Por... Manuel Hinds
En una reunión con el sector privado de su país, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, dio una clase de competitividad a los muchos que creen que la competitividad se logra a travíés de devaluar las monedas. Por varios años la economía brasileña había estado en un enorme boom impulsado por los altísimos precios que han prevalecido en los productos primarios y por las entradas de capital que han atraído las altas tasas de interíés del país. Los enormes ingresos de moneda extranjera produjeron un gran boom de críédito, que estimuló la economía domíéstica. De esta forma, a travíés del críédito, el boom de exportaciones se convirtió en un boom de producción domíéstica.
En los últimos meses, sin embargo, los precios de los productos primarios han comenzado a bajar lenta, pero inexorablemente, y la economía brasileña (al igual que la de todos los países que dependen de las exportaciones de productos primarios) se ha desacelerado. Casi no creció en la segunda parte de 2011 y está creciendo aún menos en 2012. Algunos sectores ya se están contrayendo, es decir, en vez de crecer están decreciendo. Ominosamente, la mora en los críéditos aumentó en 21 por ciento durante 2011 y los consumidores están menos deseosos de tomar dinero prestado, y los bancos menos aún de seguir prestando a las altas tasas de crecimiento de los años pasados. El dinero sigue entrando, pero dentro de poco comenzará a salir, causando una dramática compresión del críédito que puede tirar al país en una depresión profunda.
Esto no debería de ser problema para los que creen que los países pueden volverse más competitivos y aumentar su tasa de crecimiento a travíés de hacer política monetaria, es decir, emitir dinero y rebajarles el salario real a los trabajadores a travíés de devaluar la moneda. Brasil tiene su propia moneda, puede emitirla cuando quiera, y puede devaluarla si quiere. Entonces, de acuerdo a los que creen en las virtudes milagrosas de las devaluaciones, Brasil no debería de preocuparse. La presidenta Dilma Rousseff sólo debería emitir dinero, devaluarlo e irse a pasar una semana santa feliz a la playa.
Pero la presidenta Rousseff está muy preocupada porque sabe que las cacareadas políticas monetarias y las devaluaciones no son ninguna solución, son puros jueguitos de espejos y humaredas que esconden los verdaderos problemas de competitividad de los países. Por eso, cuando recientemente se reunió con el sector privado para discutir con ellos la estrategia para resolver lo que puede ser una crisis económica muy seria, la presidenta ni siquiera mencionó la creación de dinero ni las devaluaciones. Dijo, correctamente, que lo que el país necesita para volverse más competitivo es mayor inversión privada. Ella entiende que las devaluaciones pretenden bajar los costos de las empresas rebajándole el sueldo a los trabajadores, mientras que la inversión hace que las empresas sean más competitivas aun pagando salarios mayores. Esto es así porque con la inversión los trabajadores producen más con el mismo esfuerzo. Un hombre con un tractor puede producir mucho más que uno con una cuma, y por lo tanto es más competitivo y se le puede pagar más.
Pero la presidenta no se quedó en el diagnóstico. Anunció que para propiciar el aumento de la inversión y de la competitividad, el gobierno va a reducir los impuestos.
En los últimos años el gobierno salvadoreño ha pretendido copiar las políticas económicas de Brasil para lograr crecer a las tasas altas que ese país estaba creciendo. Hacerlo no tenía sentido porque Brasil no estaba creciendo por ninguna política, sino porque los precios de los productos primarios estaban muy altos, y nosotros casi no exportamos productos primarios (la reforma agraria acabó con las exportaciones agrícolas diferentes al cafíé y no queremos explotar los minerales). Ahora Brasil sí está comenzando a hacer política económica para lograr competitividad de verdad. Sería el momento de copiarle, dejando de hablar, como la presidenta Rousseff, de soluciones mágicas como las políticas monetarias y las devaluaciones y actuando para mejorar la verdadera competitividad del país a travíés de mayor inversión.