Por... Antonio Peredo Leigue
“El elevado costo de la comida llegó para quedarse. El mundo quizá deba acostumbrarse a alimentos caros, aseguró el Fondo Monetario Internacional (FMI)â€. Esto lo estamos viviendo en todas partes y no necesitamos que nos lo repitan. Pero el FMI no echa puntada sin hilo, ¿saben cuáles son las causas, según el conocido organismo? Los ingresos que están mejorando en los países empobrecidos. El análisis que hace el FMI es impresionante por su grosería; dice: “La tendencia alcista puede deberse sobre todo a que los consumidores en los países en desarrollo se están enriqueciendo y cambiando su dieta: recurren más a alimentos de alto contenido proteínicoâ€.
Lo que está reclamando el organismo internacional es que, los países pobres, deben seguir siendo pobres y mal alimentados. De ese modo, los cereales, los lácteos, la carne y los aceites volverán a tener los precios anteriores, para que, en los países enriquecidos, coman bien pagando menos. De hecho, han comenzado a echarnos la culpa de la crisis que está viviendo el mundo, por el derroche en aquellos países del primer mundo.
No hay una sola mención a las razones por las que, en ese mundo de ensueños, no se cultiva comida. Es que, como todos sabemos, gran parte del maíz, ahora de la caña de azúcar y plantas oleaginosas, se usan para producir biocombustibles, en un fallido intento por bajar los altos precios de los hidrocarburos. Según los datos que se conocen, alrededor del 15% de la producción mundial de maíz se dedica a destilar etanol, que se mezcla con gasolina para los motorizados. Ya sabremos, en poco tiempo más, cuánto de girasol, colza, almendra, soya y caña de azúcar se siembra con el mismo propósito. ¡Por supuesto que, así, se reduce la oferta de alimentos!
Seguramente, siguen diciendo los analistas del FMI, las revueltas que están ocurriendo en el norte de ífrica y el Medio Oriente comenzaron como protestas por estas alzas. ¡Pues claro que sí! Pero el FMI habla con absoluta serenidad, como si nada tuviese que ver con las manipulaciones de los países enriquecidos, para cargar la crisis mundial sobre las espaldas de los pueblos árabes y sobre las nuestras tambiíén.
Pero el FMI no se queda corto. Arremete tambiíén contra los precios de los hidrocarburos, añadiendo que los combustibles se utilizan en todo el proceso, desde la siembra hasta la distribución de alimentos. ¡Bajen los precios de los hidrocarburos, coman poco y paguen menos a sus trabajadores!, esa es la fórmula que no la dice pero resulta del análisis que hace el Fondo Monetario Internacional.
Durante mucho tiempo, los mensajes, consejos y hasta instrucciones de los organismos internacionales, fueron cumplidos estrictamente en nuestros países. En los últimos años la situación ha cambiado. Varios gobiernos de este continente han comenzado nuevas estrategias y están batallando contra las claras intenciones de hacernos pagar las consecuencias de esta crisis.
En Bolivia están pendientes las tareas para hacer frente a esta situación: alcanzar la soberanía alimentaria. Indudablemente que es una tarea de largo alcance, pero debemos poner en marcha una política que siente las bases para lograr ese objetivo en el curso de esta díécada.
Esa política tiene que ver con la definición de los espacios en el territorio nacional. Tierras con mejores condiciones para los cultivos y, en esta categoría, quíé tipo de cultivos en cuáles áreas. Tierras adecuadas para la ganadería vacuna, ovina, de camíélidos y otras. Tierras, finalmente, resguardadas para desarrollar la forestación, todo lo cual es nuestra riqueza renovable. Se menciona entre 16 y 20 millones de hectáreas cultivables, de las que estarían produciendo sólo 2 a 4 millones. Se dice que hay más de 30 millones de hectáreas con vocación ganadera y se añade que otras 15 a 18 millones de hectáreas son forestales. Son algo más de 60 millones de hectáreas de tierras aptas para una explotación renovable; 60 millones que equivalen a 600 mil kilómetros cuadrados; seguramente que los 400 mil restantes corresponden a las altas montañas, los ríos, los lagos y pantanales. Pero nadie conoce, en realidad, las cifras exactas y precisamos tener ese conocimiento para desarrollar una política agropecuaria nacional.
Esa política, de principio, requiere la vertebración del país. Caminos, caminos y nuevos caminos. Carreteras pavimentadas de la red nacional y las redes departamentales, caminos de ripio y tierra entre los pueblos, caminos de avanzada en los territorios que ni siquiera conocemos y sólo hemos visto desde el aire.
Aunque, ciertamente, ya se ha comenzado a producir trigo, que es el cereal que nos exige el mayor esfuerzo de importación y tenemos que alcanzar alrededor de 350 mil hectáreas sembradas de trigo, para cubrir la demanda actual de este alimento. Pero, a la vez, debemos desarrollar la cultura de consumo de nuestros propios cereales: maíz, quinua, cañahua, amaranto. Podemos cubrir nuestras necesidades en menos tiempo si combinamos el consumo de todos estos cereales.
La producción de aceite comestible es otra tarea que debe encararse con decisión. La diversidad de aceites que podemos producir, incluso el de oliva, sustituirían otro alto costo de importación alimenticia.
En cuanto a la ganadería, debemos desarrollarla, poniendo atención a los problemas que se presentan en el oriente y el norte del país cuando, las crecidas de los ríos, inundan extensiones inmensas de esos territorios. El agua debe ser una riqueza que nos permita vivir bien y no ser un factor de empobrecimiento de esas tierras y de sus habitantes.
Por supuesto, como todos esperamos, una nueva ley de distribución de la tierra debe estar en la base de esta política que conduzca a la soberanía alimentaria.
El Fondo Monetario Internacional no sabe y no quiere saber de estas soluciones. Por eso, precisamente, esas son las soluciones que debemos asumir como reto de todos nosotros.