Por... STEVE RATTNER
Con cada día que pasa, la soga alrededor del cuello de la eurozona se aprieta más, sin indicación de que los líderes europeos compartan una visión coherente para evitar la ahorcada.
En lugar de atacar los problemas estructurales, muchas de las interminables conversaciones acerca de la moneda común se centran en la ingeniería financiera: fondos de rescate, respaldos financieros, impresión de moneda y semejantes.
Al centro del problema europeo está la complicación de que las ideas que son económicamente sensatas no son factibles políticamente, mientras que las ideas que son posibles políticamente tienen poco sentido económico.
El primer punto en la lista de quehaceres es la necesidad de arreglar el desastroso error de diseño que fue el que 17 miembros se comprometieran con una política monetaria común sin coordinar sus presupuestos y regulaciones.
Una consecuencia fue la competitividad ampliamente divergente. Desde 2000, los sueldos de los trabajadores alemanes han aumentado a duras penas más de lo que ha crecido la eficiencia, una enorme ventaja en los mercados globales. Mientras tanto, el costo de la unidad laboral griega (el costo promedio del trabajo por unidad producida) se ha aumentado cerca del 40 por ciento.
Grecia es solamente el más desobediente de un grupo de niños problema. De acuerdo con esta importante medida, los otros 15 miembros se sitúan más cerca de Grecia que de Alemania. Al no tener la habilidad para ajustar tasas de intercambio, los países de la eurozona con el costo de mano de obra en aumento no pueden competir con poderes exportadores como Alemania.
Frustrados, los líderes europeos han descendido a las cinco fases de la pena: negación, rabia, negociación, depresión y, en el caso de algunos, aceptación de que el euro podría desbaratarse. Han adoptado ideas que sencillamente no harán el trabajo. En el corto plazo, reducir aún más los gastos o aumentar impuestos no haría sino exacerbar la alta tasa de desempleo, en este momento de 24 por ciento en España.
Tampoco los 'Eurobonos', la solución de moda acogida por el nuevo gobierno francíés, harán nada para manejar los desequilibrios en competitividad. Como darle licor a un alcohólico, podrían exacerbar los desequilibrios al reducir presiones sobre países menos competitivos para reformar.
Países más díébiles, temerosos de renunciar a su soberanía, dicen que están actuando con firmeza y culpan a los inestables mercados financieros por sus crecientes intereses.
Para ser justos, el nuevo gobierno tecnocrático italiano de Mario Monti ha recortado su presupuesto deficitario y reformado las pensiones.
Pero estas medidas se quedan cortas frente a la profunda reforma que se necesita, en particular en cuanto a las rígidas leyes laborales.
Mientras tanto todos los caminos llevan a Berlín. Irónicamente, una moneda creada en parte para frenar la influencia alemana despuíés de la reunificación ahora está bajo control alemán. La canciller íngela Merkel ha sido caricaturizada como la líder de la campaña de austeridad, aunque las medidas que está exigiendo de los demás, como limitaciones en el sueldo y mayor flexibilidad en el mercado laboral, son parecidas a las que su país adoptó hace más de una díécada.
En parte su dura posición refleja la política domíéstica: los cristianos demócratas de Merkel han sufrido derrotas recientes en elecciones estatales y locales y se enfrentarán a un electorado el año entrante que se opone incondicionalmente a rescatar a los países que no se han podido igualar a la disciplina de Alemania.
En esencia, Merkel (como los votantes de Grecia) está apostando en un enorme juego de gallina (similar a un juego de kamikazes) . Quiere que los países más díébiles (incluso Francia) hagan limpieza en casa antes de abrir la cartera alemana.
Si eso sucede, sería bueno que Alemania apoye acciones de rescate financiero a corto plazo, similar a aquellas que asumió EE. UU. en 2008.
Puede que la eurozona encuentre otra solución temporal y evite la ahorcada por ahora, pero si no ataca sus problemas más fundamentales, estaría condenada a una serie de crisis en cascada que terminarán por destruir la moneda común.