Por... STEVEN RATTNER
La íépoca lluviosa que llega a Shanghái cada verano, una mezcla confusa de llovizna, neblina y humo, es una metáfora conveniente para la oscuridad que actualmente envuelve a la economía de China.
Las opiniones negativas sobre la perspectiva económica de China dominan la imagen del país. El periódico económico semanal Barron's recientemente anunció en un tema de portada que "parece que la Gran Historia de Crecimiento de la China" puede estarse desmoronando. Hoy se espera que China anuncie nuevas cifras insatisfactorias de crecimiento.
Pero considere un dato menos prominente: una encuesta de Bloomberg realizada entre pronosticadores económicos resultó en un crecimiento proyectado promedio de 8,2 por ciento para el 2012. Si esa es la tan esperada "dura caída" desde la altura de las históricas tasas de dos dígitos en la China, todos deberíamos anhelar un destino similar para los Estados Unidos. Ningún otro país desarrollado, ni siquiera Brasil o la India, crecerá a un nivel cercano al de China este año.
Como un creyente de la China quien recientemente regresó al país despuíés de ocho meses, yo estaba entusiasmado por evaluar si el optimismo que era tan evidente durante mis últimas visitas había decaído. Me reuní con ejecutivos e inversionistas, en su mayoría chinos.
Pero en general, las personas con quienes me reuní se mostraron firmemente optimistas en cuanto a que el deseo por salir adelante seguía latente. Si cualquier cosa, la caída de la bolsa de valores de China los ha entusiasmado para invertir. "China quiere que usted no entienda esta economía", dijo un inversionista, sugiriendo que el ser subestimado por los EE. UU. les sirve a los intereses chinos.
Preocupaciones por la economía de China con frecuencia son exacerbadas por la ansiedad en cuanto a su estabilidad política dentro de un marco de una transición de liderazgo, corrupción desenfrenada y datos oficiales económicos de cuestionable veracidad. Pero si uno hace a un lado esas emociones y escepticismo, el panorama económico se ve bastante radiante, por lo menos para mí.
Tome, por ejemplo, la extraordinaria tasa de inversión de la China de 48 por ciento del Producto Interno Bruto. Alta inversión es la marca identificadora de una economía emergente; el capital por cabeza sigue siendo tan sólo una díécima parte de lo que es en Estados Unidos, lo que sugiere que hay espacio para mayor inversión.
Todo ese gasto da a China una sensación de embestirse más y más dentro del siglo XXI. Al visitar Pudong, el brillante distrito financiero nuevo de Shanghai, recordíé que cuando fue construido a finales de la díécada de los 90, el gran proyecto fue ridiculizado por los críticos como algo que probablemente nunca sería utilizado completamente. Hoy, Pudong es un gran centro de dinero.
Sin duda una porción de la inversión de China ha sido mal empleada. Pero excesiva inversión mal empleada no acaba con una economía; simplemente representa consumo perdido para las familias.
¿Y quíé hay de la tendencia a la baja en las economías del occidente? Aunque indiscutiblemente ha afectado a las exportaciones chinas (que aún están creciendo, aunque a una velocidad desacelerada), China ahora depende mucho menos de sus exportaciones; su porción en el PIB ha bajado de casi 40 por ciento en 2007 a 29 por ciento.
Puede que China sea totalitaria, pero sus líderes aun se comportan como si tuvieran 1,3 billones de clientes a quienes tienen que mantener satisfechos con un progreso estable y rápido cuesta arriba en la escalera económica. Las restricciones en príéstamos bancarios se han relajado. El impuesto al lujo se rebajó. Y notoriamente, la apreciación de la moneda china en el transcurso de los últimos años se ha reversado a medida que China sigue persiguiendo su estrategia neomercantilista de manipular todo desde transferencias de tecnología hasta barreras comerciales.
Mientras que la China ha establecido sólo modestas medidas para estimular el gasto del consumidor, los inversionistas con quienes me reuní están comprando negocios desde concesionarias de automóviles hasta lechera, apostándole a que los chinos van a incrementar sus gastos. Los 'pesimistas-lite', aquellos que alegan que la tasa de crecimiento de China posiblemente no se reacelere, pueden tener razón. Ninguna economía puede expandirse indefinidamente al paso de las tasas históricas de dos dígitos de la China. Pero para mí, la economía de China aún palpita con la confianza de su creciente espíritu empresarial, un factor importante que no cuadra perfectamente dentro de los modelos estadísticos.