Por... Beatriz De Majo C.
Mal, muy mal, le cayó al gobierno chino que el Coronel Muamar el Gadafi hubiera recordado el tristemente cíélebre episodio de Tiananmen Square en un inflamado discurso dirigido a los rebeldes manifestantes de su país, la semana pasada. El cuestionado líder libio intentó justificar el uso violento de la fuerza militar contra quienes exigían su salida del poder, recordándoles a quienes lo escuchaban que algo similar había ocurrido en China con los manifestantes en 1989. "El gobierno chino tuvo que escoger su unidad y actuar de cara a las protestas callejeras", fue el parangón que Gadafi usó para validar el genocidio perpetrado contra su población civil. Para ese momento, en toda Libia los asesinados por las huestes mercenarias pasaban de varios cientos de ciudadanos.
Con esta alegoría, Gadafi echó por tierra el bien orquestado silencio de Beijing sobre el baño de sangre puesto en marcha en Libia, que había causado ya una repulsa mundial generalizada y activa. China, desde el inicio de las protestas en serie contra los autócratas de Túnez, Egipto, Baríéin, Yemen y Libia, se atrincheró detrás de un mutis total. Ni una línea se filtró a los medios de comunicación sobre la posición del ríégimen de Hu Jintao en torno a estos hechos que lo afectan en el campo de la paz social y en lo económico.
La política exterior china, caracterizada por su "neutralidad" frente a los asuntos internos de otros países, había sido la tónica del gobierno y ella es la que explica que en medio de toda la crítica y el rechazo planetario a las masacres montadas desde Trípoli, en Beijing, el gobierno se tapara la boca y no generara opinión alguna, hasta que una agresión concreta en contra suya los obligó a actuar.
El ataque a las instalaciones de la empresa petrolera CNPC por parte de los manifestantes, hizo que Beijing desplegara el más complejo y vasto operativo para repatriar a unos 30.000 trabajadores chinos. Pero, a la vez, volvió protuberante la presencia de negocios chinos de envergadura en suelo libio. Este hecho destapó un tema al que China le ha estado sacando el cuerpo: su excesiva y determinante penetración en países del ífrica, donde mantiene inversiones que no siempre cuentan con la buena voluntad de los lugareños. Los ataques contra la petrolera fueron brutales en esta ocasión, pero no son los primeros que la población local enardecida intenta contra instalaciones chinas.
Por díécadas, el gobierno chino ha sido un soporte importante para el gobierno de Gadafi -ello no es un secreto- y es por este apego activo, que se expresa en millonarias inversiones y muy abultadas compras petroleras, que los rebeldes le están pasando una factura. Para un pueblo marginado y oprimido es muy difícil entender el concepto político de la "no interferencia", cuando es China quien paga el 10% de la factura petrolera Libia de exportación y cuando ha obtenido contratos tan multimillonarios como el de la vía fíérrea entre Trípoli y Sirte.
El tema del colonialismo chino en ífrica ha vuelto a ser aireado con resentimiento. El caso libio es uno solo y acaba de ser evidenciado con violencia. Más atrás están a la espera, con descontentos similares, países tan volátiles como Sudán, Congo, Burma y Pakistán.