Por... JOHN SIMPSON
Durante los últimos diez años, bajo el liderazgo de Hu Jintao, China logró un íéxito extraordinario: un íéxito mayor, en tíérminos prácticos, que el que ha conseguido cualquier otro país en la Tierra.
Para entender verdaderamente esta comparación es necesario volver a la íépoca de la revolución industrial británica, o a Estados Unidos en el siglo XIX con los Robber Barons (magnates ladrones).
Desde 2002, cuando el gobierno actual tomó el poder, la economía china se ha cuadruplicado. En aquel entonces había unos pocos multimillonarios, ahora hay 271, más que en cualquier otro país del mundo.
El nivel de vida de una clara mayoría de los chinos ha aumentado considerablemente.
Y esto se ha logrado sin que haya habido divisiones en la cúpula del Partido Comunista, a pesar de que hay altos funcionarios que tienen serias dudas sobre la dirección que ha tomado China. Son dos íéxitos extraordinarios, y cuando Hu y sus colegas abandonen sus cargos, en unos meses, no les faltarán motivos para el orgullo.
Sin embargo, su gestión ha tenido dos importantes fallas que pueden causar grandes problemas en los próximos años. Una de ellas es la brecha entre ricos y pobres, que ha crecido de forma alarmante durante los años de Hu Jintao.
La otra es, si cabe, aún más grave: la incapacidad del gobierno para hacer cumplir la ley. Una y otra vez, los intelectuales e incluso funcionarios del gobierno dicen que la situación es grave. Sin embargo, el hecho de que pueden hablar abiertamente muestra, por supuesto, que hoy en día hay un mayor grado de la libertad.
Pero los signos de anarquía se ven por todas partes. Hace dos semanas, el barrio antiguo de Shiliuzhuang, en el sur de Pekín, fue atacado en la madrugada por una flota de excavadoras y un pequeño ejíército de guardias de seguridad contratados. Pocas horas despuíés, el lugar estaba devastado.
No había habido ninguna advertencia ni consulta previa. La autoridad local había accedido a la destrucción de la zona en aras de una gran remodelación del área, altamente rentable para algunos.
En un momento circularon entre los pobladores unos pocos folletos que proponían alguna compensación, que tampoco será suficiente para permitirles a quienes perdieron sus casas comprar algo similar en la zona.
La gente que protestó recibió golpes, pero la policía no quiso meterse. Un hombre que nos ayudó a filmar las escenas de destrucción dijo que todas las casas en las que ha estado desde entonces fueron derribadas. En los países democráticos, algo como esto sería impensable. En China, pasa todo el tiempo. La ley es simplemente demasiado díébil para impedirlo.
Desigualdad. Fui a una de las oficinas que hay en Pekín a las que la gente acude con la esperanza de realizar alguna queja sobre la forma en la que la burocracia los ha tratado. Los peticionarios son a menudo golpeados y detenidos por la policía, simplemente por presentar los detalles de su caso.
Un grupo de varias personas se me acercó apenas aparecí, mostrándome sus papeles, llorando, pidiíéndome que les ayude. Una de ellas era una mujer de unos 50 años, Su Yanping. Nos cuenta que en su ciudad natal, Henan, informó a las autoridades acerca de una toma ilegal de tierras que algunos funcionarios locales habían llevado a cabo. Estos funcionarios, dice, la golpearon y le prendieron fuego a su propiedad.
Ahora está en Pekín, pidiendo justicia. Es difícil imaginar que la consiga. La poderosa y rica China de hoy rara vez se preocupa por los ciudadanos comunes. La díécada que China ha vivido no tiene precedentes.
Dentro de un siglo, la gente aún se maravillará de la extraordinaria riqueza y íéxito alcanzados por China, tal como nos maravillamos de la Revolución Industrial o los logros de los Robber Barons de EE. UU.
Pero el íéxito sólo será duradero si es estable, y las enormes divisiones entre ricos y pobres, y la ausencia de la regla general del derecho, muestran que el crecimiento de China hasta el momento ha sido cualquier cosa menos estable.
Las dos grandes prioridades de la próxima administración china tendrán que ser, por lo tanto, reducir las diferencias y hacer que el sistema funcione de manera más justa.