Por... Jorge Barrientos Marín
No cabe duda de que el mayor peligro para la sobrevivencia de la Unión Europea, como proyecto político, y del euro, como proyecto económico, es Grecia.
Las medidas requeridas para conjurar la crisis son urgentes, sin vacilación y en especial, sin remordimiento.
La situación es tan crítica que el primer ministro anunció la semana pasada que el dinero en caja le alcanzaría solo para pagar la nómina estatal de octubre.
Aunado a eso, íngela Merkel anunció que de ser necesario gestionaría un paquete de ayuda a los bancos alemanes y franceses con alta exposición a la deuda griega y apuntó que una salida de Grecia de la Unión no debe ser un tabú, la retirada ordenada de un miembro puede ser plenamente factible, incluso deseable.
Las señales no pueden ser más claras, los líderes europeos y los mercados temen lo peor: un impago de Grecia.
Los líderes europeos tambiíén envían un mensaje prístino, harán lo posible porque Grecia no caiga, pero si cae no dejarán que arrastre a Europa entera.
Para los griegos, los caminos, ambos poco deseables, son dos.
Primero, cumplen con lo pactado para acceder al segundo paquete de rescate (ajuste fiscal, menos salario para los empleados estatales incluidos profesores, más y nuevos impuestos, llevar a cabo las privatizaciones) o, segundo, salir de la Unión monetaria, abandonar el euro y dejar de pagar, pues ya su abultada deuda se multiplicaría en proporción directa a la tasa de devaluación de la moneda que adopten, posiblemente el Dracma.
La última alternativa sería la catástrofe para Grecia no solo por el impago que supone, sino que lo más difícil sería evitar la más que probable quiebra del sistema financiero, que se daría a travíés de la temida corrida bancaria, para evitar esto al gobierno solo le queda como alternativa prohibir terminantemente a los bancos devolverles la totalidad del dinero a los ahorradores e inversionistas.
Los temores tienen fundamento.
Cifras conservadoras señalan que cerca de 40 mil millones de euros han sido sacados de Grecia en el último año por las familias. Durante la crisis Argentina de 2001 a eso se le llamó el corralito.
Si bien el panorama para la Eurozona es castaño, para los griegos es bastante oscuro.
Cualquiera de los caminos es indeseable, doloroso y devolvería a Grecia a los años difíciles de la posdictadura, cuando la pobreza campeaba, con el problema adicional de una clase media a punto de desaparecer asfixiada por los crecientes impuestos y una juventud decepcionada que afronta una tasa de desempleo cercana al 35 por ciento.
Si Zenón de Citio viviera seguro le diría al Primer Ministro griego y su gabinete que, mediante campañas educativas de la muy antigua filosofía griega, la clase política debe aprender los preceptos la doctrina Estoica, muy popular en el Siglo III a C, en particular les recomendaría que en estos tiempos difíciles traten de alcanzar la libertad y la tranquilidad renunciando a los bienes materiales (no vivir más allá de sus posibilidades) y, por el contrario, dedicarse a una vida guiada por la razón y la virtud, y el sentido común, añadiría yo.
Además, Zenón remataría, con sarcasmo, que es deber de todo buen griego tomarse las adversidades de la vida, en particular el doloroso ajuste fiscal y el posible abandono del euro, con fortaleza y resignación, es decir con estoicismo.