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Autor Tema: Estados Unidos se resfrí­a...  (Leído 231 veces)

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Estados Unidos se resfrí­a...
« en: Noviembre 28, 2011, 08:11:19 pm »
Por...  Carlos Parodi


Dicen que cuando Estados Unidos se resfrí­a el mundo estornuda. El dicho está vigente desde hace siglos y va cambiando de acuerdo con el orden mundial y los paí­ses que lo encabezan. Pues bien: EE.UU. está resfriado. ¿Cuáles serán los alcances de este catarro? Las dudas y los temores son globales.
 
La crisis de los Estados Unidos, que estalló en septiembre del 2008, consistió en un virtual colapso del sistema financiero seguido por una recesión con efectos negativos en el campo social: el número de pobres aumentó de 37 millones a 46 millones entre el 2007 y el 2010.
 
Sin embargo, las crisis financieras no son fenómenos nuevos, sino parte de la historia. Y desde la crisis de los tulipanes en Holanda, en 1634, muestran un denominador común: son crisis de sobreendeudamiento; y la estadounidense no es la excepción. Cuando las entidades financieras privadas no pueden cobrar lo que prestaron, los gobiernos asumen la deuda para evitar un colapso completo del sistema. Como resultado, la deuda privada se convierte en deuda pública; en paralelo se implementan programas de estí­mulo económico con el objetivo de reactivar la economí­a, es decir, aumentos en el gasto público para compensar la reducción del gasto privado, consecuencia de la crisis. De esta manera, a la crisis financiera originada en el sector privado le sigue una crisis fiscal.
 
Los casos de los Estados Unidos y de varias economí­as europeas se complican aun más porque ya tení­an altos niveles de endeudamiento antes de la crisis. Entre el 2008 y el 2011, Estados Unidos ha transitado por las fases mencionadas hasta que el gobierno ya no pudo endeudarse más para seguir estimulando la economí­a; solo quedó el ajuste: gastar menos. La lección que queda es: no es posible gastar por encima de los ingresos de manera indefinida, verdad aplicable al sector privado y al público.
 
La crisis afecta al resto del mundo porque Estados Unidos es el principal demandante de bienes y servicios del planeta, China incluida. Si Estados Unidos compra menos China producirá menos, pues siempre observa cómo se reducen sus principales mercados; los tres motores de la economí­a mundial se frenan y, con ellos, la economí­a mundial. En el 2009, íésta experimentó una recesión de –0,5%. (En los Estados Unidos fue de –2,6%, y en la eurozona, de –4,1%. El Perú, luego de crecer 9,8% en el 2008, lo hizo solo en 0,9% en el 2009.) Como consecuencia, el PBI de Amíérica Latina cayó en –1,7%. China, gracias a su mercado interno, creció 9,2%.
 
Aunque no es posible todaví­a saber si se trata de una desaceleración de la economí­a mundial (menor crecimiento del PBI) o de una recesión (caí­da del PBI), lo cierto es que en cualquier caso afectará a otros paí­ses como el Perú. Como una economí­a pequeña como la peruana depende de la evolución de la economí­a mundial, lo que pase con esta última impactará necesariamente sobre nuestro paí­s; ello configurará un entorno externo desfavorable para el Gobierno actual, a diferencia del que enfrentaron Toledo y Garcí­a. Y es esto mismo lo que aconseja tener cautela con los incrementos en el gasto público, pues la solidez macroeconómica es nuestro principal amortiguador de los embates de la crisis.
 
¿Cómo reaccionaron los gobiernos? Con el objetivo de evitar un descalabro similar al ocurrido durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo anterior, implementaron programas de estí­mulo económico, es decir, incrementos en el gasto público para “reavivar” la economí­a, dado que el sistema financiero no funcionaba y, por lo tanto, el consumo y la inversión privada, motores del crecimiento, mostraban disminuciones históricas. Solución: mayor gasto público ante el menor gasto privado. El problema es cómo financiaron el mayor gasto. Y es aquí­ donde la solidez o debilidad macroeconómica entran en juego, pues el punto de partida sí­ importa.
 
En tíérminos simples, los bancos centrales y los gobiernos fueron al rescate; los primeros emitiendo dólares y euros (que son príéstamos de los bancos centrales a los gobiernos), los segundos gastándolos, de modo que el mayor gasto público “reemplazara” temporalmente al menor gasto privado. Esto permitió, en el 2010, una “recuperación desde la demanda” que no era sostenible, pues el mecanismo no podí­a continuar, aunque sí­ otorgaba tiempo para enfrentar los problemas del sistema financiero, tarea que no se hizo.
 
De esta manera, hacia el 2011 la capacidad de repago de las deudas de los gobiernos se redujo y los acreedores comenzaron a dudar de los príéstamos realizados a los gobiernos. En los Estados Unidos, para que el Gobierno pueda seguir endeudándose es necesaria la aprobación del Congreso; en otras palabras: cuando la deuda llega al lí­mite establecido, el Congreso tiene que aprobar la ampliación del ‘techo’ de la deuda. Y fue precisamente aquí­ donde comenzó un problema polí­tico, pues en una de las Cámaras tiene mayorí­a el Partido Republicano y en la otra el Demócrata, partido este último del cual es miembro el presidente Barack Obama, posible candidato a la reelección en noviembre del 2012. Luego de dí­as de intensa negociación polí­tica, se llegó a un acuerdo: aumentar el lí­mite de la deuda a cambio de reducciones en el gasto público.
 
Sin embargo, endeudarse más no soluciona el problema, a menos que la economí­a tambiíén crezca más, con lo que se tendrí­an los recursos para el repago. De ahí­ que la relación entre la deuda y el PBI sea clave: mientras más crezca la economí­a, mayor recaudación logra el Gobierno, pues las empresas tienen más utilidades y, con ello, mayores opciones de repago de la deuda; pero si las familias (sector privado) en los Estados Unidos tienen altos niveles de endeudamiento, no pueden gastar y, así­, incentivar la demanda; por lo tanto, la economí­a crece más lento y el Gobierno recauda menos, con lo que reduce su probabilidad de pago de deuda. El 12 de agosto, la calificadora de riesgo Standard and Poors redujo la calificación crediticia de la deuda pública del paí­s de triple A a AA+, algo que ocurre por primera vez con la deuda del paí­s del Norte. Esta deuda pública, como proporción del PBI, era de 100%, y de 150% si agregamos la del sector privado. Y el plan de consolidación fiscal no fue percibido como suficiente. A modo de comparación, en el caso peruano la deuda pública asciende a 23% del PBI. El Perú tiene mayor capacidad de repago que los Estados Unidos.
 
Standard and Poors hizo lo correcto: los niveles de deuda señalados, un díéficit fiscal cercano al 10% del PBI y, en especial, un crecimiento muy bajo, unido a los problemas polí­ticos que se derivan de concebir un plan de consolidación fiscal, tení­an que reflejarse en una rebaja de la calificación crediticia, sea en los Estados Unidos o en cualquier otro paí­s del mundo.
 
Así­, en los Estados Unidos la crisis financiera se amplió a una crisis fiscal. La crisis financiera de 2007-2008 tuvo en sus mecanismos de salida (los programas de estí­mulo económico) las semillas de la segunda parte de la crisis: la fiscal. Las dificultades descritas gatillaron una crisis de confianza a nivel global, y existe una menor capacidad de respuesta comparada con aquíélla del 2010. Para ponerlo en simple: ya no es posible aumentar la deuda ni, por ende, el gasto público.
 
La alternativa planteada por Obama ha consistido en una reducción de impuestos con el objetivo de aumentar el gasto privado. Sin embargo, los ingresos del Gobierno pueden reducirse, y así­ crece aun más el problema fiscal. En esas circunstancias, los inversionistas migran hacia el activo más seguro y probablemente el único que queda: el oro, que, como consecuencia, ha visto incrementar su precio a niveles nunca vistos.
 
¿Quíé consecuencias puede tener esto sobre el Perú? En primer lugar, el menor crecimiento económico mundial puede traducirse en menores exportaciones; si bien es cierto que el oro viene aumentando de precio, el resto de metales y otros productos no tradicionales pueden observar una disminución de su demanda. Ello impacta en un menor crecimiento económico de nuestro paí­s: las empresas tienen menos utilidades y la recaudación tributaria disminuye, con lo cual el gasto público, en un contexto de menores ingresos, podrí­a tender a reducirse.
 
En segundo lugar, la mayor emisión de dólares seguirá inundando los mercados locales, de manera que es previsible una tendencia hacia la disminución del tipo de cambio. En tercer lugar, será más complejo mantener la estabilidad macroeconómica, pues el escenario externo será desfavorable comparado con lo ocurrido entre el 2002 y el 2008. En cuarto lugar, la solidez macroeconómica del Perú, manifestada en crecimiento económico mayor de 5% con estabilidad monetaria, disciplina fiscal y alto nivel de reservas, es un factor que juega a favor del Perú, pues puede ser atractivo para hacer negocios, siempre y cuando la estabilidad polí­tica lo permita.
 
Desde luego, la solidez macroeconómica es una condición necesaria pero no suficiente para enfrentar los problemas de exclusión de una gran cantidad de peruanos; lo que pasa es que sin ella no se puede enfrentar lo social, pues provee de los recursos para hacerlo. La creación de empleos por el sector privado y el funcionamiento adecuado de los programas sociales —es decir, una mejor gestión pública— son claves. Invertir más y mejor en educación, salud y seguridad ciudadana, diseñar programas de reducción y alivio de la pobreza y desigualdad, son parte del esfuerzo social que debe llevar a cabo el Gobierno. Ello requiere recursos cuya abundancia dependerá en gran medida de la evolución de la economí­a mundial.
 
En los siguientes meses la constante será la volatilidad en medio de una crisis de deuda de las principales economí­as avanzadas. La economí­a mundial estará caracterizada por un lento crecimiento o una probable recesión y mayores riesgos.


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