EN SEPTIEMBRE de 2003, el PP de Aznar desbordaba al PSOE de Zapatero por 13 puntos, según las encuestas más solventes. El díéficit había alcanzado la cota cero. La deuda era la menor de los grandes países europeos. El paro descendía vertiginosamente. El crecimiento económico anual sehacía imparable y nos acercaba a las naciones más poderosas de la zona euro. El superávit de la Seguridad Social se encaramaba
en cifras impensables. La herencia que recibió Aznar, con la nación al borde de la quiebra, se había transformado, siete años despuíés, en general prosperidad. En política internacional ocupábamos un papel de máximo relieve como interlocutores de Blair y Bush. Aznar, en fin, tenía ganadas las elecciones generales y hubiera confirmado la mayoría absoluta conquistada en el año 2000. Decidió, sin embargo, cumplir con su compromiso personal que debiera establecerse constitucionalmente: no más de ocho años en la presidencia del Gobierno.Y, en pleno triunfo de apoyos y de cifras, decidió irse dejando la candidatura a la presidencia del Gobierno en manos de Mariano Rajoy, cuando muchos consideraban
que el hombre más adecuado era Rodrigo Rato.Aznar, pues, se fue. A Rodríguez Zapatero le han echado. Y han sido los suyos los que se han recreado en escabecharle.Alfonso Guerra le dedicó editoriales devastadores en su revista. El periódico adicto le ha fustigado sin piedad. Felipe
González ha sido implacable con el inquilino de Moncloa. Los barones más prestigiosos, Solana, Solchaga, Almunia, han adoptado posiciones inequívocas. Varios presidentes de comunidad o aspirantes a serlo le exigieron públicamente que se largase y no siguiera haciendo daño. Y al
final Zapatero se fue porque le echaron. Y lo ha hecho con el díéficit público disparado, el riesgo de intervención europea alarmante,
la deuda creciendo, cerca de 400.000 empresas cerradas y unas cifras de paro, que si se contaran los empleados públicos contratados durante la crisis para enmascarar la realidad, han superado los 5.000.000 de personas. Zapatero, además,vendió la unidad de España por un plato de escaños catalanes y negoció de tú a tú, y genuflexo, con la banda terrorista Eta. En política internacional se alineó con el eje Castro, Chávez, Evo y Ortega. Adolfo Suárez se fue porque temía ser derrotado por Felipe González en una moción de censura, a lo que habría que añadir la desafección del Rey, el ruido de sables, la rebelión de los suyos y el acoso feroz de los medios de comunicación. Calvo-Sotelo, un gran presidente, trabajador y ordenado, carecía de capacidad de comunicación y pasó de 167 diputados a 12. Felipe González ganó cuatro elecciones generales, tres de ellas por mayoría absoluta, y perdió la quinta por la mínima. Aznar se fue porque decidió hacerlo en la apoteosis de su íéxito. Y a Zapatero,tras convertirse en presidente por accidente en 2004 y arruinar a una nación que le dejaron en plena prosperidad, le han
echado los suyos porque su nombre garantizaba una derrota abultada.Esta es, en fin, la realidad política e histórica. Las tergiversaciones que se están haciendo difícilmente engañarán a una opinión pública como la española, cada vez más avezada. Ha pasado el tiempo de los embustes, las ocurrencias y las camelancias. Que se lo digan a Zapatero, agazapado en su madriguera monclovita.
Luis María Anson es miembro de la Real
Academia Española.
CANELA FINA
LUIS MARíA ANSON