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Autor Tema: Abolición de aranceles...  (Leído 259 veces)

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Abolición de aranceles...
« en: Agosto 21, 2011, 05:31:06 pm »
Por...   Alberto Benegas Lynch


Parece increí­ble que a estas alturas del siglo XXI seguimos debatiendo si hay que imponer trabas o no al comercio entre paí­ses. Todaví­a se siguen empleando los argumentos más retrógrados, primitivos y cavernarios del mercantilismo que comenzaron a esgrimirse en el siglo XVII al efecto de bloquear transacciones de bienes y servicios a travíés de las fronteras, como si íéstas fueran delimitaciones mágicas que modifican todos los principios de sensatez y cordura.
La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancí­as más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idíéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos oneroso las erogaciones por unidad de producto con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del paí­s receptor.
Esto mismo es lo que sucedió cuando el refrigerador reemplazó a quienes se veí­an obligados a transportar barras de hielo el hombro o cuando la locomotora diesel reemplazó a los fogoneros de las máquinas de las ví­as fíérreas de antaño. Ese es el progreso. Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en tíérminos reales puesto que ello es consecuencia de las tasas de capitalización.

Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrí­an fabricar como si estuviíéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economí­a. En verdad la cuestión arancelaria no es diferente de los efectos que tendrí­an lugar si se impusieran aduanas interiores en un paí­s o si un productor de cierto bien en el norte descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad. Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congíéneres”. En un sentido contrario, este es el sentido de los duty free que tanto fascinan a todo el mundo los cuales dejarí­an de existir si no se interpusieran los aranceles y tampoco viajarí­an pasajeros con medio mundo a cuestas en proporción a lo cerrado al comercio que sean sus paí­ses de origen puesto allí­ que podrí­an adquirir lo que necesitan en lugar de acarrear pesadas maletas y esconder productos en los lugares más increí­bles del cuerpo para no ser detectados por los antedichos burócratas (por supuesto que los que imponen semejantes legislaciones ingresan mercaderí­as con pasaportes diplomáticos y otras prebendas).

A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que la abolición de aranceles permite ajustar la relación exportación/importación a travíés del tipo de cambio libre. Al exportar ingresan divisas que se deprecian en relación a la moneda local, lo cual estimula las importaciones que, a su vez, aprecian la divisa extranjera debido a la salida de las mismas, lo cual frena las importaciones y estimula las exportaciones y así­ sucesivamente. Todo arancel a las importaciones afecta las exportaciones puesto que disminuye las demandas de divisas que es precisamente lo que incentiva las exportaciones y viceversa.
Sin duda que si los gobiernos introducen alquimias monetarias, manipulaciones del tipo de cambio, endeudamientos estatales que hacen las veces de entrada de capitales y se impone dispersión arancelaria se crea un embrollo que perjudica a las partes en las transacciones comerciales y, especialmente, a los consumidores. El francíés decimonónico Fríédíéric Bastiat tiene infinidad de escritos en los que se burla del llamado “proteccionismo” que en verdad desprotege a los consumidores y le da cubertura a empresarios ineficientes que viven a costa de los demás. En este contexto, en su íépoca sugerí­a se obligue a tapiar todas las ventanas de las casas al efecto de proteger a los fabricantes de candelas de la “competencia desleal del sol”.

En aquellos tiempos del siglo XVI Montaigne escribió sobre el comercio de modo tal que luego lo dicho se conoció como “el dogma Montaigne” que consistí­a en la peregrina idea de que en toda transacción la parte que hace entrega de dinero pierde mientras que quien la recibe gana, situación que modernamente se denomina “suma cero” en el contexto de la teorí­a de los juegos. Pues bien, la miopí­a de Montaigne y sus seguidores no les permite ver que en toda transacción ambas partes ganan: el que entrega dinero es porque aprecia más el bien o servicio recibido que la suma que entrega a cambio, de lo contrario no hubiera realizado la operación. De aquella falacia deriva la noción la balanza comercial favorable si se exporta más de lo que se importa y la supuesta ventaja de acumular dinero.

En realidad lo ideal para un paí­s serí­a solamente importar sin exportar nada, es decir arrasar con los bienes y servicios del mundo sin tener que llevar a cabo exportación alguna. Es lo mismo que sucede con cada uno de nosotros: es difí­cil de imaginar una situación más grata que la de comprar y comprar de todo sin necesidad de vender nada. Lamentablemente nos vemos obligados a vender bienes o servicios para poder adquirir lo que necesitamos, lo mismo ocurre con un conjunto de personas que viven en un paí­s las cuales deben vender al extranjero para poder comprarles o, de lo contrario, deben ingresar capitales al paí­s para poder financiar dichas adquisiciones. Por estas falacias es que Jacques Rueff en The Balance of Payments aconseja que los gobiernos no lleven las estadí­sticas del comercio exterior ya que constituyen una tentación para intervenir en el mercado que es cuando se suceden los desajustes mencionados.
Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta bajo el costo que se dice exterminarí­a la industria local sin percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y la situación no se deba a quebrantos impuestos por el mercado, saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo el costo y revende al precio de mercado. Pero generalmente nadie se toma siquiera la contabilidad del proveedor en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que con capaces de hacer ellos. Lo peligroso es el dumping gubernamental puesto que se realiza forzosamente con los recursos del contribuyente, de todos modos, en este caso, los perjudicados son los residentes en el paí­s que impone esta medida pero son beneficiarios quienes reciben en el exterior regalos a travíés de bienes más baratos que los que se ofrecen en el mercado.

Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se anulan esos tremendos esfuerzos a travíés de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Kenneth Boulding en su clásico Análisis Económico concluye que “para estudiar adecuadamente los aranceles debemos considerarlos como aumentos artificiales en el coste de transporte […] Lo mismo que los ferrocarriles son un dispositivo para disminuir el coste de transporte entre dos lugares, los aranceles son un dispositivo para aumentarlo. Así­ pues, un defensor razonable de los aranceles debe demostrar su lógica estando dispuesto a defender el retorno a los tiempos del caballo y la diligencia”.

En general los defensores de los aranceles son empresarios prebendarios con el apoyo logí­stico de intelectuales partidarios de esa contradicción en tíérminos denominada “economí­a cerrada” (“vivir con lo nuestro” es su triste grito de guerra), pero si se compara con los millones de consumidores perjudicados comprobamos lo que puede hacer una minorí­a decidida. Vilfredo Pareto escribió que “el privilegio, incluso si debe costar 100 a la masa y no producir más que 50 a los privilegiados, perdiíéndose el resto en falsos costes, será en general bien aceptado, puesto que la masa no comprende que está siendo despojada, mientras que los privilegiados se dan perfecta cuenta de las ventajas de las que gozan”. Hay un dí¨já vu en todo esto. En la revolución rusa contra el terror blanco de los zares, en lugar de encaminarse al gobierno constitucional tal como se vení­a prometiendo, Lenin con un grupo reducido, en el escuálido Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de 1903, se apropió del tíérmino bolchevique (mayorí­a) para relegar a segundo tíérmino a los mencheviques (minorí­a). Este movimiento, en un paí­s que en aquel entonces contaba con ciento cincuenta millones de personas, en sus mejores momentos nunca superó las diez mil (todas intelectuales, salvo en una oportunidad que se confirmó en un cargo a un campesino que resultó ser espí­a de la policí­a de Kerenski, antes de desencadenarse el terror rojo).
En resumen, respecto al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los paí­ses pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos […] Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemí­sticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”.



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