popular en las naciones del segundo y tercer mundo. La humanidad quema 70 millones de barriles de petróleo diarios. Debido al ritmo de crecimiento actual estaremos quemando unos 100 millones dentro de 20 años. Pero nunca llegaremos a ese momento. Estamos acercándonos al pico de producción mundial que fue predicho hace más de medio siglo por el Dr. M. King Gubert, el más importante geólogo especialista en petróleo de su tiempo. (Hay un enlace sobre íél en íéste artí­culo). El descenso a partir de íéste pico en la producción durará sólo unas pocas díécadas. Sabemos que el petróleo es un recurso finito, pero aunque en un futuro no muy lejano los precios comiencen a subir, no moderaremos el uso de automóviles hasta que ocurran serios recortes en la provisión y lo tengamos que hacer por la fuerza de los acontecimientos.

 

Echemos un vistazo al siguiente escenario futuro: la rápida y agonizante muerte del automóvil privado es una pared contra la cual la sociedad mundial se incrustará con el pie en el acelerador y a toda velocidad, en cuanto la crisis del petróleo finalmente nos alcance. No aceptaremos ninguna solución que amortigí¼e el impacto sino hasta que la escasez nos afecte en algún momento de comienzos del próximo siglo. Si continuamos fracasando en tomar algunas medidas necesarias para prepararnos para el impacto, cuando íéste sobrevenga es muy probable que la constricción en la base de petróleo, de la que depende nuestra economí­a mundial, desencadene en una precipitada y violenta espiral descendente hacia una profunda y larga depresión inflacionaria que podrí­a dar fin a la modernidad tal cual la conocemos.

 

Explicaríé cómo la combinación de las llamadas ciencias duras (o exactas) y la tozudez humana, respaldan la posibilidad de que esto suceda, pero antes veamos dónde nos encontramos. Aunque creamos que estamos en medio de una travesí­a hacia el abismo, muy pocos de nosotros querrí­amos ser los primeros en dejar de usar nuestros automóviles. Lo intentíé dos veces, la primera vez fue en Tallahassee, cuando quise convertirme en el Zar de la Tecnologí­a de Florida. La segunda vez fue como investigador freelance en Washington D.C. ¡Quíé tediosa experiencia la de estar en la atiborrada y pequeña vieja capital de Florida!, pero ¡quíé maravilloso el no tener que preocuparme por el estacionamiento en nuestra añeja capital! Taxis económicos por todos lados, caminar tambiíén era un placer. El servicio de subterráneos es excelente, y la parada del ómnibus estaba a pocos pasos de mi pequeño departamento, ubicado a tres cuadras de la Biblioteca del Congreso. Pero esta experiencia urbana es la excepción. Para la mayorí­a de los estadounidenses, la vida sin automóviles es impensable, incluso en Washington D.C. Ya es muy tarde para poder hablar de una rebaja racional en el uso. Tal como lo explica claramente James Howard Kunstler en su nuevo libro “Home from Nowhere”, todo el sistema y la estructura de la civilización estadounidense que hemos construido desde la II Guerra Mundial es prácticamente inviable sin la enorme masa de automóviles. No podemos funcionar sin ellos, por mucho que Kunster nos quiera domesticar.

 

El primer best-seller de Kunstler, “The Geography of Nowhere”, fue descrito como una “políémica aguda” por el Walt Street Journal. El lenguaje utilizado en “Home from Nowhere” es igual de tajante y creativo en su denuncia constructiva sobre la estructura estadounidense edificada desde la II Guerra Mundial. Digo “constructiva” dado que en “Home from Nowhere” Kunstler intenta curarnos de esta enfermedad (nos cuenta sobre lo que ya estamos haciendo en algunos lugares, y sobre quíé más podemos y debemos hacer para contribuir)

 

Yo fui directamente al capí­tulo intitulado “Locos por el automóvil”. En la cubierta del libro se lee: “...brinda esperanza a una nación que desea vivir en lugares que valga la pena cuidar”. El capí­tulo no sólo no da esperanzas, sino que toda la predicción que hace Klunster es tan oscura como el escenario post-petróleo que propongo yo. Luego de explicar esplíéndida, precisa y claramente todo el daño que la maní­a por los automóviles le causa al medio ambiente, concluye el capí­tulo con que “Contamos con todo el conocimiento para hacer lo correcto, sólo nos falta la voluntad para hacerlo. La conclusión inevitable es que nuestro comportamiento es perverso y deberemos pagar un alto precio por esta perversidad, perdiendo las cosas que amamos, incluyendo a nuestro hermoso paí­s y nuestra república democrática.

 

Todo muy terrorí­fico. “¡Hola! ¿Hay alguien allí­?”, preguntas. “No, estamos en medio de una travesí­a”. Entonces protestas: “¿Perderemos nuestro paí­s, nuestra forma de gobierno?”. Quizá esto no es tan imposible. La muerte súbita del automovilismo en los Estados Unidos producirá probablemente un quiebre mayor que derivarí­a en una Gran Depresión. Kunstler deplora los aspectos negativos del automóvil sin terminar de comprender el alcance del peligro que el automóvil representa. Incluso ve señales de que poco a poco lo estamos dejando de usar. ¡Sí­, claro! Nosotros los estadounidenses vamos a dejar de usarlos, sobre todo porque un gurú dice que son inmorales. A nosotros no nos importa si son inmorales. Nunca dejaremos de usarlos, incluso si por el calentamiento de la atmósfera todo el hielo polar se derritiera e inundara Florida y Nueva York. Ni siquiera si tuviíéramos que usar máscaras antigás debido a la contaminación y todas las rutas del paí­s estuvieran embotelladas. Nosotros estarí­amos sentados en nuestros autos, en las autopistas, tocando la bocina y presionando el pedal inútilmente, rogando poder avanzar unos kilómetros más. No vamos a usar los ómnibus, taxis, subterráneos, tranví­as o carros a tracción humana del tipo japoníés, excepto por diversión. Todos los estadounidenses tenemos derecho de poseer un automóvil privado, así­ lo dice la Constitución.

 

¿Se cumplirá la profecí­a de Kunstler sobre una disminución gradual en el uso del automóvil? Nada tan noble como eso me parece probable. La era del automóvil va a atravesar un rápido desaceleramiento que no será placentero, gradual o planeado. Olví­dense por un momento la tesis que afirma que la tierra se quedará sin aire respirable antes de que se nos acabe el petróleo. No hay dudas de que si seguimos quemando petróleo, la especie humana acabará con todas las grandes reservas de petróleo del mundo de todas maneras. La pregunta es cuándo sucederá. Algunos buenos cientí­ficos que estudian el tema pero que no trabajan para las compañí­as petroleras o nerviosos gobiernos, afirman que ese momento está más cerca de lo que pensamos.

 

La Era del Petróleo entrará en crisis a medida que la demanda continúe creciendo y se sucedan los picos de producción de petróleo (de acuerdo con las proyecciones de Hubbert esto sucederá dentro de una díécada, al final del artí­culo hay un enlace). Sin embargo todaví­a no estaremos cerca del desabastecimiento, sólo acercándonos. Algunos obtendrán grandes y súbitas ganancias, lo que dificultará la habilidad de los lí­deres para explicar la realidad mientras que los apóstoles del petróleo entonarán sus bien remunerados discursos. Los precios subirán para luego bajar y volver a subir cuando se sucedan recortes reales en el sistema de distribución o bien en anticipación de los mismos, para luego bajar cuando los especuladores estíén distraí­dos y volver a subir y bajar, pero siempre con alzas de mayor magnitud a las bajas a medida que la escasez sea más importante. Y en el caso en que se cree un desabastecimiento polí­tico y “artificial” en anticipación a una escasez real, se podrí­an generar guerras (“¡Cómo se atreve a no vendernos su petróleo!”).

 

De todas maneras ninguno de nosotros podrá moderar el uso de nuestros automóviles hasta el triste final.

 

El ocaso de la Era del Petróleo será tan perjudicial e implacable debido a que no existe otra fuente de energí­a que pueda sustituir al petróleo. Ya escuchíé a tecnólogos optimistas, muy cí­nicos y entusiastas ellos, y que son parte del eje industrial automotriz/petrolero, y a todos los ingenuos deseos de los ecologistas, que prometen sin ningún sustento un mundo limpio y hermoso basado en una economí­a de “fuentes energíéticas combinadas”. Esa promesa es la que nos tiene tranquilos, mientras seguimos quemando petróleo “por unos años más”, sin sentirnos para nada perversos. Algunas facciones de cientí­ficos trajeados afirman que la segunda ley de termodinámica es un fraude.

 

No va a suceder. Ninguna, (y permí­tanme sacarlos del limbo en el que estamos inmersos y repetir: NINGUNA) de las fuentes alternativas de energí­a prometidas podrá reemplazar al petróleo, ni siquiera las grandes reservas de gas, que son el sustituto más parecido, pero que tambiíén es finito. Tampoco el carbón “lí­quido” o “trabajado”. Y aunque sigamos sin tener en cuenta cuestiones de seguridad ambiental, las plantas nucleares necesarias para recargar automóviles elíéctricos serán económicamente inviables en una era post-petróleo. ¿Por quíé? La explicación nos fue dada por un cientí­fico casi olvidado de la Universidad de Florida hace 20 años. Estoy hablando de “energí­a neta”. Si para producir diez barriles de petróleo necesito quemar uno solo, entonces voy a contar con nueve barriles para mantener al resto de la sociedad.

 

A medida en que el descubrimiento de nuevos yacimientos y el transporte de petróleo se dificultan cada vez más, el dividendo neto decrece, hay menos petróleo para mantener la sociedad en funcionamiento y los costos suben. Todos los demás costos que derivan del petróleo (que son absolutamente todos), tambiíén suben. Finalmente entramos en una escenario recesivo y con inflación que los economistas aseguran no tendrí­a que suceder, hasta que sucede, como pasó luego del embargo de petróleo en 1973.

 

Es ahí­ donde los economistas demuestran no saber nada de fí­sica. Muchos de ellos, personas que deberí­an saber del tema, afirman que llegado ese momento las personas emprenderí­an nuevas búsquedas de petróleo (seguimos encontrando nuevos yacimientos, pero no al ritmo en que lo quemamos, y cada vez quedan menos lugares en el mundo en donde no hayamos hecho agujeros). La otra alternativa que los economistas dan es que seguramente encontraremos nuevas fuentes de energí­a y así­ podremos bajar los precios tal cual como sucede con los demás productos primarios, porque según ellos, el petróleo tambiíén es un producto primario.

 

No es así­.

 

La energí­a es la gran excepción a la teorí­a económica convencional. Y la razón es la segunda Ley de Termodinámica. Cada vez que “usamos” energí­a perdemos un poco de ella. Lograr un míétodo perfecto es imposible. Así­ que, quemar energí­a para crear energí­a, conlleva un “proceso de píérdida”. Cuando quemamos petróleo para obtener electricidad terminamos teniendo menos energí­a en electricidad que cuando empezamos. Luego transmitimos la energí­a a hogares y fábricas a travíés de cables y perdemos otro tanto. No se puede “crear” energí­a, aunque a veces podemos “almacenarla” de alguna otra forma por un tiempo (siempre con píérdidas). La energí­a se usa sólo una vez. Así­ que cuanto más complicado y tecnológico sea el proceso, más energí­a perderemos en íél. Ese es el problema que existe cuando quemamos electricidad, una fuente de energí­a “altamente refinada”, para obtener una fuente menos pura como el hidrógeno, el cual extraemos del agua para luego quemarlo en los automóviles. Tambiíén esa es la razón por la cual el carbón “lí­quido” para quemar en automóviles y camiones siempre será mucho más caro.

 

El gran fiasco sobre el petróleo inmaduro (“oil shale”) ocurrido a finales de los años 70`, es el ejemplo perfecto de lo equivocados que están los que proponen el uso de “nuevas fuentes tecnológicas de energí­a”. Los economistas repetí­an una y otra vez que cuando el precio del petróleo subiera lo suficiente, extraerlo iba a ser más rentable, convirtiíéndose así­ en un producto primario económico. Quemamos ya miles de millones de nuestros impuestos y otros miles de millones en inversiones privadas para que esto sucediera, y todaví­a hay algunos que siguen afirmando que en algún momento ocurrirá. No les compren ninguna reserva de petróleo inmaduro.

 

El problema con el petróleo inmaduro es que para poder extraerlo primero debemos minarlo, luego triturarlo y finalmente exponerlo al calor. La maquinaria minera quema petróleo, al igual que la trituradora y las calderas. Al cargar y verter los deshechos quemamos mucho más petróleo, y por supuesto tambiíén requiere energí­a el proceso de refinamiento que este tipo de petróleo necesita para poder convertirlo en un producto apto para consumo. No podemos olvidarnos del transporte, y tambiíén del transporte de todas las personas involucradas en el proceso, etc, etc, etc. Fue durante los años 70´ que descubrimos que quemábamos alrededor de un barril de petróleo para poder producir un barril de petróleo inmaduro (los llamados míétodos de producción in situ tení­an los mismos problemas). Para decirlo en otras palabras: la “energí­a neta” era igual a cero, así­ que el precio poco importaba. Aunque el precio subiera hasta alcanzar el millón de dólares el barril, seguirí­amos consumiendo un barril de un millón de dólares para poder producir otro barril de petróleo inmaduro de un millón de dólares sin conseguir una ganancia neta en la venta.

 

La energí­a no es sólo un producto primario más de nuestro sistema económico moderno. La energí­a es la fuerza fundamental en la que todo se basa y la que hace “más productiva” la infraestructura económica moderna (menos mano de obra). El petróleo es la fuente de energí­a dominante en la red de transporte que sostiene la economí­a mundial, y tambiíén es la fuente de energí­a más abundante, versátil, de fácil transporte y más eficiente del planeta. De alguna manera el precio de las demás fuentes de energí­a con las que contamos cuenta con un “subsidio” del petróleo barato. En otras palabras, todas las demás formas de energí­a que utilizamos, incluyendo la energí­a “solar”, son tan económicas y accesibles gracias a que están “aseguradas” por el petróleo barato (el petróleo barato y el gas natural producen y transportan las cíélulas fotovoltaicas). Cuando no haya más petróleo, el precio de la energí­a solar subirá por los cielos al igual que las demás “fuentes alternativas de energí­a” y de forma directamente proporcional al petróleo utilizado en cada uno de los pasos de su producción y entrega).

 

El llamado “gasohol” es otro ejemplo ideal de “gasolina alternativa” que goza del subsidio del petróleo barato”. Cada una de las etapas de producción necesita petróleo: siembra, cuidado, fertilización, regado, cosecha, transporte y finalmente el procesamiento del trigo para convertirlo en alcohol. Tambiíén se necesita petróleo para mezclarlo con ese alcohol y poder convertirlo en una fuente de energí­a para el automóvil (imperfecta comparada con la gasolina). El gasohol producido con el trigo, azúcar, arvejas, aserrí­n, bosques tropicales o cualquier otro tipo de “biomasa” no va a poder hacer funcionar nuestro mundo de automóviles, ni quíé hablar de las proyecciones de expansión que prevíé la industria automotriz. Dejemos de lado por un segundo que la utilización masiva de automóviles comenzará rápidamente a afectar la biomasa de la que depende toda la vida y la que provee cosas básicas como alimentos y oxí­geno. La “biomasa” no es una fuente masiva de energí­a mundial a largo plazo debido a que muchas de nuestras actividades actuales en lo que respecta a la agricultura y los bosques “destruyen el suelo” y no son ni “renovables” ni “sustentables” a largo plazo. Dejemos de lado tambiíén los peligros acerca del CO2 y el ozono. Dejemos de lado la poca biomasa que nos va quedando y la tierra cultivable que será cada vez más necesaria para poder alimentar, vestir y albergar a la creciente población planetaria. El planeta no cuenta con la cantidad de biomasa necesaria para hacer funcionar una economí­a basada en petróleo como la nuestra al nivel de progreso que estamos viviendo, aunque estemos lo suficientemente locos como para intentarlo (y lo estamos). En tal caso, convertiremos rápidamente al planeta en un desierto si intentamos alimentar a nuestra flota actual de automóviles con la biomasa.

 

Así­ que la verdadera trampa de las fuentes alternativas se verá cuando la economí­a basada en petróleo comience a deteriorarse por el desabastecimiento, y todas las demás “fuentes alternativas” que se supone están esperando a la vuelta de la esquina, subirán de precio significativamente. La situación no va a ser nada placentera, será una escalada cada vez más costosa que hundirá la economí­a mundial y empobrecerá a la sociedad global.

 

El “carbón limpio”, el gas natural y quizá tambiíén algún tipo de energí­a nuclear nos proveerán de electricidad por algún tiempo, así­ como tambiíén algún nicho del mercado para su transporte. La energí­a eólica para la producción de electricidad será la ganadora en muchos lugares del planeta (no tenemos mucho viento aquí­ en Florida y los nubarrones hacen que la energí­a solar sea una fuente costosa para la mayorí­a del planeta). Pero ninguna de estas fuentes, al igual que los autos elíéctricos, hará funcionar nuestra economí­a actual al nivel de riqueza y consumo que gozamos en este glorioso ocaso de la Era del Petróleo. Las economí­as transnacionales, que son las que más dependen de los automóviles y camiones (Estados Unidos, Canadá, Australia, etc.) probablemente serán las primeras afectadas. Cuando necesitemos realizar la transición hacia otras fuentes de energí­a descubriremos que todo lo que hagamos implicará más gastos y que todo lo que ya tení­amos no era tanto. Esta situación confundirá a los economistas. La economí­a crecerá a pasos lentos pero los precios estarán en subida. Y es ahí­ cuando redescubriremos una vieja verdad: el dinero no es real; sólo es un míétodo de contabilidad. El Congreso no podrá emitir petróleo ni tampoco derogar la Segunda Ley de Termodinámica. Así­ que luego de despedir a la trouppe de polí­ticos de ese momento y cambiarlos por otros, veremos que todo seguirá igual, y no sabremos a quiíén culpar. ¿Quíé haremos entonces?

 

Ahora prestemos atención a los economistas. Tenemos aquí­ tres dictámenes que pueden parecer heríéticos. En primer lugar la observación que hace Minster: Tanto el capital como el trabajo no pueden crear energí­a. De íésta observación deriva la Ley de Minster sobre el Subsidio de Energí­a: El desabastecimiento de una fuente de energí­a eficiente siempre hará que las demás fuentes de energí­a menos eficientes sean más caras e incluso menos eficientes de lo que lo eran en primer lugar. ¿Acaso la humanidad comenzará a utilizar la energí­a más eficientemente cuando ya sea tarde y veamos que los barriles de petróleo escaseen? Por supuesto que sí­. No habrá otra alternativa. Pero ese uso eficiente no nos hará más prósperos (como hoy en dí­a). Cuando esto suceda lo único que podremos hacer será desacelerar el ritmo de generación de pobreza. ¿Por quíé? Presten atención a la Máxima de Minster: En toda sociedad, la transición desde el uso de fuentes de energí­a eficientes a otras menos eficientes invariablemente disminuirá su nivel de riqueza y flexibilidad, así­ como tambiíén las demás opciones que la sociedad tenga.

 

En otras palabras, justo en el momento en el que más necesitamos de la riqueza y la flexibilidad para poder abaratar la energí­a derivada del petróleo y poder enfrentar esta transición hacia la construcción de una infraestructura que dependa de menos energí­a para funcionar, todo va a ser mucho más costoso y seremos más pobres.

 

¿Si todo esto es cierto, quíé deberí­amos estar haciendo? No tengo muchas respuestas. Creo que por lo menos tendrí­amos que deshacernos de esos anteojos que nos hacen ver todo color de rosas y que están cegando a los ecologistas, y que a su vez tambiíén sirven de pantalla de humo a gobiernos e industrias ciegas. Hasta que no hagamos esto no podremos saber con exactitud cómo será la sociedad post-petróleo. Lo que podrí­amos hacer es dejar de perder dinero invirtiendo a largo plazo en expandir la infraestructura basada en automóviles. Quizá algunos adelantados comiencen a proponer la creación de ciudades post-petróleo en donde sólo se utilicen autos elíéctricos y se prohí­ban los autos privados. No lo síé, piensen ustedes.

 

Una cosa que me parece lógica es que necesitamos realizar un análisis honesto sobre la energí­a neta de todas las fuentes de energí­a alternativas propuestas, es decir, la energí­a neta resultante luego de restar en la fórmula el subsidio del petróleo que cada una necesita. No es tan fácil como parece, el petróleo subsidia todo lo que hacemos. Pero es vital hacer íéste cálculo para poder contar con un criterio racional que no estíé impregnado de políémicas que responden a intereses creados o a apóstoles del petróleo. Lo que hagamos una vez que contemos con los resultados es otro cantar. El mundo occidental está dominado por lí­deres corporativos que sólo piensan en el dí­a a dí­a, polí­ticos que sólo actúan de acuerdo con los perí­odos electivos y un público hostil a las malas noticias acerca de su modo de vida (especialmente acerca de nuestros adorados automóviles). Los paí­ses de la costa del Pací­fico son esclavos de las exportaciones de automóviles (y a su vez no tienen mucho petróleo). Los exportadores de petróleo ya están exagerando sus reservas para poder pedir príéstamos a la comunidad financiera mundial. ¿Hay acaso alguna persona que no estíé muy involucrada en la continuación de la miopí­a existente?

 

Ya lo dije en otro artí­culo, dado que lo más probable es que no tomemos ninguna medida con respecto al transporte hasta que sea demasiado tarde, la única opción que tienen los Estados Unidos sobre su polí­tica energíética es trabajar para conseguir un uso eficiente de la energí­a en nuestra infraestructura y el medio ambiente. Sin dudas íéste es el objetivo de los dos libros de Kunstler y es tambiíén el objetivo de lo que denominamos “diseño sustentable”. El elemento clave de las profesiones de diseño es tomar conciencia de que probablemente no contamos con todo el tiempo que pensamos y que no seremos tan ricos como alguna vez lo fuimos. A mi entender, la solución es construir para la equidad y sostenibilidad. Significa el fin del modelo de consumismo. Significa construir para nosotros mismos y para nuestra posteridad, es volver a las viejas costumbres conservadoras de ahorro e inversión y dejar atrás el despilfarro y el derroche. Para ser un poco más bí­blico, significa utilizar lo que nos queda de estos años de vacas gordas para prepararnos para los años de escasez.

 

Kunstler, aún sin tener en cuenta el próximo desabastecimiento de petróleo, considera que somos perversos porque debido a nuestro amor por los automóviles desperdiciamos nuestras vidas, ciudades e infraestructura. ¿Creerí­a que somos diabólicos si pensara que nos encontramos en medio de una travesí­a hacia una economí­a post-petróleo que empobrecerá a toda nuestra posteridad?

 

De ser así­, probablemente estarí­a en lo cierto. Desde un punto de vista moral, lo que estamos haciendo equivale a utilizar los salvavidas de los niños en el Titanic para abrigar a los adultos una media hora más.

 

En el muy humano capí­tulo final del libro de Kunstler, nos habla de cómo el íéxito de su primer libro, “The Geography of Nowhere” le permitió tener un buen nivel de vida en una pequeña ciudad de Nueva York, la cual describe como un mundo idí­lico, una burbuja libre de autos en la cual escribe y dibuja. El por lo menos luchó contra la bestia y ha impulsado el cambio.

 

Pero nosotros no vamos a cambiar, y parece claro que toda reforma que la humanidad consiga realizar, por más modesta que íésta sea, sólo retrasará unos pocos años lo inevitable. Así­ que a mi entender, en el horizonte veo que en algún momento del próximo siglo protagonizaremos un quiebre en la economí­a de proporciones íépicas que romperá los ejes de nuestro nivel de riqueza actual y que desvalorizará por completo toda nuestra infraestructura. La conmoción económica de principios de los años 70 es sólo un pequeño indicio de lo que vendrá. Una vez más la humanidad confirmará la máxima de Voltaire: “La historia nos enseña que la historia no nos enseña nada”.

 

(Jim Minter)


En individuos, la locura es rara; en grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla", Nietzsche.