Por... ílvaro Sanabria Duque
Un modelo de juego de suma cero
Los juegos de suma cero, conocidos tambiíén como juegos no cooperativos, son aquellos en los cuales el monto que ganan los vencedores es exactamente igual a la cantidad que pierden los vencidos (el juego de póker es un prototipo clásico de suma cero). Por el contrario, los juegos de suma no cero o juegos cooperativos son aquellos en los que todos ganan. Este último caso se ejemplifica con la economía en la que un aumento de la productividad, por citar un caso, al permitir que los precios bajen, puede ampliar el mercado y favorecer a consumidores y productores, pues los demandantes se benefician de precios más baratos y los productores pueden aumentar sus ganancias totales por el crecimiento de las cantidades vendidas. Pero el capital, en su última etapa, ha convertido las relaciones económicas en juegos de suma cero en los que la lógica de la desposesión pasa a ocupar el lugar central de la racionalidad económica.
El primero en señalar que un aumento en los salarios no implica necesariamente, como consecuencia, una disminución en las ganancias fue Marx, quien demostró que las mejoras en la eficiencia productiva, que significan producir más con los mismos recursos (en el lenguaje marxista, aumentos en la plusvalía relativa), hacen posible que el diferencial se pueda repartir entre capitalistas y trabajadores, y que, independientemente de cómo tenga lugar tal repartición, las dos variables pueden aumentar simultáneamente. En otras palabras, la distribución del ingreso en la sociedad no es por definición un juego de suma cero, tal como se desprende de las tesis de Adam Smith y David Ricardo.
Los 30 años que transcurrieron entre 1945 y 1975 fueron prueba de que ganancias y salarios pueden subir simultáneamente. A partir de este último año se impone la tesis de que los aumentos salariales provocan inflación y reducen las posibilidades de inversión, bajo el supuesto de que ganancias y salarios deben tener comportamientos inversos. El descenso en los salarios o, en el mejor de los casos, el estancamiento es el primer hecho que da pistas sobre lo que hoy sucede y muestra a los trabajadores como los primeros grandes perdedores en la nueva situación que se impone desde mediados de los 70 del siglo XX.
En contrapartida, tenemos como grandes ganadores a los individuos de alto patrimonio neto (High Net-Worth Individuals, HNWI, su sigla en inglíés), que vienen separándose cada vez más del resto de los mortales e incluso siguen ganando con la crisis. Según el 15º Informe Anual sobre la Riqueza en el Mundo, publicado en junio de este año por Merrill Lynch Global Wealth Management y Capgemini, los más ricos aumentaron su número y su riqueza en 2010 y superaron los niveles de 2007, previos a la crisis, en todas las regiones con peso significativo en la economía mundial, incluidos los países emergentes. El aumento poblacional de los HNWI en ese período fue de 10,2 por ciento y hoy suman 11,9 millones de personas (0,1% del total) y un crecimiento de su patrimonio financiero de 9,7 por ciento hasta alcanzar 42,7 billones de dólares estadounidenses (millones de millones).
Este ‘logro’ de los más ricos ha estado acompañado de un favorecimiento cada vez mayor de la legislación estatal. Desde el 66,4 por ciento que pagaba una familia norteamericana de ingresos equivalentes a un millón de dólares por año en 1945 (ver Gráfico), se pasó a 32,4 en 2010, debilitando los ingresos de los Estados, que por esa razón se constituyen en los segundos grandes perdedores. Estados y familias enfrentan la disminución de sus ingresos, entregándose al críédito y entrando en una espiral de deudas que son la segunda pista para entender la problemática actual.
En tercer lugar, se asiste a un cambio en la jerarquía de los mecanismos de acumulación de riqueza, en el que los dividendos y los intereses le ceden el paso a las ganancias derivadas de los diferenciales de precios en la compra-venta de activos, acelerándose el proceso de circulación de la propiedad del capital que en ese juego de compra-venta de títulos centra la expectativa del enriquecimiento personal o institucional. Y si seguimos hablando de juego es porque los temores de Keynes de que el capitalismo se convirtiera para sus íélites en pura especulación se están cumpliendo. El capitalismo casino se ha consolidado, y en esa nueva racionalidad el dato del crecimiento pasa a segundo plano, pues, como en un juego de cartas, aún si el monto de la mesa es fijo, se pueden esperar ganancias desposeyendo a otros.
Ahora, como cuarto y último elemento, tenemos la cada vez más asimíétrica distribución de la producción de mercancías, que con la nueva división internacional del trabajo propicia balanzas comerciales persistentemente superavitarias en unos países (el ejemplo clásico es el de Alemania, China y Japón) y crónicamente deficitarias en otros (caso paradigmático, Estados Unidos). Para estos últimos Estados, tal condición se suma a la regresión de los impuestos que completan las razones de un endeudamiento estructural (se estima que la deuda pública de la Unión Europea, del 66,3 por ciento en el momento del estallido de la crisis, llegará a poco más o menos el 90 por ciento en 2012), cuya reversión sólo es posible mediante un reajuste estructural de la economía mundial.