‘Pero en verdad, ¿quíé está pasando?’, me preguntan vecinos, conocidos, amigos; las versiones oficiales no cuadran con las percepciones de la ciudadanía. Tanto se ha dicho, tanto se ha prometido, tanto se ha utilizado el ‘mañana sí’, que hasta los más críédulos ya están dudando. ‘Pero en verdad, ¿quíé está pasando?’.
En dos palabras. El mundo hoy tiene cinco problemas.
1) muchos de los elementos del planeta: familias, países, personas, empresas, deben una pasta que muchísimos de ellos no pueden pagar,
2) no se crece o se crece poquísimo porque el planeta se ha acostumbrado a crecer a críédito, un modo de crecer que ya no da más de sí,
3) el crecimiento habido en estos últimos veinte años ha estado basado en el consumo de lo máximo posible de todo por parte de todos y de forma creciente, y la demanda ya ha agotado sus capacidad de endeudamiento,
4) se ha estado suponiendo que la oferta de recursos era ilimitada, y ahora se sabe que eso no es así, y
5) cada vez es necesario menos factor trabajo.
Decía ‘cinco problemas’ en base al modelo económico que adoptamos en los 1950s, unos problemas que son irresolubles porque son problemas nacidos del funcionamiento del modelo, es decir, no es posible resolver esos problemas, hay que cambiar el modelo.
Pero cambiar de modelo tiene consecuencias porque el modelo que hay que adoptar no estará basado en la abundancia sino en la escasez: asumir que un porrón de deuda no será pagada, que se producirá una caída abrupta en el crecimiento potencial, que el nivel de bienestar decrecerá para una gran mayoría, que el desempleo estructural del factor trabajo será muy elevado, que una proporción elevada de personas no van a ser necesarias para producir nada que nadie va a consumir, …
Terrible, ya, pero la dinámica histórica lleva a situaciones inevitables: la Gran Depresión fue inevitable porque el modelo entonces en uso no fue capaz de asumir el aumento de productividad que se produjo en los años veinte; nuestro modelo fue inevitable porque el consumo era la única forma para dar salida a ese aumento de productividad (lo que sucede es que mientras ha durado los efectos han sido geniales); un modelo basado en la optimización es inevitable para afrontar un escenario de recursos escasos.
Con voluntad, arrojo, coordinación, sacrificio, compenetración, y aparcando egoísmos e individualismos se puede mitigar y amortiguar los efectos de lo que está viniendo, pero eso que está viniendo no se puede, NO SE PUEDE, evitar.
Lo único que depende de nosotros es como queremos que sea esta crisis: o terrible, horrorosa y salvage, o muy mala, muy penosa y muy dolorosa. Yo, la verdad, escogería lo segundo. Y soy optimista: pienso que se escogerá, por instinto de supervivencia: por inevitabilidad.
¡Ah!, y por decimosíéptima vez: no se trata de una segunda recesión, ni de una vuelta a la recesión, ni de un corte en la recuperación: lo que hoy sucede es un paso más en la crisis sistíémica que comenzó en el 2007, al igual que lo será la mayor caída que sucederá mañana. Pienso que sería útil que se fuese admitiendo eso, incluso por aquellos que ahora lo dicen aunque antes lo negasen.
(Y eso-que-se-dice-que-se-ha-perdido: la confianza; bueno, se confió en que los recursos de que podía disponerse lo eran en una cantidad ilimitada, y ya ven donde estamos. Se confía en que ocurrirá aquello que se precisa para que suceda lo que se desea, independientemente de que sea posible, cierto o verdadero, y claro, luego pasa lo que pasa. Durante unos años, ¡bote!, salió bien, pero cuando eso ha dejado de ser así … se ha perdido la confianza. ¡Hombre, claro!; ¿quíé se esperaba que iba a suceder?).
Santiago Niñó-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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