Por... Beatriz De Majo C.
Una protuberante paradoja dentro de la actuación china es que en medio de una agresividad comercial sin parangón en el entorno mundial, sus inversiones fuera de sus fronteras no cuentan ni con el dinamismo ni con el compromiso que caracterizan a sus propias inversiones domíésticas. Para fin de 2009 el valor total de las inversiones en terceros países apenas sobrepasaba los 230.000 millones de dólares. El nivel es apenas similar al de Dinamarca y ligeramente superior al de Taiwán. El inicio de la incursión china fuera de sus costas con inversión de recursos frescos en actividades reproductivas apenas data de la pasada díécada. En medio de una acelerada apertura de la economía, las autoridades veían la actividad externa simplemente como una forma de hacer rendir las inmensas reservas de cash que se acumulaban como consecuencia de sus exportaciones y de los beneficios que se generaban domíésticamente. Ya para fines del siglo pasado el acelerado crecimiento de la economía y de la población comenzaban a hacer imperativo asegurarse fuentes de aprovisionamiento de insumos y de productos intermedios y finales, lo que incentivó el interíés de los gobernantes en nuevas formas de negocios extraterritoriales a travíés de sus propias inversiones.
Un reciente estudio de la Asia Society de los Estados Unidos muestra el despertar de la actividad inversora china en la geografía americana y dibuja cómo, a pesar de que para 2020 los activos chinos en otros países alcanzarían el billón de dólares, Estados Unidos pudiera no ser uno de los más beneficiados con el flujo de fondos, mas no por desinteríés chino en emprender actividades industriales en suelo americano, sino más bien por el peso que tienen los antagonismos políticos dentro del Congreso americano y el Ejecutivo frente a quien es su principal socio comercial. Son numerosos los legisladores que opinan que la determinante gravitación del Estado en la economía china es responsable de que su presencia en los Estados Unidos responda más a un interíés político que a la búsqueda de lucro económico.
No resulta sencillo, ni para los americanos ni para cualquier otro país, comprender que sea el Partido Comunista quien se reserve el derecho de designar y de monitorear las ejecutorias de los altos ejecutivos de sus empresas en el exterior del país.
Y por el otro lado, la baja receptividad que sus inversiones tienen en suelo americano, por parte del Estado, hace que Beijing aplique, por su lado, una política de retaliación a nivel de sus instituciones domíésticas, lo que entorpece notoriamente el establecimiento de empresas americanas como actores en la economía de la gran nación asiática.
Aun con toda la reticencia mutua, los asiáticos han estado incrementando sus flujos de capital invertidos en maquinaria y operaciones industriales en la gran nación americana y, de hecho, ya cuentan con operaciones de negocios en 35 de los 50 Estados de la unión. Sin embargo, aún la actividad no tiene la talla que debería presentar.
Si bien en el terreno comercial los dos líderes de la economía planetaria han generado estrechos lazos, en el de las inversiones manufactureras e industriales el trecho por andar aun es largo y promete ser tortuoso.
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Suerte en su vida y en sus inversiones…