Por... Martín Krause
El notable aumento de los precios de los commodities ha generado un periodo de bonanza pocas veces visto en Amíérica Latina y ha permitido a muchos de estos países alcanzar altas tasas de crecimiento. Para algunos, sin embargo, no es una bendición sino una maldición. Esta visión, lamenta que esos precios generen un incremento del ingresos de divisas provenientes de las exportaciones, lo que revalúa la moneda local. Esto, a su vez, perjudica las exportaciones de otros productos que ahora son menos competitivas y tambiíén a las actividades locales que compiten con importaciones, las que se vuelven más baratas.
Este fenómeno recibe el nombre de “enfermedad holandesa†en razón de lo que aconteciera en ese país con motivo del descubrimiento de gas natural en el Mar del Norte en los años sesenta. De esta forma, lo que debería ser una buena noticia, se convierte en un problema, y el hallazgo o el desarrollo de recursos naturales en una maldición que termina hundiendo el resto de las actividades. Vale la pena señalar que no fue eso lo ocurrido en Holanda, el país atravesó sin mayores convulsiones ese periodo y sus industrias volvieron a exportar como antes, y los ingresos generados por la nueva producción terminaron beneficiando a todos.
En Amíérica Latina ocurre algo similar aunque los países han adoptado distintas estrategias de política económica para enfrentar el problema. Una alternativa es no hacer nada, dejar que la moneda se revalúe y forzar a la industria local se vuelva más competitiva, aprovechando entre otras cosas la posibilidad de modernizarse incorporando maquinarias y equipos importados los que ahora son más baratos. En algunos casos no se interviene en el mercado cambiario pero se ayuda a la producción local con algún tipo de subsidio o reducción impositiva. En este campo encontramos a Brasil y Chile, por ejemplo, aunque el Banco Central de este país ha anunciado un programa de intervenciones cambiarias.
La otra alternativa la muestra Argentina. Allí el gobierno interviene activamente para mantener relativamente fijo el tipo de cambio, pero la revaluación sucede igual porque se da a travíés del aumento de los precios internos: la inflación argentina es estimada este año en un 30% mientras que el peso se devaluara alrededor del 10%.
Es que el fenómeno es inevitable, no se puede esconder con maquillaje cambiario. Ahora bien, son esas las únicas alternativas disponibles. Por cierto que no. Un gobierno que observa este proceso de revaluación podría ayudar a la competitividad de la industria desregulando los mercados de forma tal que el costo de producir localmente caiga. Esto es especialmente importante en el caso de los mercados laborales, altamente regulados. Tambiíén podría resignar recursos fiscales y reducir la carga impositiva sobre la producción. Pero muchas veces los gobiernos resisten perder ingresos, es más, suelen buscar aumentarlos lo que complica aun más la situación.
Una alternativa adicional y poco discutida se desprende de la propuesta realizada por F. A. Hayek sobre la competencia de monedas. Para que los exportadores de otros productos, que se ven perjudicados por la revaluación, puedan evitar esos efectos, se podría permitirles que realicen todas sus operaciones en la moneda que reciben.
Esto es, supongamos un exportador chileno de vino a Europa, que suele cobrar sus exportaciones en euros; pues bien la idea es que se le permite operar totalmente en esa moneda, acordando con sus proveedores o empleados el pago en esa moneda. De esta forma elimina el riesgo cambiario que ahora lo perjudica. De la misma forma, un exportador a Estados Unidos podría manejarse en dólares, y así sucesivamente.
Esta alternativa no implica un costo fiscal para el Estado, podría solucionar el problema y además avanza en fortalecer la libertad y el derecho de cada individuo o empresa a utilizar la moneda que estime conveniente. Y destaca, además, que no todas las soluciones han de buscarse en intervenciones que alteran el funcionamiento de los mercados.