Por... Gabriela Calderón de Burgos
A los indignados en los países desarrollados se les inculcó desde niños la idea de que el Estado los cuidaría “desde la cuna hasta la tumbaâ€. El Estado les daría educación, atención míédica, una pensión en su jubilación, etc. Como no solo les prometieron estos beneficios sino que les dijeron que tenían derecho a ellos, los indignados naturalmente esperan recibirlos de manera gratuita. ¿Son gratis estos beneficios? Si no lo son, ¿quiíén los paga y cuándo?
Todos los beneficios conferidos por el Estado tienen un costo y este no siempre es asumido por quiíénes reciben estos servicios sino transferido a las próximas generaciones. Esto se presta para una dinámica peligrosa en la que los políticos pueden prometer cada vez más beneficios sin costos adicionales —beneficiándose electoralmente. En Europa, las próximas generaciones ya están aquí y no les agrada la idea de tener que pagar por los beneficios que recibieron sus abuelos y los que se les han prometido a sus padres. Además, les enfurece que ellos probablemente no recibirán los beneficios que les fueron prometidos.
En los países desarrollados, una vez que se obtuvo cierto nivel de riqueza, una mayoría de la población decidió construir un Estado de Bienestar. Como indicó el economista Robert Samuelson recientemente: “Para florecer, el Estado de Bienestar requiere de una economía y demografía favorables: un crecimiento económico rápido para poder pagar los beneficios sociales; y poblaciones jóvenes que mantengan a los mayores de edadâ€. Samuelson señala que la expansión del Estado de Bienestar en Europa se dio cuando las naciones ricas de Europa experimentaban un crecimiento promedio inusualmente alto de 4,5% en las díécadas cincuenta y sesenta (versus el promedio histórico desde 1820 de 2,1%). Se asumió que ese crecimiento acelerado continuaría de manera indefinida pero entre 1973 y 2000 el crecimiento volvió a un promedio de 2,1%. Una población en envejecimiento empeoró todavía más el panorama.1
Para 2003, un Comisionado de la Unión Europea (UE), Pedro Solbes, advirtió: “hay riesgo de finanzas públicas insostenibles en una mitad de los países de la UEâ€.2
Para noviembre de 2011, el promedio de deuda pública en relación al PIB para los países de la Eurozona es de 88% de su PIB3, el costo de financiar ese nivel de endeudamiento continúa subiendo y varios analistas predicen un crecimiento lento durante los próximos años. Los ciudadanos no parecen estar dispuestos a tolerar más impuestos ni una reducción en los beneficios que reciben del Estado. La abultada burocracia de estos países está montando una formidable y bulliciosa oposición a que se reduzca el tamaño de un Estado que se ha vuelto impagable. El problema ha sido un gasto y endeudamiento público en exceso, dos elementos inherentes en cualquier Estado de Bienestar.
Este año estamos presenciando el colapso del modelo del Estado de Bienestar en Europa y muchos políticos en Sudamíérica (e incluso en EE.UU.) parecen no darse cuenta o prefieren ignorarlo. Es más conveniente culpar de todos los males al Euro o a la globalización. Así se cubren las espaldas para seguir jugando en sus países el juego de engañar a generaciones enteras con la idea de que el Estado los cuidará en su infancia y en su vejez, en las buenas y en las malas.
Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 7 de diciembre de 2011.
Referencias:
1. Samuelson, Robert. “The Welfare State’s Reckoningâ€. The Washington Post. 5 de diciembre de 2011.
2. Mahony, Honor. “Solbes issues harsh pension warning to member statesâ€. EU Observer. 21 de mayo de 2003.
3. “Weighed Downâ€. The Economist. 19 de noviembre de 2011.