Por... Michael D. Tanner
En una ciudad donde las triquiñuelas presupuestarias de ambos partidos se han convertido en una forma de arte, la más reciente propuesta presupuestaria del presidente Obama debería ser venerada como el da Vinci del engaño fiscal.
El presidente afirma que su presupuesto reduce la deuda en $4 billones en los próximos 10 años mediante una combinación de $2,4 billones en recortes de gasto con $1,6 billones en aumentos de impuestos. Casi nada de esto es cierto.
Comencemos con la idea de que el presupuesto del presidente reducirá la deuda. Eso es cierto únicamente si utilizamos la matemática de Washington, donde un menor aumento es considerado un recorte. En realidad, el presupuesto del presidente añade $6,7 billones a la deuda nacional durante los próximos 10 años, llevándola cerca a los $25,5 billones para el año 2022. Eso sería más del 100% del PIB.
¿Y los recortes de gasto? El presidente de hecho cuenta $681.000 millones en recortes que fueron acordados el año pasado como parte del acuerdo para elevar el techo de la deuda. ¿No debería haber alguna regla que limite el tiempo para reclamar el críédito sobre recortes que ya se han hecho? El presidente tambiíén cuenta como recorte los $741.000 millones que se ahorrarán al no estar presentes en Irak y Afganistán durante los próximos 10 años. Ya que dicho dinero nunca fue presupuestado en primer lugar, eso constituye una contabilidad un tanto deshonesta. Despuíés de todo, imaginíémonos los ahorros que se pueden reclamar al no invadir Siria. Y, por último, $595.000 millones de los aclamados recortes en el presupuesto son en realidad ahorro de intereses producto de no tener que pedir prestado gracias a los otros recortes falsos.
Por otro lado, el presupuesto del presidente incluye bastantes gastos nuevos. Por ejemplo, hay $476.000 millones en nuevos gastos sobre los próximos 10 años para proyectos de transporte, incluyendo el despilfarro favorito del presidente, el "tren de alta velocidad". Están tambiíén los usuales rescates a gobiernos estatales derrochadores y a los sindicatos de docentes, incluyendo $30.000 millones en construir más escuelas y $30.000 millones para contratar nuevos maestros. ¿Alguien quiere otro estímulo?
En general, el presidente aumentaría el gasto federal de $3,8 billones en el 2013 a $5,82 billones en el 2022. Eso podría ser un aumento no tan grande como originalmente contemplado, pero de ninguna manera puede llamarse un recorte.
El presidente ni siquiera es honesto con sus propuestas tributarias. En su discurso anunciando el presupuesto, el presidente Obama dedicó varios párrafos a su llamada regla Buffett, un nuevo impuesto mínimo del 30% a los ricos, basado en la errónea afirmación de que Warren Buffett paga una tasa impositiva menor que su secretaria. Hay solo un pequeño problema: El presupuesto del presidente no incluye los posibles ingresos de la regla Buffett. De hecho, el presupuesto no incluye ninguna señal de cómo o cuándo dicho impuesto será implementado. La regla Buffett ni siquiera aparece en el documento que resume los ingresos y gastos. Un cínico podría pensar que la regla Buffett tiene más que ver con retórica electoral que con un verdadero plan presupuestario.
En cambio, lo que el presupuesto sí incluye es un nuevo llamado para aumentarles los impuestos a personas y pequeñas empresas que generan un mínimo de $200.000 anuales. Además, está la usual colección de aumentos de impuestos a productos energíéticos, empresas, inversión y casi todo lo que el presidente pueda imaginar. El presupuesto tambiíén señala amablemente que el 2013 es el año en que la mayoría de los impuestos de Obamacare serán efectivos. En general, el presidente podría aumentar los ingresos tributarios al 20,1% del PIB. Eso es un gran aumento desde el 15,4% actual y superior al promedio de 18,0% desde la Segunda Guerra Mundial. Un aumento de impuestos de esa magnitud no hace más que frenar el crecimiento económico y la creación de empleo.
Pero incluso si el presidente consiguiese hasta el último centavo de los aumentos tributarios que quiere, su presupuesto nunca se balancearía. Lo más cerca que llegaría sería hasta el 2018, donde el díéficit sería solo de $575.000 millones. Despuíés de eso, el díéficit aumentaría nuevamente, alcanzando los $704.000 millones en el 2022.
Afortunadamente para el presidente su cuenta se detiene en el 2022, momento en el que el costo de beneficios tales como Medicare y la Seguridad Social comienzan a surtir efecto y su presupuesto no hace nada por reformar estos problemáticos programas. Uno nada más debe ver la trayectoria ascendente de tanto gastos como impuestos al final del presupuesto para ver que nos deja en el camino a una futura bancarrota.
En su aparición en el programa "Meet the Press", el jefe de gabinete del presidente —y antiguo director de la oficina de presupuesto— Jack Lew, declaró que "Ahora no es tiempo para la austeridad". Juzgando por la propuesta de presupuesto del presidente, nunca lo es.