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Autor Tema: Lecciones económicas de los juegos olí­mpicos...  (Leído 130 veces)

OCIN

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Lecciones económicas de los juegos olí­mpicos...
« en: Agosto 23, 2012, 06:35:46 am »
Por...  Richard W. Rahn



¿Admira lo que los atletas olí­mpicos han podido lograr y cree que deberí­an ser aplaudidos por su excelente desempeño? La gran mayorí­a de personas alrededor del mundo contestarí­a que sí­. La mayorí­a de la gente tambiíén admira y aplaude a los grandes músicos y artistas. Celebramos a estas personas porque sabemos que muchos de ellos tuvieron que trabajar arduamente durante muchos años y con mucha disciplina para lograr las extraordinarias hazañas que nos dan tanto placer al resto de nosotros.

Tambiíén aplaudimos y recompensamos sus logros, incluso sabiendo que la suerte tuvo algo que ver con su íéxito. La práctica y el trabajo duro no hacen a un campeón olí­mpico si este no tiene los genes adecuados. No hay gimnastas con una estatura de 6 pies y 5 pulgadas así­ como tampoco hay campeones de basquetbol con una estatura de 5 pies y 2 pulgadas. Muchos de nosotros no tenemos los genes necesarios para ser un gran músico —y a algunos de nosotros incluso se nos dificulta seguir el ritmo, ni hablar de escribir una sinfoní­a.

La civilización solamente puede avanzar cuando los individuos son alentados y recompensados por la excelencia. Los hombres y mujeres que diseñaron, construyeron y tuvieron íéxito en colocar en Marte a un explorador del tamaño de un vehí­culo todoterreno reciben y se merecen nuestro aplauso. El difunto Steve Jobs es muy admirado por crear una de las empresas más valiosas y por ser un genio en la innovación y el mercadeo de productos. Thomas Edison fue incluso más innovador hace un siglo —el foco de luz, el fonógrafo, la generación elíéctrica y su sistema de distribución, etc.— y tambiíén construyó una de las empresas más grandes del mundo, General Electric.

El lado bueno de la humanidad se revela cuando elogiamos y recompensamos a estas personas. El lado malo de la humanidad se muestra por aquellos que desean castigar el íéxito. De acuerdo a la leyenda, Iván el Terrible estaba tan impresionado con el sorprendente logro del arquitecto que habí­a contratado para diseñar la Catedral de San Basilio en Moscú que hizo que lo cegaran, para que ningún otro gobernante pudiese contratarlo para producir una hazaña igual o todaví­a más grandiosa.

Los equivalentes modernos de Iván el Terrible son aquellos que complacen a los envidiosos y celosos al demandar tasas tributarias cada vez más altas sobre los exitosos. Buscan castigar el íéxito con la infantil demanda de que ellos “devuelvan”. Le pagamos a nuestros atletas y músicos exitosos mucho dinero porque su desempeño nos “da” mucho placer. Sam Walton hizo decenas de miles de millones porque desarrolló y nos “dio” un sistema superior de mercadeo y distribución que permitió que todos nosotros compremos decenas de miles de productos a precios más bajos. Los “malvados” promotores inmobiliarios son los que asumen grandes riesgos para construir edificios sumamente costosos y contratan grandes arquitectos que nos “dan” al resto de nosotros el perfil y la estructura de las ciudades en las que nosotros vivimos y trabajamos.

Queremos una economí­a que produzca muchos trabajos bien pagados. Estos son producidos por empresarios y hombres de negocios, muchos de los cuales han gastado una cantidad considerable de tiempo desarrollando sus habilidades, aprendiendo de sus propios errores y muchas veces arriesgando su propio dinero. Cada empleo que ellos crean le está “dando” algo a quienes no son igualmente ambiciosos, talentosos, ingeniosos, laboriosos o capacitados. ¿Por quíé, entonces, deberí­a esperarse que los creadores de empleos “den” todaví­a más?

Los socialistas de todo tipo, ya sean polí­ticos, profesores con contratos permanentes, estudiantes precipitados, burócratas en el gobierno (incluyendo aquellos que gozan de salarios libres de tributación en las organizaciones internacionales, como los que trabajan en las Naciones Unidas y en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico – OCDE) tienen un estribillo en común: Ellos quieren la igualdad de resultados en nombre de la “justicia” (pero no para ellos, por supuesto). En nombre de la justicia, ¿deberí­amos permitir que alguien con más de seis pies de estatura juegue basquetbol? ¿Deberí­amos haberle dado medallas a todos los atletas olí­mpicos para que ninguno de ellos se sintiera mal porque no obtuvo medallas? Despuíés de todo, ellos trataron. Si los recompensáramos de igual forma, ¿quíé efecto cree usted que tendrí­a esto sobre el nivel del desempeño en el futuro?

Las medallas que les damos a los inventores, empresarios y hombres de negocios por su desempeño superior son los dólares. Sabemos debido a la ley de la oferta y la demanda, y debido a evidencia empí­rica, que cuando tributamos a nuestras estrellas excepcionales con tasas más altas —en esencia, castigándolos por su íéxito y por lo que ellos nos “dan”— vamos a recibir menos desempeños excepcionales, ya sea en el entretenimiento, en la ciencia, en la medicina, o en las empresas exitosas que crean los empleos. Una sociedad que recompensa la envidia y castiga el íéxito no es amable, justa, ni agradable. Una sociedad que recompensa la excelencia con aplausos, y sí­, dinero, verá más excelencia que levante y mejore a todos.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...