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Autor Tema: Cuando el gato no está, los ratones bailan...  (Leído 209 veces)

OCIN

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Cuando el gato no está, los ratones bailan...
« en: Junio 12, 2011, 07:18:13 pm »
Por… í–scar Henao Mejí­a
 
Me molesta enormemente cuando alguien que va en un vehí­culo, de servicio público o privado, arroja un papel o la corteza de una fruta a la calle, cuando veo que en las laderas de las quebradas abandonan escombros y basuras, cuando se me vuelve imposible pasar por inadvertido todo lo que, de forma cí­nica y soez, escriben y pintan en las puertas de los baños públicos. Me molesta que, si me dan chico, si no me pillan, si no me ven, tumbo en el contrato y altero las condiciones pactadas.
 La nuestra es una sociedad de guardianes, unos de carne y hueso, de fusil o garrote, que vigilan la unidad residencial, los centros comerciales, las calles, los semáforos, las carreteras, y otros detrás de las cámaras que registran contravenciones de tránsito, que vigilan las estanterí­as de los supermercados, el comportamiento de las barras de fútbol.
 
El territorio de nuestra sociedad es panóptico. En cualquier rincón sabemos que hay ojos que nos controlan y escrutan. Si se desactivaran, nos saldrí­a de inmediato el otro yo, truhán y mezquino.
 La razón está en que, más que para la autonomí­a, nuestra cultura nos ha formado para la heteronomí­a, para depender de otros, para actuar bajo el control de otros.
 
Por naturaleza, ya adherida a nuestros modos de ser, respondemos con mayor facilidad a los requerimientos externos de autoridad o autoritarismo, que a nuestro propio criterio, seguramente, porque aún no hemos formado ese criterio.
 Es posible que, aún desde el sector educativo, formemos, no para la libertad y la autonomí­a personal, y mantengamos unas prácticas que refuerzan el comportamiento heterónomo.
 
Muchas veces tomamos decisiones que deberí­an haber nacido de nuestros estudiantes, resolvemos conflictos que pueden resolver ellos solos, y limitamos el mundo en el que pueden actuar como sujetos responsables.
 La tarea que se encara desde la escolaridad es, entonces, la de ayudar a construir en los sujetos que allí­ comparten una experiencia de vida, una íética de la autonomí­a y de la dignidad, basada en la confianza y el respeto mutuo, y no en el recurso del control y la fuerza de una autoridad exterior; construir la sensación de sentirse parte de un colectivo, dentro del cual, de forma libre y responsable, pueden asumir decisiones racionales.
 
Nuestro proyecto de nacionalidad no puede apuntar a cristalizarse en un paí­s de guardianes, fusiles, garitas de vigilancia y cámaras escrutadoras de los desmanes de los ciudadanos.
 Debe apuntar a fortalecer la sensación de una autonomí­a fuerte. De ahí­ la importancia de ese momento, por díécadas esperado, en que la educación sea la prioridad de la inversión social. Sabemos que todas las demás metas y propósitos se quedan a mitad de camino si la educación no las secunda.

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 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...