Rajoy creyó que el vendaval de los mercados cesaría en cuanto Zapatero abandonara el poder y íél aposentara sus reales en La Moncloa, pero no ha sido así. De hecho, la hoja de ruta que Bruselas quiere imponer al líder popular no difiere de la que presentaron en su día a Salgado.
A finales de 2010, con la prima de riesgo asomando a los 300 puntos y con el sistema financiero español pavoneándose de ser “el más solventeâ€, a la entonces vicepresidenta económica, Elena Salgado, le comunicaron desde Bruselas el menú de la intervención que se avecinaba si no se enderezaba el rumbo. Salgado lo trasladó a una reunión de maitines, ante la incredulidad del núcleo duro del Gobierno y del PSOE que asistía a aquellas reuniones de los lunes: subir el IVA, acelerar la entrada en vigor del retraso en la edad de jubilación, rebajar salarios y despedir a funcionarios, recortar de las pensiones y restringir las prestaciones por desempleo. Ahora, la prima de riesgo se ha instalado en los 500 puntos y ya nadie puede ocultar el boquete de la banca.
En tiempos de despotismo financiero, y estando como estamos al límite de todo, la soberbia se convierte en el pecado capital de los políticos -doblemente capital si el político es el gobernante de turno-. Aunque en los últimos días la situación de emergencia haya hecho que sean más frecuentes las conversaciones entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, Mariano Rajoy ha desperdiciado las mejores oportunidades para aceptar la mano varias veces tendida por Alfredo Píérez Rubalcaba con el objetivo de fraguar un gran consenso nacional contra la crisis. Sin embargo, aún puede hacerlo.
La Ejecutiva del PSOE volvió a apelar el viernes al pacto de “unidad nacionalâ€. Seguramente, como apuntan sus críticos (de fuera y de dentro), el ofrecimiento de Rubalcaba adolece de tacticismo, de más de un bandazo, y ha sido espoleado por exaltos cargos de Zapatero relegados de la primera línea, con el parecer favorable del expresidente, y por socialistas con responsabilidades de gobierno. Pero nada más lejos de los intereses personales del líder de la oposición que “abrazarse a un muertoâ€, de modo que es el suyo un pecado venial comparado con la soberbia del presidente, que desperdicia la ocasión de darle el abrazo del oso al guiarse por el criterio de que si la crisis se lo lleva por delante, será porque era inevitable, y si España logra salir del pozo, será por míérito exclusivamente suyo. Por ahora, lo que el presidente demuestra día tras día es que carece de las dos cualidades más necesarias en un gobernante para tiempos de crisis: liderazgo y capacidad pedagógica.
Griñán, el socialista con más peso entre los socialistas
El ofrecimiento socialista no es sólo para la galería. Rubalcaba sabe que su expulsión del Gobierno es tan reciente que no puede hacer una oposición frontal sino que, por el contrario, necesita demostrar a los ciudadanos que tambiíén desde la oposición puede aportar algo “en positivoâ€. Y surge un debate interno en el que ha destacado la voz de Josíé Antonio Griñán, el socialista con más poder entre los socialistas. El presidente de la Junta de Andalucía ha abogado con especial fervor en la Ejecutiva del PSOE, de la que tambiíén es presidente, para que se promueva una reunión “al máximo nivel†entre todas las fuerzas políticas en busca de zonas de entendimiento para defender el “valor Españaâ€, situado la semana pasada por las agencias de riesgo a un paso de su calificación como basura.
“No se trata tanto de llegar a un gran consenso como los Pactos de la Moncloa en la Transición sino de que los ciudadanos nos vean trabajando juntos, en el acuerdo o en la discrepancia, para fortalecer la imagen de España y de la políticaâ€, precisan fuentes próximas a Griñán. Para que la salida de la crisis sea posible sin paso previo por la catástrofe, resulta imprescindible rescatar a la política de los mercados.
Tras la ruptura para negociar el nombramiento del nuevo presidente de RTVE, que no de forma casual se produjo tras el inesperado revíés sufrido por el PP en las elecciones de Andalucía, Rajoy y Rubalcaba han acordado pactar la renovación de todos los órganos institucionales y tambiíén mantener un discurso único en Europa. Pero aquel acuerdo llega tarde para reparar la gangrena del descríédito institucional, agravado por comportamientos indecentemente cortijeros como el de Carlos Dívar en su función de jefe de los jueces. Y sobre el consenso ante Europa, y la posibilidad del acuerdo en torno a la reforma financiera, pende la amenaza de la letra pequeña en la que está escrito el menú que se servirá a los españoles tras el rescate bancario.
Se demanda plan de crecimiento
Mientras, según cuentan los mensajeros de la Moncloa, Rajoy “trabaja activamente†para aliviar la presión de los mercados sobre España, y en Europa empieza a abrirse paso la imperiosa necesidad de combinar el ajuste con el crecimiento, una pregunta comienza a escribirse con letras mayúsculas: ¿Tiene el Gobierno algún plan de crecimiento? No parece que sea viable volver a cimentarlo en el ladrillo ni tampoco que pueda promoverse el cambio del modelo productivo aplicando, como se ha hecho, la sierra mecánica a la educación, la ciencia y la investigación. Sin crecimiento no habrá recuperación porque si los cientos de millones que lleguen de Europa no se rentabilizan, en poco tiempo volveremos al punto en el que estamos, y resulta inquietante que Rajoy estíé incurriendo en el mismo error que Zapatero: intentar parchear los boquetes a medida que se abren sin poner en marcha un plan económico global para remozar todo el edificio.
En el PSOE reclaman que el ministro de Economía se baje definitivamente del guindo de su apellido ahora que ya conoce en carne propia la verdad de que el dinero no sabe de ideologías y que, la próxima vez que decida estrenar gafas, el titular de Hacienda no limite el cambio a la montura. Si ellos lo hicieran, o Rajoy pusiera a otros en su lugar, aseguran, tal vez el presidente sería capaz de cambiar la soberbia personal por un autíéntico orgullo patriótico.