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Autor Tema: Los polí­ticos europeos prisioneros de su propia creación...  (Leído 230 veces)

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Los polí­ticos europeos prisioneros de su propia creación...
« en: Septiembre 01, 2012, 10:10:18 am »
Por...  Alberto Rabilotta 




Observar la actitud de los gobernantes de la Unión Europea (UE) en medio de esta crisis que se afinca y destruye las conquistas sociales que definieron a muchas de las sociedades europeas desde finales de la segunda Guerra Mundial es como ver una interminable pelí­cula del Gordo y el Flaco, con las torpezas previsibles que se repiten en no importa que contexto, mostrando así­ que no hay cambios posibles en el guión que los polí­ticos que gobiernan el mundo del actual capitalismo “desarrollado” están llamados a interpretar.
 
Esta semana Holger Stelzner, editor de la sección económica del diario alemán Frankfurter Allgemeine, puso el dedo en la llaga cuando escribió que frustrados con el fracaso de sus polí­ticas hacia la crisis en la zona euro (ZE), los polí­ticos europeos están ahora escondiíéndose detrás del BCE (Banco Central Europeo). Y que cuando a su vez la BCE fracase los polí­ticos deberán reconocer su responsabilidad por haber “aceptado una polí­tica de ganar tiempo, pero sin cambiar algunas de las estructuras subyacentes” de la UE.
 
Los minuciosamente planificados “mercados autorregulados”.
 
El neoliberalismo, o sea el viejo oxí­moron de los mercados autorregulados que renace en las fases de dominación del capital financiero, es en realidad un sistema que requiere una planificación y ejecución minuciosa, que fue diseñado y construido para ocupar todos los poros de las sociedades, para ser universal.
 
La construcción durante díécadas de esta utopia neoliberal, que supuestamente se justificaba en la expansión de la producción y del comercio hasta el último rincón del globo, requirió la creación de un sistema legal y de mecanismos e instituciones de alcance mundial, como la Organización Mundial del Comercio, de Tratados y convenciones que necesariamente tienen que reflejarse en las constituciones y legislaciones nacionales. Nada fue dejado al azar, nada es modificable, a menos que sea para profundizar y hacer más omnipresente el sistema.
 
Es así­ que en el derecho internacional fueron introducidas y afianzadas las conquistas obtenidas por la presión de la ví­a bilateral o multilateral a travíés de los acuerdos de libre comercio, de protección de las inversiones y de la propiedad en todas sus formas, promovidos por Estados Unidos (EE.UU.), la UE, Japón, Canadá y las instituciones que están bajo su control, como el FMI, Banco Mundial, entre otras más.
 
Para incorporarse a este sistema global los Estados nacionales debí­an ceder sus poderes y palancas de intervención en las economí­as, como la formulación de las polí­ticas monetarias y fiscales para proteger el empleo, y crear bancos centrales “independientes” (de los gobiernos y subordinados a los mercados financieros) que siguieran fielmente las polí­ticas antiinflacionistas y garantizasen la flotación y la libre convertibilidad de las monedas.
 
La liberalización del comercio y de las inversiones estará enmarcada en un sistema legal e institucional internacional que debe incorporar a todos los paí­ses, y que todos los paí­ses deberán respetar so pena de aislarse del resto del mundo, me decí­a en los años 90 -en entrevistas para Notimex- el ministro canadiense del Comercio Internacional Pierre Pettigrew (1).
 
Incompatibilidad del neoliberalismo con la democracia.
 
En el neoliberalismo no hay lugar alguno para el papel rector del Estado tal y como se aplicó a partir del New Deal de F. D. Roosevelt, en defensa de los intereses públicos, del bien común. Y tampoco para el sistema democrático.
 
Como bien lo dice Boaventura de Sousa Santos en su Octava carta a las izquierdas, al referirse al “capitalismo extractivo” que forma parte central del neoliberalismo dominante, “cuando la democracia concluya que no es compatible con este tipo de capitalismo y decida resistí­rsele, quizá sea demasiado tarde. Puede que, entre tanto, el capitalismo haya concluido que la democracia no es compatible con íél”.
 
No es un hecho fortuito que la democracia en el sistema capitalista, esa democracia que va más allá del voto electoral y se concreta en algunas de las aspiraciones de las mayorí­as, como una más justa redistribución de la riqueza social a travíés de una tributación fiscal progresiva, con los ricos tributando acorde a sus ingresos; en la creación de empleos utilizando las palancas en manos del Estado; en la facilitación de la sindicalización para garantizar el progreso de los salarios y el mejoramiento de las condiciones laborales; en los programas sociales que permiten el acceso a la educación, la salud y una jubilación decente, que esta democracia haya existido únicamente durante la tambiíén breve existencia del “Estado benefactor”, que comenzó a ser desmontado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan a partir de los años 80 del siglo 20, y que ya comienza a ser un lejano recuerdo en muchos paí­ses.
 
Si la realidad no concuerda con la teorí­a, peor para la realidad.
 
El periodista y escritor David Rieff, en un análisis sobre quíé sucede cuando el aferramiento a una ideologí­a impide cambiar el rumbo de una polí­tica aunque íésta se revele ineficaz y terrible para el curso de la historia, como la aplicada por EE.UU. y las ex potencias coloniales europeas en el Oriente Medio, recuerda que una vez el gran fí­sico Max Planck criticó a su colega James Jeans por no querer abandonar su teorí­a aun cuando tení­a frente a sí­ los hechos que deberí­an haberle obligado a ello. Jeans, escribió Planck a un colega mutuo, ‘es el modelo de como no debe ser un teórico, de la misma manera que Hegel lo fue en la filosofí­a: peor para los hechos si no concuerdan’ con la teorí­a. (“History Resumes: Sectarianism’s Unlearned Lessons”, World Affairs Journal)
 
¿Quíé sucede cuando la realidad no concuerda con la teorí­a neoliberal? Pues bien, hay que seguir aplicando la teorí­a. En el caso de la UE, con su rí­gido sistema monetario y fiscal que ignora las evidentes asimetrí­as económicas, como las que existen entre Alemania y Grecia, España, Portugal e Italia (sin hablar de los paí­ses que van del Báltico hasta los Balcanes), desconocer la realidad en una situación de crisis de la deuda pública implica, como está sucediendo, imponer a travíés de la famosa Troika (Comisión Europea, BCE, FMI) una enorme presión deflacionista mediante severos programas de austeridad, o sea cortando el gasto estatal, despidiendo más empleados y trabajadores, bajando aun más los salarios y pensiones, reduciendo o eliminando los programas de educación y salud, vendiendo al sector privado extranjero (o a los ricos locales que desplazaron sus fortunas a los bancos alemanes) lo que aun queda de empresas y bienes públicos.
 
¿Una prueba de que el sistema no admite cambios? Pues bien, con la reciente elección del socialista Franí§ois Hollande a la presidencia de Francia se creó la ilusión, porque Hollande lo prometió, de que habí­a terminado el “merkozysmo”, esa estrecha colaboración entre el ex Presidente francíés Nicolás Sarkozy y la Canciller alemana íngela Merkel para elaborar “a dos” la posición de la UE frente a la crisis de la deuda pública en Grecia y otros paí­ses de la ZE.
 
Pero el pasado 23 de agosto, al reunirse en Berlí­n, la Canciller Merkel y el Presidente Hollande enviaron un “mensaje firme a Grecia”, recordándole al gobierno de Atenas que si quiere seguir perteneciendo a la ZE debe proseguir con “los esfuerzos indispensables” (Reuters), o sea aplicar a fondo los programas de austeridad que la Troika exige. Y el 27 de agosto Paris y Berlí­n decidieron la creación de “grupos intergubernamentales de trabajo” para formular propuestas sobre la “unión bancaria”, el “fortalecimiento de la coordinación fiscal” y el “crecimiento económico” en la UE, y para coordinar de “la posición franco-alemana frente a Grecia”, como anunciaron Pierre Moscovici, ministro francíés de Economí­a, y el ministro de Hacienda de Alemania, Wolfgang Schauble (Reuter y AFP, 27 de agosto).
 
Idíéntico con la promesa de Hollande de que renegociarí­a la última gran obra del “merkozysmo”, el “pacto fiscal” (Tratado europeo sobre la estabilidad, la cooperación y la gobernanza) que reduce a 0.5 por ciento el díéficit estructural anual (hasta ahora era del 3.0 por ciento) y que para impedir transgresiones pone en manos de los burócratas de la UE la última palabra en materia de aprobación de los presupuestos nacionales que pueden ser aprobados por los Parlamentos.
 
En septiembre el Presidente Hollande pondrá a votación en la Asamblea Nacional la legislación para ejecutar el pacto fiscal, desoyendo al 72 por ciento de los franceses que quieren que sea sometido a un referendo popular, según un sondeo de la firma CSA.
 
Es en este contexto que otro sondeo, de la firma Ipsos, revela que el nivel de aprobación de la polí­tica de Hollande pasó del 55 por ciento en julio al 44 por ciento a final de agosto. Y este descenso puede acelerarse con la presentación en septiembre del presupuesto para el 2013, que incorporará bajas en los ingresos fiscales por el estancado crecimiento de la economí­a, y ejecutará recortes para reducir el díéficit.
 
Poco importa que la economí­a francesa estíé estancada (los últimos tres trimestres tuvieron crecimiento cero) y amenazada de recesión, y que los despidos sean masivos. La realidad no tiene importancia, como parece decir Nicholas Spiro, de la firma Spiro Sovereign Strategy en Londres: “el problema (de Hollande) es que íél mismo se arrinconó polí­ticamente” al prometer una polí­tica de crecimiento. Ahora, según Spiro “es la presión del mercado (los patrones de las grandes empresas y de las finanzas) la única fuerza que lo obligará a llevar a cabo reformas sustanciales”, es decir a ejecutar drásticos planes de austeridad (Hollande Loses Bond Market Love as Growth Stalls: Euro Credit, Bloomberg News, 28 de agosto).
 
Lo que no se dobla se rompe.
 
Tal como ha sido concebido y aplicado el sistema neoliberal vigente en la UE no permite cambios.
 
Prueba de ello es la interminable y bizantina discusión sobre lo que el BCE puede o no puede hacer para aliviar la situación de los endeudados paí­ses que para poder colocar obligaciones destinadas a pagar el servicio de la deuda o deudas que llegan a tíérmino deben pagar insostenibles tasas de interíés. Pero eso, como señala Stelzner, no es más que ”una polí­tica de ganar tiempo” que los gobernantes de la UE están usando y abusando, hasta que “a su vez el BCE fracase”.
 
En entrevista con Paúl Jay, de The Real News Network, el profesor Costas Lapavitsas de la Universidad de Londres hace un detallado análisis de la polí­tica de Alemania y Francia, que define como destinada a apabullar a Grecia para que acepte todas las medidas de austeridad que se le impongan, y si de alguna manera los griegos terminaran rebelándose y retirándose de la ZE, el cálculo en Berlí­n y Paris es que tal situación es ahora probablemente controlable.
 
Las polí­ticas de austeridad aplicadas y todo lo sucedido en los dos últimos años, dice Lapavitsas, debilitaron la posición de Grecia y fortalecieron las de Alemania y Francia, y esto puede llevar a un “error de cálculo”: “En la noche que se permitió el colapso de Lehman (Brothers) en 2008, esta decisión le pareció coherente a algunas personas. Pero la coherencia se esfumó en la mañana siguiente. Es obvio que Francia y Alemania, particularmente Alemania, han hecho algunos cálculos y piensan que pueden probablemente controlar tal situación. Probablemente piensan que pueden asimilar el choque (de la salida de Grecia de la ZE). Pero hay buenas razones para pensar que esto tendrá muy serias implicaciones, que no han sido previstas y que son imprevisibles”.
 
Con la situación agravándose tan rápidamente en España, Portugal, Italia y otros paí­ses, y ante la incapacidad de los gobernantes de la UE para responder adecuadamente a la realidad, o sea abandonando el rí­gido modelo actual, no hay que ser profeta para avizorar un quiebre.
 
La Ví¨rdiere, Francia.
 

 
Nota:
1.- Pierre Pettigrew ocupó sucesivamente, a partir de mediados de los 90 y durante casi una díécada en los gobiernos liberales de los primeros ministros canadienses Jean Chríétien y Paúl Martí­n, las carteras de ministro del Comercio Internacional, de Salud, de Asuntos Intergubernamentales y de Relaciones Exteriores.


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