Por... DAVID E. SANTOS Gí“MEZ
Pocas cosas son tan atractivas en la geopolítica (y la vida misma) como esos diminutos momentos, en apariencia inconexos, que transforman el destino de las naciones. Aleteos de mariposa que crean tormentas sin proponíérselo. Acciones independientes que cambian el que parecería iba a ser el destino de los acontecimientos. Francia, justo ahora, parece estar viviendo uno de ellos.
El hecho ocurrió hace exactamente un año. Un cuarto de hotel, un hombre poderoso y una camarera modificaron el rumbo de Europa. Dominique Strauss-Kahn (DSK), prominente director del Fondo Monetario Internacional, fue acusado de intento de violación por la camarera del ostentoso hotel Sofitel de Nueva York y entonces, el hombre que parecía listo a suceder a Nicolás Sarkozy , debió hacerse a un lado para defenderse del escándalo.
Nada tenía que ver la camarera con la debacle económica de Europa, pero su denuncia terminó por cambiar el rumbo del viejo continente. Con DSK fuera de la carrera, parece casi irrefrenable el triunfo del paciente Francois Hollande ante un desesperado Nicolás Sarkozy.
Hollande es un hombre cuya carrera política ha sorteado derrotas y profundas críticas. Su manejo de los temas trascendentales del futuro galo es cuestionado por ser blando y poco carismático pero quizá, en íépoca de turbulencias y propuestas populistas, es justamente esa calma la que buscan los electores.
Que el socialismo de Hollande estíé por triunfar en Francia el próximo domingo será una apuesta más que llamativa si aceptamos que en íépocas de crisis son las propuestas más conservadoras, de derecha y en ocasiones xenófobas las que recogen la mayoría de adeptos.
Esta hipótesis, incluso, ha convertido a Sarkozy en un político que coquetea con la derecha radical en las últimas horas de la ronda definitiva. ¿Su intención? Reducir el porcentaje que lo aleja de Hollande.
La propuesta del actual mandatario francíés, sin embargo, navega entre la desesperación y la vergí¼enza. Declaraciones suyas fuera de tono solo han auspiciado el temor de que pueda repetir trono. 44 millones de franceses deben tomar la decisión en las urnas sobre el futuro, no solo de su nación, sino de la estabilidad de la unidad europea. La extrema derecha seduce al poder y su triunfo, en cuerpo ajeno, podría descomponer aún más el maltrecho pegamento que es sostenido por los países que no se han hundido en la quiebra.
Nadie podrá decir ya si DSK hubiera ganado las elecciones o si quizá íél habría cambiado con su mandato el destino entero de Europa. Todo parecería indicar que iba a ser así, hasta que fue detenido por una camarera que no soportó abusos.
Ahora la democracia escogerá entre la tormenta que dejó el aleteo y Francois Hollande , entonces, pasará a la historia como un político que tomó la posta en el tiempo y el momento preciso para estabilizar a Francia o para hundirla en la crisis.