Por... Beatriz De Majo C.
La peor sequía de los últimos siglos ha activado en parte de la geografía china todas las alarmas.
Hunan es la provincia más perjudicada con un millón de ciudadanos sufriendo las penurias de un verano que apenas comienza. 157 ciudades y 13 de las 14 ciudades más importantes tienen al agua racionada. Pero no es solo Hunan la afectada.
El centro, este y el sur del país, se están preparando para una situación de emergencia alimentaria nunca vista. Más de 2.000 barcos cargados de alimentos no han podido despegar de los puertos en el Gran Canal de Pekín-Hangzhou, ya que el nivel de las aguas no permite navegar.
Y peor aún, es que la mayor reserva cultivable de arroz del país, en Anhui, está devastada. El arroz es el primer alimento de la gran nación y requiere para su crecimiento especiales tíécnicas de irrigación artificial. 2,2 millones de personas ya padecen cortes de agua corriente solo en las grandes ciudades, debido al descenso de las lluvias, que se estima este año entre 20 y 90 por ciento, de acuerdo con la región. Se cuentan por decenas de millones el número de campesinos que están viendo sus economías destrozadas por la severidad de la sequía.
Al margen de los anteriores datos numíéricos, los que por tratarse de un país tan vasto y con una población tan enorme son igualmente muy protuberantes, lo más notorio de esta coyuntura es la repercusión económica inmediata y la secuela de los estragos de esta sequía en el conjunto del país.
Está cantado que el desempeño total de la economía va a verse impactado por la necesidad de prestarles prioritaria atención a los descalabros que la falta de agua está ocasionando. Esta circunstancia va a impactar los resultados económicos de 2010, pero los chinos no están tan preocupados por una caída del PIB como de lo que pudiera ocurrir si una situación como la actual se repitiera por varios años seguidos. Las soluciones para paliar la actual crisis son de muy costosa, difícil y lenta ejecución. Pero tampoco es el costo lo que les quita el sueño, sino los plazos requeridos para armar soluciones duraderas y eficientes.
Desviar el río Amarillo hacia el norte de China a travíés de un canal de 500 kilómetros es un proyecto plausible, pero ello no resolvería sino muy tímidamente los problemas que enfrenta Beijing para atender las necesidades de sus ciudadanos.
Es esta circunstancia lo que está poniendo de relieve la fragilidad del modelo de desarrollo adoptado por el gigante asiático, el que puede ser puesto a prueba por un azar incontrolable de la naturaleza.
Estamos hablando de asuntos tan gruesos como la velocidad de expansión de las ciudades, la migración campesina, el crecimiento poblacional engendrado por la bonanza. Ninguno de estos problemas se solventa con la desviación de una vía fluvial.
A esta hora en Occidente estamos apenas viendo la pequeña cúspide de un iceberg cuyo tamaño no alcanzamos a imaginar. Y mientras en China se devanan los sesos para conseguir instrumentos para aliviar sus desastres, en estas otras latitudes aun no estamos viendo cómo la desgracia china puede afectar al resto del planeta.
Posiblemente mucho más que los coletazos de la crisis nuclear de Fukushima, otra alerta de las fuerzas desatadas de la naturaleza.