Por... PAUL HAVEN
LA HABANA -- A diario durante los últimos cinco meses, Yusdany Simpson atendía su cafetería a un costado de una calle, bajo un parasol blanco, desde donde trataba de participar en la transformación económica de Cuba al vender emparedados con mayonesa a 12 centavos.
Pero ya no se dedica a eso. El otro día se dirigió a la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), instalada en una vieja mansión de La Habana, para renunciar a su licencia comercial y recibir una carta que la eximía de obligaciones fiscales.
Así, esta madre soltera de 35 años cerró la puerta al intento del gobierno por encender su díébil economía con una chispa de capitalismo.
Y Simpson no fue la primera.
"El día que fui a solicitar mi baja, allá en la ONAT, la mujer (que atendía) se me quedó mirando y dijo: '¿otra baja más de cafetería?'", relató.
Aunque insiste en que Cuba simplemente está haciendo ajustes al socialismo y no adoptando el capitalismo, el presidente Raúl Castro ha impulsado cambios que permiten a los habitantes de la isla trabajar por su cuenta en 178 actividades aprobadas, contratar empleados y alquilar tanto habitaciones como vehículos. El líder cubano ha considerado que estas medidas son cruciales para rescatar a la economía de la isla, y ha advertido a sus compatriotas que no hay un plan alternativo.
Pero menos de un año despuíés de que comenzaron los cambios, las entrevistas con autoridades tributarias de Cuba, funcionarios del gobierno y más de una decena de aspirantes a nuevos empresarios en La Habana revelan un panorama poco alentador para quienes decidieron aceptar los retos del libre mercado.
Esos empresarios en ciernes dicen que enfrentan a competidores que ofrecen productos similares; dependen de consumidores que cuentan con pocos o nulos ingresos disponibles, y carecen de críédito o de capital para comenzar. Además, muchos se sienten asfixiados por las nuevas reglas fiscales y las consideran engorrosas.
Aunque el gobierno afirma que ha dado pasos decididos para atender estos problemas, un hecho fundamental del libre mercado no ha sido suficientemente sopesado en esta isla de 11,2 millones de habitantes: la mayoría de los negocios fracasa, incluso en países desarrollados como Estados Unidos, donde las empresas incipientes pueden obtener príéstamos, comprar insumos al mayoreo, alquilar espacio comercial y realizar investigaciones de mercado.
"Bienvenidos al maravilloso mundo del capitalismo, en el que unos devoran a otros", dijo Ted Henken, profesor del Baruch College en Nueva York, quien ha estudiado ampliamente la economía de Cuba.
"Los empresarios cubanos tienen además que sortear un obstáculo adicional, pues el capitalismo cubano está bastante deforme... y se basa todavía en una desconfianza fundamental hacia los dueños de negocios", dijo. Los líderes cubanos se aferran a la idea de que nadie debe enriquecerse, señaló.
Simpson dice que no soñaba con una fortuna. Abrió su cafíé con la esperanza de hacer un poco de dinero quedándose en casa con su hijo de 2 años, Liuber, pero considera que el proyecto terminó costándole los magros ahorros que había hecho gracias a las remesas que le llegan del exterior.
Añade que pagaba 330 pesos (unos 13 dólares) mensuales en impuestos, y que tambiíén debía reservar dinero para cubrir al final del año un gravamen de 10% sobre las ventas. Ello le dejaba poco o nada de dinero para sí misma. En algunos meses, como en julio, Simpson tuvo incluso píérdidas.
"Yo hice la prueba pero no me dio resultado. Me di cuenta que estaba cogiendo mi propio dinero que me entraba por otros medios para invertirlo en esto... así no, porque para no ganar como se debe mejor no hago nada", dijo a The Associated Press.
Abundan las historias exitosas: los restaurantes elegantes que atraen a extranjeros adinerados, el popular cabaret gay inaugurado en diciembre, el "spa" que ofrece tratamientos faciales y masajes en los pies. Pero la mayoría de los cubanos carece del capital para soñar siquiera con la apertura de semejantes negocios.
Y para quienes operan los cientos de cafíés, puestos de venta de DVDs, talleres de calzado y sastrerías en las calles de la capital, la realidad ha comenzado a manifestarse con toda su crudeza.
Vladimir Regueiro, vicepresidente de la ONAT, reconoció en una entrevista con la AP que las cafeterías, cuyas licencias siguen siendo las más solicitadas desde octubre, cuando comenzaron las reformas, pasan una íépoca particularmente difícil.
"Es una de las actividades que más bajas ha causado; las personas piensan que es la más fácil y por donde vas hay de ellas y el mercado tiene su tope", señaló.
Regueiro dijo que el gobierno ha respondido al declarar una moratoria sobre los impuestos a la nómina, eliminar los pagos de seguridad social para los ancianos que son dueños de negocios, reducir las tasas fijas de impuestos que muchos pagan al mes, elevar el monto de deducibles y recortar los precios mayoristas.
"El tema tributario no es un tema cerrado; hay que monitorear, supervisar permanentemente", dijo. "La idea es que el trabajador por cuenta propia no cierre, sino que triunfe y que genere valor suficiente para reproducirse como actividad y aportar a la sociedad; es por ahí el camino".
Varios dueños de negocios entrevistados por la AP dijeron que una señal de la sinceridad del Estado es el poco contacto que han tenido con inspectores gubernamentales, que en otras íépocas causaban problemas y llegaban a exigir sobornos.
Pero las buenas intenciones del gobierno podrían no bastar.
De acuerdo con estadísticas difundidas en julio, 178.000 personas han recibido licencias para operar negocios desde octubre. Se han unido así a unas 147.000 que han obtenido el derecho de trabajar por su cuenta, tras una apertura previa en la díécada de 1990. Ello suma 325.000, en un país donde el 80% de los empleados trabaja para el gobierno.
Regueiro y otros funcionarios han considerado extraordinarios los resultados y han destacado que el gobierno otorgó más licencias de las que había pronosticado para todo el 2011.
Pero el ritmo parece desacelerarse. La cifra que dieron las autoridades en julio sobre los nuevos poseedores de licencias permaneció prácticamente sin cambios respecto de abril, sin que se diera una explicación de esa nula variación.
Y el total dado por el gobierno no cuenta a quienes optaron por devolver sus licencias. Aunque no hay estadísticas oficiales de estos negocios fallidos, el viceministro del Trabajo, Jorge Barreiro, dijo a la AP en abril que unos 30.000 permisos habían sido devueltos hasta entonces. Seguramente la cifra es mayor ahora.
De los empresarios a quienes la AP ha seguido desde diciembre, Simpson y Danilo Píérez, de 21 años y vendedor de DVDs, han cerrado sus operaciones. Otros dicen que contemplan la posibilidad de arrojar la toalla.
Anisia Cárdenas, costurera, instaló un puesto en el patio de un vecino, alquilando el espacio por 50 pesos (dos dólares) diarios. Incapaz de cubrir sus costos, dijo que dejó de usar el patio en marzo y ahora labora en la cocina de su apartamento en el barrio de El Cerro, de clase trabajadora.
Cárdenas cobra desde 10 pesos (40 centavos) por ajustar unos pantalones y hasta 300 pesos (12 dólares) por confeccionar una blusa. Debe pagar unos 475 pesos (19 dólares mensuales) en impuestos, seguridad social y otros gravámenes, la mayoría de los cuales son fijos, independientemente de la cantidad de dinero que perciba.
Dice que, ni siquiera trabajando siete días a la semana, muchas veces con la ayuda de su hija adolescente, puede hacer que sus ganancias sean superiores a los impuestos.
"El mes pasado tuve que pagar la licencia y la seguridad social; fue un mes malísimo para el negocio", recordó. "Tuve que acudir a mis ahorros en el banco para poder pagar la licencia y demás, o sea que tuve que pagar mas de lo que ganíé; perdí dinero".