Por... Walden Bello
“China es hoy el Estado capitalista ideal: libertad para el capital, con un Estado que hace el ‘trabajo sucio’ de controlar a los trabajadores", escribe el destacado filósofo eslovaco Slavoj Zizek. "En su condición de potencia emergente del siglo XXI, China... parece representar una nueva clase de capitalismo: desprecio por las consecuencias ecológicas, desdíén por los derechos de los trabajadores, todo subordinado al impulso implacable de desarrollarse y transformarse en la nueva potencia mundial".
Capital veleidosoEl capital, sin embargo, es un amante veleidoso. En los últimos tiempos, cada vez son más los dirigentes que tienen dudas sobre el "modelo chino" que ha jugado un papel tan central en la globalización de la producción y los mercados en las últimas tres díécadas.
El alivio con que los círculos corporativos recibieron la recuperación del este asiático impulsada por el voluminoso programa de estímulos chino de US$ 580 mil millones en 2009, ha dejado lugar a la preocupación por la explosión potencial de la burbuja inmobiliaria, las poderosas presiones inflacionarias y la enorme sobreproducción originada en la inversión incontrolada. Hay además una sensación de que el liderazgo chino, en su impulso por pasar de una estrategia de crecimiento orientado a la exportación a otra centrada en el mercado interno (un cambio que para muchos es urgente, ya que los mercados tradicionales de China en Estados Unidos y Europa están viciados por un estancamiento de largo aliento), está librando una batalla perdida contra intereses y estructuras muy afianzadas.
Pero es la sensación de que la fuente clave de rentabilidad de las grandes empresas –la mano de obra china- no seguirá siendo ni dócil ni barata por mucho tiempo más, lo que más fastidia a los huíéspedes empresariales del país, así como a su emergente clase capitalista. Y muchos temen que esa misma implacabilidad de la que habla Zizek –la mano de hierro que el Estado chino ha aplicado en las últimas tres díécadas para lograr el invencible "precio chino"- se haya vuelto parte central del problema.
La preocupación se hizo palpable por primera vez el año pasado, cuando los trabajadores de varias empresas transnacionales afincadas en el sureste chino, como Honda y Toyota, se declararon en huelga y exitosamente lograron arrancarle a las empresas aumentos salariales sustanciales. Para sorpresa de los inversionistas extranjeros, el gobierno no se opuso a los reclamos de los trabajadores por mejores salarios, y eso llevo a algunos a especular que el ríégimen consideraba esas huelgas como complementarias a sus esfuerzos por reorientar la economía, de un crecimiento orientado a la exportación a otro basado en incrementar el consumo interno.
La ola de huelgas se aplacó, pero la aparición de una segunda ola de protestas, esta vez con expresiones más violentas como motines y disturbios, viene generando preocupación tanto en el gobierno como en las elites capitalistas. La base social de las masas que participan en estas últimas protestas no es la de los trabajadores relativamente educados y mejor pagos de las grandes subsidiarias japonesas, sino la de los trabajadores migrantes (internos) de bajos salarios, que trabajan para empresas pequeñas y medianas de propiedad china que producen bienes para compradores extranjeros. Zengcheng, uno de los centros de las protestas, alberga cientos de empresas subcontratistas especializadas en la producción masiva de pantalones vaqueros (blue jeans) de marca, que luego se venden con distintas marcas en las grandes cadenas de venta al público como Target y Walmart en Estados Unidos.
Conscientes del hecho que la Provincia de Guangdong, donde han surgido la mayoría de las protestas, es responsable de un tercio de las exportaciones del país, las autoridades chinas han respondido con la fuerza. Pero la represión policial no logrará la estabilidad, dice un informe de una de las usinas de pensamiento estratíégico del gobierno, el Centro de Investigaciones para el Desarrollo del Consejo de Estado. "Los trabajadores migrantes están marginados en las ciudades" dice el informe, "tratados como mera mano de obra barata, no son absorbidos por las ciudades e incluso son desatendidos, discriminados y maltratados". El informe advierte, "Si la sociedad urbana no los absorbe, y no disfrutan de los derechos que les corresponden, se acumularán muchos conflictos... Si no se maneja correctamente esta situación, ella degenerará en una importante amenaza de desestabilización".
El problema, sin embargo, es estructural y no parece haber ninguna salida fácil. Las reservas de mano de obra rural del interior de China aparentemente inagotables fueron las que mantuvieron los salarios bajos y una mínima organización sindical de los trabajadores a lo largo de las últimas tres díécadas. Ahora, el suministro de mano de obra en las provincias costeras orientadas a la exportación podría estarse terminando, lo que implicaría un aumento constante de los salarios, una mayor militancia entre los trabajadores, y el fin del â€precio chinoâ€.
¿El despegue de Brasil?“Cooperación Sur-Sur" fue lo que supusieron muchos observadores, cuando al finalizar su viaje a China la nueva Presidenta brasileña Dilma Rousseff anunció que Foxconn International Holdings, el mayor fabricante de aparatos electrónicos por contrato, iba a reubicar parte de sus operaciones de China a Brasil, y que se esperaba invirtiera US$12 mil millones en la construcción de fábricas en su país. Pero, aparentemente, había más en esta movida que un gesto de "solidaridad BRIC". Foxconn, productor de iPhones y de iPads para Apple, de computadoras para Dell, y de muchos otros dispositivos para distintos clientes muy reconocidos de la industria de alta tecnología en el mundo, dio píérdidas en 2010 debido a los costos crecientes de la mano de obra china.
Foxconn no es el único que está votando con sus pies y trasladándose a Brasil. La razón clave por la cual los inversionistas emigran a Brasil es al parecer que el país bajo el gobierno de Lula no sólo se hizo amigable para con el capital, con atractivas leyes de inversión extranjera y la aplicación de políticas macroeconómicas conservadoras, sino que además ha aplicado políticas sociales que promueven la estabilidad. Una de las voces más entusiastas en la promoción de Brasil es la revista The Economist que el 12 de noviembre de 2009, comparando a Brasil con China y otros "mercados emergentes" para la inversión, decía:
“A diferencia de China, es una democracia. A diferencia de India no tiene movimientos insurgentes, ni conflictos íétnicos o religiosos, ni vecinos hostiles. A diferencia de Rusia, exporta otras cosas aparte de petróleo y armas, y trata a los inversionistas extranjeros con respeto. Bajo la presidencia de Luis Ignacio Lula da Silva, un ex dirigente sindical que nació en la pobreza, el gobierno de Brasil ha avanzado en la reducción de las profundas desigualdades que desfiguraron por tanto tiempo al país. Ciertamente, si hablamos de política social inteligente y de promover el consumo interno, el mundo en desarrollo tiene mucho más que aprender de Brasil que de China".
Siguiendo con sus loas al Brasil de Lula, la revista expresa: “La inversión extranjera viene a raudales, atraída por un mercado impulsado por la reducción de la pobreza y una clase media baja en franca expansión. El país ha logrado establecer algunas instituciones políticas fuertes. Una prensa libre y vigorosa que pone al descubierto la corrupción -aunque existe mucha, y en su mayor parte logra salir impune". Y concluye que "el despegue es aún más admirable porque se ha logrado mediante reformas y la construcción de un consenso democrático. Ojalá China pudiera decir los mismo".
Lula parece haber cuadrado el círculo. ¿Será eso verdad? El analista progresista Perry Anderson cree que sí. En un largo e iluminador artículo en el London Review of Books (31 de marzo de 2011
http://www.lrb.co.uk/v33/n07/perry-anderson/lulas-brazil), plantea que la innovación de Lula consistió en combinar una política macroeconómica conservadora y políticas amigables para la inversión extranjera, con un programa para combatir la pobreza --la llamada Bolsa de Familia-- que tiene un costo relativamente bajo en tíérminos de gasto estatal pero que ha tenido impactos políticos y sociales significativos. Se trata de un programa de ayudas monetarias, condicionado a que los padres mantengan a los niños de la familia en la escuela y los lleven a controles míédicos periódicos. La bolsa, según algunas estimaciones, ha contribuido a reducir el número de personas pobres, que pasaron de 50 a 30 millones -y de esta forma transformó a Lula en uno de los pocos políticos con más popularidad al final de su mandato que al comienzo. En lo que refiere a los trabajadores organizados, que representan el 17 por ciento de la mano de obra brasileña, ha habido mayoritariamente conformidad en seguir el liderazgo de Lula, un hombre que surgió de las bases para transformarse en el líder sindical más importante del país antes de iniciar su carrera política.
¿El momento de Indonesia?Un entusiasmo similar marca hoy los comentarios de la prensa de negocios respecto de Indonesia. Brasil e Indonesia son a grandes rasgos comparables en tíérminos de población y extensión geográfica. Mientras Brasil es la octava economía del mundo, Indonesia es la díécimo octava. Ambos países han sorteado la crisis económica mundial, prácticamente sin roces, al basar sus economías en buena medida en el comercio interno y no en las exportaciones, aunque ambos albergan poderosos sectores exportadores. Mientras el resto de los vecinos de Indonesia que orientan sus economías a la exportación sufrieron una importante disminución de su crecimiento económico en el pico de la crisis económica en 2009, este país logró un crecimiento nada menos que del 4,6 por ciento.
En los últimos años, según Mari Pangestu, Ministra de Comercio, el país ha sido receptor de “muchas [empresas] desplazadas†de China, inducidas por “la [apreciación del] yuan, el aumento de los salarios, la regulación laboral estricta y todos los problemas que tuvo que enfrentar Chinaâ€. Con salarios promedio que hoy son más bajos que en China en muchos sectores, incluido el de la tecnología de la información, Indonesia se está transformando en una opción para la reubicación de empresas que están preocupadas por los aumentos salariales de dos dígitos en China y Vietnam. La inversión extranjera ascendió a unos US$15 mil millones en 2008, se tambaleó y cayó a US$10 mil millones en 2009, se recuperó con US$12.500 millones en 2010, y se espera que ascienda a US$14.500 millones en 2011.
El Foro Económico Mundial (FEM) para Asia Oriental se realizó este año en Yakarta el 12 y 13 de junio, y vino aparejado de un respaldo entusiasta para Indonesia de la principal agencia de promoción del capital mundial. En su informe sobre la "competitividad" de Indonesia, el FEM destaca: “Entre las fortalezas de Indonesia, es de resaltar su ambiente macroeconómico... El rápido crecimiento y un buen manejo fiscal le han dado solidez fiscal al país. El peso de la deuda se redujo drásticamente, y la calificación crediticia del país ha mejorado". Tambiíén señala que "como una de las primeras 20 economías más grandes del mundo, Indonesia dispone de una gran reserva de consumidores potenciales, así como de una clase media en rápido crecimiento, de gran interíés tanto para los inversionistas locales como para los extranjeros". La infraestructura es un gran cuello de botella, pero al capital extranjero se le hace agua la boca con la posibilidad de proporcionarla, con el Wall Street Journal a la cabeza, que en un editorial que es de resto bastante elogioso, advierte al gobierno que debe ceder el suministro de infraestructura al sector privado y al capital extranjero.
Mas lo que hace más atractivo a Indonesia para el capital extranjero es su gobernanza. La corrupción sigue siendo un problema omnipresente y algunos sectores empresariales de capital extranjero se quejan de que el código del trabajo revisado es más beneficioso para los trabajadores que para el capital. Pero se sostiene que el país ha sorteado con íéxito la caída de la dictadura de Suharto, la crisis financiera asiática, y el período caótico de experimentación democrática. Trece años despuíés del derrocamiento de Suharto, la ventaja singular de Indonesia es según se dice, ofrecer al capital mundial un "crecimiento rápido con estabilidad democrática". Si bien no hay ningún programa como la "bolsa" de Brasil, la reducción de la pobreza en Indonesia es celebrada con bombos y platillos en Naciones Unidas y en el Banco Mundial como una de las más impresionantes en todo el mundo, con un número de personas que viven en la pobreza estimado en el 13 por ciento de la población. A esto ha contribuido lo que muchos ven como uno de los pocos legados positivos del ríégimen de Suharto: un programa exitoso de control demográfico.
El papel de Lula en Brasil ha sido desempeñado en Indonesia por el Presidente Susilo Bambang Yudhoyono, un ex general de Suharto a quien se le atribuye la estabilización de la economía del país al mismo tiempo que consolidó la gobernanza democrática durante su primer período de gobierno entre 2004 y 2009. Al igual que Lula, Yudhoyono no sólo goza de popularidad entre el capital mundial, sino además entre la población: en la campaña de 2009 para un segundo mandato obtuvo una victoria incuestionable. Y de la misma forma en que Lula no se comportó en el gobierno como el representante de los trabajadores que supo ser, Yudhoyono - "SBY" para la mayoría de los indonesios- no ha gobernado con el verticalismo que podría esperarse de un ex-militar.
Para muchos izquierdistas en ambos países, sin embargo, la situación social dista mucho de ser ideal, y consideran que la formula de Lula y SBY de favorecer al capital y mitigar la pobreza es una fórmula errónea para solucionar los enormes problemas de sus países. Su escepticismo no es injustificado. Según el Instituto de Investigación Económica Aplicada de Brasil (
http://www.ipea.gov.br/portal/), la desigualdad social no se ha modificado en 25 años: la mitad del ingreso total del país está en manos del 10% más rico, y tan sólo el 10% de la riqueza nacional se reparte entre el 50% más pobre. Debido al saqueo continuo a manso de poderosos intereses madereros con amigos en altos cargos de gobierno, la tasa de deforestación de Indonesia es la díécima más alta del planeta, y íésta es la razón principal por la cual el país ha ascendido al tercer lugar en la lista de los mayores emisores de gases de efecto invernadero. Por el momento, sin embargo, estos críticos disidentes son una minoría contenida.
¿Necesita el capital mundial regímenes más liberales?Pasará un tiempo antes que China sea desplazada de su posición dominante como lugar preferido de las inversiones del capital mundial, pero los temores de este último se están dejando sentir cada vez con mayor peso. Zizek tiene razón, y está equivocado: parece que aun cuando el gobierno autoritario de mano de hierro fue funcional a los intereses del capital mundial durante las últimas dos díécadas, tambiíén, en opinión de los huíéspedes empresariales de China, produjo una organización política del Estado con profundas fisuras que ahora hacen frecuentemente erupción. Su gran preocupación respecto de China es que el país se está transformando en una olla a presión con pocas válvulas de seguridad, mientras que el Partido Comunista se torna más duro con los trabajadores y más intransigente con las iniciativas democráticas.
Todo parece indicar que para garantizar la reproducción estable de las relaciones capitalistas durante la fase actual de la economía mundial, desde la perspectiva del capital, conviene más apostar a los sistemas políticos más abiertos que permiten que los conflictos se resuelvan por la vía electoral y que poseen regímenes laborales más liberales. La ironía de la situación es que hasta las propias empresas chinas podrían eventualmente encontrar que los regímenes sociales de Brasil o Indonesia son más beneficiosos para su rentabilidad y un crecimiento estable que la propia China.