Por... Ramiro Velásquez Gómez
Sin conocer aún todas nuestras riquezas, las estamos entregando y perdiendo para siempre. Nos rodean. Por todos los flancos viene una amenaza. En algunos casos ya son realidad. Se hace difícil montar la defensa. Nos tomaron por sorpresa. O, mejor, el silencio fue su aliado.
En San Andríés exploran el mar en busca de petróleo, en una de las reservas de la biosfera más premiadas por Naciones Unidas; Santurbán resistió el primer embate, pero vienen más; la Amazonia se volvería oro, no por su madera, sino por lo que comenzarán a extraerle de sus entrañas, así haya que arrancar raíces de lo que se atraviese; por el Pacífico tambiíén llegaron: la selva de Bahía Solano es el objetivo, aunque logró montarse una defensa que no se sabe cuánto resistirá; el corazón del país tambiíén se agita en La Colosa (Tolima).
Algo perturbador sucede. Colombia, de la noche a la mañana, se volvió interesante para decenas de empresas extranjeras. No vienen a crear mucho empleo ni a generar riqueza. Tampoco en función humanitaria ni para ayudar a salir del atraso evidente de algunas regiones y sus pobladores. No. Vienen tras unos recursos naturales valiosos pero efímeros, que se pueden extraer en pocos lustros, dejando un suelo empobrecido. Y centenares de miles de sueños frustrados.
La lucha se hace dispareja: lograron infiltrar organismos y ciudadanos obnubilados por un fajo de billetes, que desde adentro les entregan información y les conceden permisos sin dolor.
¿En quíé quedó esa visita, una vez elegido, del presidente Juan Manuel Santos a los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta a pedirles a sus dioses sabiduría y fuerzas para defender la naturaleza?
Dicen que volvió el 5 de junio, Día del Medio Ambiente, y se mostró alarmado por el deterioro ambiental. Palabras salidas en medio de unos koguis que, seguramente, trataban de evitar que el viento que aún sopla libre en la Sierra se las llevara.
Quienes defienden el territorio son vistos hoy, a diferencia de quienes lo defendieron contra los españoles, como traidores de la patria que no dejan que el progreso se entronice y la gente progrese. Se les advierte que si no dejan que empresas extranjeras se lleven los recursos, los mineros ilegales, nacionales casi todos, tomarán su lugar y estos, afirman, son más dañinos que cualquier otro mal.
La situación es agobiante, pero ha permitido ver que carecemos de una legislación ambiental clara, que diga dónde sí y dónde no se pueden explotar los recursos con que la naturaleza premió a Colombia, tal parece para que otros se los lleven.
Ha permitido ver, tambiíén, que no se han hecho los suficientes estudios serios, científicos, para conocer más lo que tenemos y entonces sí determinar cómo aprovecharlo mejor.
En el siglo de la biotecnología y la geníética, la nanotecnología y los nuevos materiales, seguimos doblegados ante la retroexcavadora y la motosierra.
Maullido: cada día es más difícil que en el metro le cedan el puesto a una mujer embarazada o a un anciano.