Por... Joseph E. Stiglitz
NUEVA YORK – La reunión anual de primavera del Fondo Monetario Internacional fue notable ya que marcó el esfuerzo del Fondo para distanciarse de sus propios dogmas de hace muchos años sobre los controles de capital y la flexibilidad del mercado laboral. Parece que un nuevo FMI gradualmente -y cautelosamente- ha surgido bajo el liderazgo de Dominique Strauss-Kahn.
Poco más de 13 años antes, en la reunión de Hong Kong del FMI en 1997, el Fondo había intentado enmendar su carta para ganar más margen de acción y poder empujar a los países hacia una liberalización del mercado de capital. El momento no podría haber sido menos oportuno: la crisis del este de Asia reciíén se estaba gestando –una crisis que fue, en gran medida, el resultado de la liberalización del mercado de capital en una región que, dada su elevada tasa de ahorros, no la necesitaba en absoluto.
Ese accionar había sido defendido por los mercados financieros de Occidente –y los ministros de Finanzas occidentales que les son tan fieles-. Las desregulación financiera en Estados Unidos fue una causa importante de la crisis global que estalló en 2008, y la liberalización financiera y del mercado de capital en otras partes ayudó a propagar ese trauma “hecho en Estados Unidos†por todo el mundo.
La crisis demostró que los mercados libres y descontrolados no son ni eficientes ni estables. Tampoco necesariamente sirvieron de mucho a la hora de fijar precios (basta con ver la burbuja inmobiliaria), incluyendo los tipos de cambio (que son simplemente el precio de una moneda en tíérminos de otra).
Islandia mostró que responder a la crisis imponiendo controles de capital podía ayudar a los países pequeños a manejar su impacto. Y el “alivio cuantitativo†(QE1) de la Reserva Federal de Estados Unidos tornó inevitable el deceso de la ideología de los mercados sin control: el dinero va hacia donde los mercados piensan que los retornos son más altos. Frente al auge de los mercados emergentes, y con Estados Unidos y Europa de capa caída, era evidente que gran parte de la nueva liquidez que se estaba creando encontraría su destino en los mercados emergentes. Esto resultó especialmente cierto dado que el conducto de críédito de Estados Unidos seguía obturado y muchos bancos comunitarios y regionales todavía estaban en una situación precaria.
El resultante incremento de dinero que ingresó en los mercados emergentes significó que hasta los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales que se oponen ideológicamente a intervenir creen que no tienen otra opción que hacerlo. De hecho, un país tras país ahora optó por intervenir de una manera u otra para impedir que el valor de sus monedas suba por las nubes.
Ahora el FMI bendijo ese tipo de intervenciones –pero, como una concesión para aquellos que todavía no están convencidos, sugiere que se las debería utilizar solamente como un último recurso-. Por el contrario, deberíamos haber aprendido de la crisis que los mercados financieros necesitan regulación, y que los flujos de capital transfronterizos son particularmente peligrosos. Estas regulaciones deberían ser una parte esencial de cualquier sistema para asegurar la estabilidad financiera; recurrir a ellas sólo como un último recurso es una receta para una continua inestabilidad.
Existe un amplio rango de herramientas de gestión de cuentas de capital, y lo mejor es que los países usen un portafolio de estas herramientas. Aún si no son plenamente efectivas, normalmente son mucho mejor que nada.
Pero un cambio aún más importante es el vínculo que el FMI finalmente trazó entre desigualdad e inestabilidad. Esta crisis fue, en gran medida, el resultado del esfuerzo por parte de Estados Unidos de estimular una economía debilitada por una mayor desigualdad a travíés de tasas de interíés bajas y una regulación laxa (que hicieron que mucha gente pidiera prestado mucho más allá de sus posibilidades). Deshacer las consecuencias de este endeudamiento excesivo llevará años. Pero, como nos recuerda otro estudio del FMI, íéste no es un patrón nuevo.
La crisis tambiíén puso a prueba los dogmas de larga data que responsabilizan a la rigidez del mercado laboral por el desempleo, ya que a los países con salarios más flexibles, como Estados Unidos, les fue peor que a las economías del norte de Europa, entre ellas Alemania. Por cierto, conforme los salarios se debiliten, a los trabajadores les resultará aún más difícil devolver lo que deben, y los problemas en el mercado inmobiliario se agravarán. El consumo seguirá siendo limitado, mientras que una recuperación sólida y sostenible no puede basarse en otra burbuja alimentada por la deuda.
Tan desigual como era Estados Unidos antes de la Gran Recesión, la crisis, y la manera en que fue manejada, llevó a una desigualdad de ingresos aún mayor, haciendo que la recuperación fuera mucho más difícil. Estados Unidos se está preparando para su propia versión de un malestar al estilo japoníés.
Sin embargo, existen soluciones para este dilema: fortalecer la negociación colectiva, reestructurar las hipotecas, utilizar zanahorias y bastones para que los bancos vuelvan a prestar dinero, reestructurar las políticas impositivas y de gasto para estimular la economía hoy a travíés de inversiones a largo plazo, e implementar políticas sociales que aseguren oportunidades para todos. Como está hoy en día, con casi una cuarta parte de los ingresos totales y el 40% de la riqueza estadounidense en manos del 1% que más gana, Estados Unidos hoy es menos una “tierra de oportunidades†que incluso la “vieja†Europa.
Para los progresistas, estos datos abismales son parte de la letanía habitual de frustración y furia justificada. Lo que es nuevo es que el FMI se sumó al coro. Como concluyó Strauss-Kahn en su discurso en la Brookings Institution poco antes de la reciente reunión del Fondo: “En definitiva, el empleo y la igualdad son los pilares de la estabilidad y la prosperidad económica, de la estabilidad y de la paz política. Esto está en el corazón del mandato del FMI. Se lo debe colocar en el corazón de la agenda políticaâ€.
Strauss-Kahn está demostrando ser un líder sagaz del FMI. Sólo nos queda esperar que los gobiernos y los mercados financieros presten atención a sus palabras.
Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.