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Autor Tema: El Zorro y Carole vuelven a New York  (Leído 2408 veces)

Zorro

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El Zorro y Carole vuelven a New York
« en: Diciembre 04, 2007, 09:11:48 pm »
El Zorro y Carole vuelven a New York

El Jeep, con Carole y el Zorro en su interior, fue bordeando la costa, pasando por  Plymouth, Gosnold, Rhode Island, Westerly, Guilford, y Fairfield, localidades de mar  preciosas, en las que la pareja se iba parando a discreción. El viaje estaba llegando a su fin, y el destino era...¡New York!.

La atractiva gran manzana no solo era el hogar de Carole, tambiíén era uno de los lugares favoritos del Zorro. El raposo habí­a aprendido a querer a una ciudad ajena totalmente a los bosques españoles, que lo acogió como uno más, y en la que habí­a experimentado mil y unas sensaciones, muchas de ellas iníéditas en su vida. El Jepp, a petición del Zorro, que nunca lo habí­a cruzado, dio un rodeo y entró en Manhattan por el puente de Brooklyn.

Los pensamientos cruzaban la mente del Zorro a gran velocidad: su primer dí­a en New York, Leslie, Nicole, Pat la adivina de Madison Avenue, el Toro de Wall Street, el Oso, y por supuesto Carole, su mejor hallazgo. Un regalo enviado por el Cielo, algo tan especial, por lo que el Zorro nunca se cansaba de dar las gracias al Dios del Bosque. El cánido tambiíén pensó en la Bolsa, el viaje resultó muy instructivo, y estaba decidido a llevar a la practica todos los conocimientos acumulados. Los mercados estaban en una especie de letargo, y esto lo preocupaba ligeramente, al llegar a casa de Carole, conectarí­a el ordenador portátil y estudiarí­a cada inversión minuciosamente, no es que creyera que el final estaba cerca, su fina intuición le decí­a que habí­a llegado la hora de aumentar la vigilancia. Una vieja y muy bella canción de Melanie:  “Any Guy” -“Cualquier chico”- lo distrajo de todas sus elucubraciones y lo trasladó a otra muy lejana realidad, justo unos minutos antes de que Carole detuviese el Jeep.

¡Habí­an llegado a destino!, entraron en el garaje, y el Zorro, volviendo al presente, se bajó del coche y comenzó a descargar las maletas.
La carrera por ver quiíén llegaba antes al servicio fue divertida, y entre risas y empujones, el Zorro, en el último momento, dejó que ganara la rubia. Aunque despuíés se arrepintió un poco al ver que tardaba. Mientras su pareja se preparaba, el Zorro dejaba volar su imaginación enfrente de la gran cristalera del apartamento de Carole, con el rio Hudson en primera lí­nea y New Jersey al fondo. Las vistas eran de postal, de pelí­cula americana, pero el Zorro estaba más allá, en los Bosques de España. De pronto sintió morriña por su tierra, a la que amaba profundamente a pesar de las tonterí­as de los polí­ticos por querer acabar con uno de lo mejores lugares del mundo para vivir.

Carole salió del cuarto, y al verlo ensimismado, lo abrazó por la retaguardia y lo besó en la nuca. Durante unos instantes nada se moví­a, ni una palabra. La comunicación era tan intensa, que todo sobraba en aquel profundo intercambio de sentimientos y energí­as. La primera en reaccionar fue Carole, dándole una chaparreta en el trasero, le dijo al Zorro que espabilara, que tení­an que ir a un concierto en el Carnegie Hall. í‰l mostró su sorpresa, y trató de saber más. La americana se convirtió en sueca, y no soltó ni una palabra. El raposo pasó mansamente, aunque todo intrigado, al cuarto a prepararse. Un taxi los acercó al Carnegie Hall, los rótulos no daban lugar a la menor duda: “Paul Simon in concert tonight”. El Zorro buscó la mirada de la rubia, y íésta lo miró sonriendo. Un buen regalo si señor, que se merecí­a un gran beso. El Zorro pagó gustoso el precio.

 El concierto fue muy agradable, el veterano cantante neyorkino interpretó sus clásicos y algún que otro tema de su nuevo álbum: “Surprise”. Unas dos horas despuíés, Carole y el Zorro se encontraron en la salida del teatro con James Peterson,  antiguo jefe de Carole en el Nasdaq, y su muy atractiva esposa Amanda. Tras los saludos y las presentaciones de rigor, James, muy amablemente, los invitó a cenar en Delmonicos. Carole miró al Zorro, y este, con una sonrisa dio su aprobación.

El  BMW de James los acercó a Delmonicos en el 56 de Beaver Street, muy cerca de Wall Street y relativamente próximo al hogar de Carole. El muy conocido restaurante cierra a las 10 de la noche, y descansa los sábados y domingos. En sus mesas se suelen tratar y cerrar grandes negocios financieros, y de Bolsa en particular. Los cuatro comensales llegaron un poco tarde, a las 21´ 45 hora de New York, pero James Peterson era muy buen cliente y los atendieron sin problemas. La cocina era americana, aunque de moderna factura, el Zorro se dejó aconsejar por Carole, y todo resulto muy delicioso. Ya en los postres, y dentro de una muy animada conversación, James preguntó al Zorro por Bolsas y Mercados Españoles, y si creí­a que saldrí­a a cotizar este año. El Zorro expuso su opinión de que los grandes quinquis se estaban haciendo querer, y que estaban retrasando el tema para subir los precios de colocación. James, buen conocedor de los mercados europeos, coincidió con la opinión del español.

Para el ejecutivo americano, los mercados bursátiles tienden a la concentración, por lo que resultaba interesante estar entre los que puedan ser objeto de deseo, como va a ser BME. El Zorro llamó la atención sobre la coincidencia de que todos estaban saliendo a Bolsa, siendo los más próximos el italiano, y el español, y que más que una casualidad, parecí­a una especie de conspiración internacional para repartirse los mercados de acciones. Tambiíén coincidieron todos en la resistencia que presenta siempre el mercado inglíés a ser opado. Claro está, hasta que interese, o se presente una opa irrechazable. Carole exponí­a tambiíén sus inteligentes opiniones, y dijo que en BME invertirí­a 50.000 dólares de su capital. El Zorro la miró todo sorprendido y orgulloso, aunque le informó que los 31 euros de salida no eran ninguna ganga y que era mejor que esperara.

Serian las 12 de la noche, cuando los cuatro comensales decidieron que lo prudente era dejar el local para no aburrir al servicio. Carole invitó a los Peterson a una última copa en su apartamento, al que llegaron en diez minutos. Hubo unanimidad, todo el mundo tomó whisky, aunque de distintas formas. La tertulia se extendió hasta las 3 de la madrugada. En ella se volvieron a alternar los temas: personales, la Bolsa, el concierto de Paul Simon, y lo cercanos y distantes que están siempre los Estados Unidos y Europa. James como uno de los máximos responsables del Nasdaq, tení­a que llegar al trabajo en pocas horas, por lo que tocó retirada. Aún así­, y a pesar de lo avanzado de la noche, estuvieron 15 minutos más despidiíéndose en la puerta del apartamento de Carole.

Despuíés de irse los Peterson, el Zorro conectó su ordenador portátil para comprobar como iban sus churris, y ver la apertura de los mercados europeos. Carole, por otro lado, recogió un poco la sala, y entró en el dormitorio. El Zorro estaba concentrado con sus niñas españolas, cuando se percató que delante de íél, una churri muy especial, espectacularmente bella, lo estaba mirando lanzándole una insinuante mirada. El Zorro, viejo actor de los mercados, entendió la mirada como una opa amigable por el 100 % de su cuerpo. No se resistió, cerró el ordenador, y abrazó a la rubia con decisión, entregándose dócilmente. Aquella opa pronto se convirtió en una fusión entre iguales. ¡Quiíén podrí­a rechazar una oferta tan tentadora!.

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Estoy inmerso en la nueva fiebre del oro.