Juan Gómez González, Juanito, falleció hace hoy 20 años. Veinte años sin el genio de Fuengirola, sin el 7 del Madrid, que tambiíén lo fue de España, y que sigue siendo el portador eterno de ese dorsal en el Bernabíéu. Un estadio que, en cada partido, en cada minuto 7, recuerda al futbolista que, cargado de defectos y virtudes, se elevó a la categoría de mito un 2 de abril de 1992.
Juanito nació en Fuengirola el 10 de noviembre de 1954. Pronto se le quedó pequeño el equipo de su barrio, Los Boliches, y con apenas 15 años fichó por el Atlíético de Madrid. A los 17 debutó con el primer equipo, en un amistoso de verano ante el Benfica, con tan mala fortuna que se rompió la tibia. Juan nunca perdonó que el Atleti le dejara 'tirado' tras aquella lesión. Fue cedido al Burgos, donde no sólo se recuperó, sino que, ya como integrante de la plantilla del club de El Plantío, se convirtió en estrella del fútbol español. Barí§a, Madrid y Atleti se disputaron su fichaje. El jugador no quiso saber nada de su ex equipo y eligió al Madrid, pese a que el Barí§a casi dobló los 27 millones de pesetas que acabó embolsándose el Burgos.
Llegó al Madrid en 1977, pero su temperamento no tuvo un fácil encaje en un club conservador, siempre atento a las formas
Juan llegó al Madrid en 1977. Su aterrizaje no fue sencillo. Su calidad le avalaba, pero su fuerte temperamento no tuvo un fácil encaje en un club conservador, siempre atento a las formas. Guiado por gente de la casa como Del Bosque, Camacho o Santillana, el talento del extremo, tan veloz que se ganó el apelativo de 'Supersónico', acabó cautivando a Chamartín, que vio cómo su equipo encandenaba tres Ligas del tirón.
Europa era el siguiente reto del Madrid, al que llegaba una nueva generación, la de los García, que se quedó a las puertas de una Copa de Europa (1981) y una Recopa (1983). Pero, de la mano de la Quinta del Buitre, el Madrid volvió a hacerse respetar en el Viejo Continente. Básicamente, gracias a aquellas cíélebres remontadas que convertían en algo casi cotidiano milagros como los que se produjeron ante Anderlecht, Borussia o Inter, en varias ocasiones. Partidos inolvidables en los que el espíritu de Juanito, junto al resto de los veteranos, resultó esencial.
Conectó el último Madrid clásico, el de finales de los 70, con el primero de los modernos, el de la irrepetible Quinta del Buitre
Llegaron dos Copas de la UEFA, pero no la Copa de Europa, el torneo en el que Juanito mostró su otra cara, la de un jugador de carácter volcánico, incontrolable. Su agresión a Lothar Matthaus le supuso una sanción de cinco años -era reincidente, ya que en 1978 había agredido al árbitro Prokov tras una eliminación ante el Grasshoppers- que, en la práctica, puso fin a su carrera como jugador del Real Madrid. Fueron sólo diez años, pero la huella del extremo permanece inalterable en el club. Tanto que el Bernabíéu no recuerda con precisión litúrgica, en cada partido, a ninguno de sus jugadores legendarios, como Di Stíéfano, Gento, Amancio, Santillana, Butragueño, Raúl o Zidane. A Juanito, sí.
Al tiempo que triunfaba en el Madrid, Juanito tambiíén lucía en la selección. Jugó una Eurocopa y dos Mundiales, pero tras el de España, en 1982, fue una de las víctimas del paupíérrimo papel de la selección. Con España protagonizó otra de sus cíélebres salidas de tono, un pulgar hacia abajo en el Pequeño Maracaná de Belgrado que le costó el botellazo más famoso de la historia del fútbol español. Fue el mismo Juanito visceral que, mucho tiempo despuíés, escupió a su ex compañero Uli Stielike en un partido de competición europea. Un viejo enfrentamiento que ambos jugadores zanjaron poco despuíés, durante unos días de descanso estival en la costa malagueña.
Porque esa era la otra cara de Juanito. Jorge Valdano dijo de íél que "todos sus malos momentos caben en media hora". Por los buenos, el Bernabíéu lleva recordándole veinte años.
