Urge acometer reformas por amenaza de derribo
por Amador G. Ayora en El Economista
Hace una semana, media España se iba de vacaciones pendiente del acuerdo entre republicanos y demócratas en Estados Unidos para ampliar el techo de deuda. El sábado se comenzó a filtrar un principio de acuerdo cuya ratificación se produjo finalmente el pasado martes. El compromiso nacía cojo, ya que, como el logrado el 21 de julio sobre el segundo rescate griego, necesitará de un largo proceso parlamentario para su ratificación.
Todos confiábamos en que el pacto fuera suficiente para devolver la confianza al mercado. Pero no fue así. Y no lo fue, porque desde la semana anterior los inversores escudriñaban a España e Italia, sobre todo a esta última, a la que consideran incapaz de hacer frente a su deuda, equivalente al 120 por ciento de su PIB. Ello disparó el diferencial entre el precio de la deuda española y la alemana por encima de los 400 puntos, el nivel crítico considerado por muchos como de no retorno. Es decir, que los países que lo sobrepasan terminan rescatados.
Los políticos españoles e italianos, en lugar de anunciar medidas inmediatas para restaurar la confianza, salieron simplemente a ratificar, según ellos, que los fundamentos de los dos países son sólidos. En el fondo, creían que el problema provenía de Estados Unidos y de Bruselas. De hecho, Zapatero demoró su intervención hasta el jueves, con los mercados cerrados, hasta conocer la reacción de las agencias de rating sobre el acuerdo americano. La de Moody's se produjo en la noche del miíércoles al jueves, poco despuíés de que Fitch avanzara una impresión positiva.
Pero ahí no estaba sólo el problema. Los datos que se fueron conociendo durante la semana sobre producción manufacturera, peticiones de desempleo o consumo en Estados Unidos apuntaban claramente hacia una fuerte desaceleración de la actividad, próxima a la recesión. La lectura de los mercados era evidente, si EEUU recae en crisis, los países perifíéricos europeos no podrán crecer lo suficiente como para cumplir sus compromisos.
Para colmo, el mecanismo creado para que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) pueda comprar deuda en apoyo de los países del euro no podrá ponerse en marcha hasta fin de año porque requiere una aprobación previa de los Estados miembros. Esta medida se adoptó el pasado 21 de julio para suplir la falta de capital del FEEF, ya que los 440.000 millones con los que cuenta representan menos de la mitad del endeudamiento de España e Italia, que por sí solo suma más de un billón.
El FEEF se dotará con otros 250.000 millones en 2013. Pero su ampliación requiere la ratificación de los parlamentos nacionales de los 17 países miembros del euro. Por eso, el presidente de la Comisión Europea, Josíé Manuel Durao Barroso, pidió en una carta hecha pública el jueves que se ampliara el Fondo. En realidad, su iniciativa no era espontánea. En las conversaciones de los últimos días mantenidas entre los líderes europeos, se puso sobre la mesa la creación de un nuevo fondo dotado con otro medio billón de euros. La suma de ambos es justo lo que requieren España e Italia.
Una vez más, Alemania y Holanda dijeron no a la propuesta. Barroso probablemente la filtró en un intento desesperado por presionar para que saliera adelante. Pero, con ello, provocó la tormenta, porque volvió a poner de manifiesto las fuertes discrepancias en el seno del euro.
La cita importante era el jueves, con la intervención del presidente del Banco Central Europeo (BCE). Jean-Claude Trichet se presentó cargado de novedades: anunció el restablecimiento del mecanismo de liquidez a la banca, las compras de deuda y dejó en suspenso la subida de tipos. La calma se adueñó momentáneamente del mercado.
Trichet destapó sin querer la caja de los truenos, al reconocer implícitamente la oposición alemana a la compra de deuda española e italiana hasta que no hagan más reformas, según se constató despuíés. Los problemas de entendimiento dibujados tanto por Barroso como por Trichet hacen imposible una operación de salvamento de estos dos países. Por eso, Zapatero culpa a Bruselas del batacazo.
Llovía sobre mojado y el temor a un dato de desempleo peor del esperado en Estados Unidos desató el viernes la tormenta. Es necesario aclarar que hubo mala suerte. Tanto los índices Dow Jones como S&P rompieron ese día los stop dados para la venta de acciones, lo que disparó íéstas automáticamente. Algo que ya había ocurrido durante la semana en el Dax alemán y antes en el Ibex español.
El resultado es desastroso, los grandes mercados de valores se han quedado sin referencia, y ello desata más ventas y nerviosismo. Si le gustan las emociones fuertes, lo peor puede estar por llegar. De las tres agencias de rating, sólo se han pronunciado dos sobre el pacto de deuda americano. La tercera, Standard & Poor's, ya advirtió que el recorte es insuficiente. El veredicto de su sentencia se conocerá a finales de agosto, al igual que el de Fitch.
Entretanto, el desconcierto es tremendo, con los jefes de Estado europeos culpándose entre ellos. Zapatero apunta hacia Merkel, mientras íésta y Sarkozy condicionan cualquier ayuda a más reformas. Zapatero se enfrenta tambiíén al propio Rubalcaba y otros políticos que le piden que adelante las elecciones. Quizá no se den cuenta de que el incendio que han provocado puede acabar llevándose por delante a la economía germana y la de la zona euro. De hecho, la mayoría de las casas de análisis apunta hacia una reducción del crecimiento europeo a la mitad. Cualquier tasa por debajo del 1,5 por ciento impediría crear empleo.
Ante la incapacidad de Europa para ponerse de acuerdo, la única esperanza está en la cita de la Reserva Federal del martes próximo. Algunos bancos de inversión esperan que anuncie un restablecimiento de las inyecciones de capital, más conocidas como QE3. Pero ni eso ya surtirá el efecto esperado, puesto que las últimas dos emisiones no han servido más que para hinchar artificialmente el mercado y provocar luego un caída estrepitosa.
Sólo una intervención coordinada de los líderes mundiales puede frenar el deterioro, algo tambiíén impensable, dado el escaso resultado de las reuniones del G-20. Como decía Winston Churchill de sus colegas americanos en la contienda mundial: "Lo único malo que tienen es que prueban todas las alternativas antes de tomar la decisión correcta".
Sólo queda una cosa a la que agarrarse: que los datos de enfriamiento económico no sean tan graves como el mercado descuenta. El fantasma de la Gran Depresión recorre los parquíés. Despuíés de la debacle de 1929, la economía recayó en 1932 y sumió al mundo en el empobrecimiento hasta la Segunda Guerra Mundial, más de una díécada despuíés.
Abróchense los cinturones. í‰sta es una semana de infarto, pero todo es susceptible de empeorar. Las caídas no han hecho más que devolver las cotizaciones a los niveles de aproximadamente hace un año y el mercado a ambos lados del Atlántico estuvo mucho más abajo.
La situación es desesperada, pero no imposible de solventar. Urge tomar medidas tanto en EEUU como en Europa, sobre todo en Italia y en España, que restauren la confianza y eviten un desplome de la economía en los próximos meses. Lo malo es que aquí ningún líder político se da por enterado, hasta que se produce el desastre.