Por... Beatriz De Majo C.
El temor de que la crisis financiera que afecta a Europa y a Estados Unidos se mantenga por largo tiempo, tiene a los chinos midiendo con sigilo cada paso que emprenden para equilibrar su propia economía y librarla de los vaivenes que las otras grandes economías están experimentando desde 2008.
Las medidas que el Partido Comunista chino tomó en aquel momento para mantener el dinamismo internamente en el momento en que sus grandes contrapartes en el mundo reducían al mínimo su desempeño fueron las acertadas, pero no ocurrieron sin costo para el gigante asiático.
Un paquete de emergencia de 4.000 millones de RMB fue instaurado y la economía recibió el saludable influjo de enormes críéditos que motorizaron inversiones en vivienda e infraestructura principalmente.
El resultado de tan elaborada iniciativa es que, en efecto, una ola de dinamismo se hizo sentir en el país en muchos sectores como consecuencia de la expansión del sector construcción, pero para esta hora, ya se sabe que gran parte de los críéditos no son buenos y que ellos terminarán ensuciando perversamente los libros de cuentas de la banca estatal.
En esa posición encuentra a China esta segunda sacudida de los mercados internacionales, cuyos efectos se pierden en el horizonte del tiempo. De nuevo, el gigante chino corre el riesgo de pagar los platos rotos de las debacles que se originan en otras latitudes. Quíé hacer esta vez es el gran interrogante con que se encuentran los jeques de la economía amarilla.
En los días pasados, Wang Qishan, el vicepremier de la segunda economía del planeta y el que tiene a su cargo velar por el sector financiero chino, advertía que el mundo pudiera estar entrando en una recesión de largo plazo, lo que pondría a su país en situación de hacer profundas reformas.
La solución pudiera ser que los chinos pongan a esperar sus ansias expansionistas para enfocarse en mejorar su eficiencia y sobre todo en mejorar la calidad de su desarrollo.
De hecho, la tasa de expansión de la economía en el tercer trimestre de este año, a pesar de aun seguir siendo envidiable para muchos países, se ha desacelerado en comparación con el segundo trimestre de 2011: 9,5% contra 9,2%.
Este fin de año será crucial para todos, cuando Estados Unidos y Europa midan sus respectivas respuestas a la crisis y le toque a China, por igual, hacer el balance de los impactos generados por la crisis global que ha afectado sus niveles de exportación de manera notoria. Y cuando, igualmente, sea hora de revisar los efectos de la crisis domíéstica en la que la construcción está entrando en una etapa recesiva y la inflación roza el 5,5%.
Cuando Ju Hintao hace pocos días se refirió a la encrucijada que enfrenta el gobierno -crecimiento económico vs desaceleración- para poner al país en la senda que les permita sortear esta segunda crisis de sus dos más cercanos socios comerciales, su ambigí¼edad no pudo ser más elocuente.
Hay que hacer un "fino ajuste", dijo el jefe del Gobierno para significar que nadie sabe, en esta difícil hora, en quíé sentido soplan los vientos. Lo que sí tienen claro en Beijing es que tomar un camino equivocado puede convertirse en un problema de legitimidad para el Partido Comunista chino.
