Por... Manuel Hinds
Aunque su Producto Interno Bruto representa menos del dos por ciento del de la Unión Europea, Grecia se convirtió en un símbolo de los problemas generados por la crisis global que reventó en septiembre de 2008: el peso enorme de una deuda excesiva, la resistencia de la población a reducir sus gastos, los problemas sociales asociados con la rebaja de estos gastos, y, más que nada, la dificultad de lograr que la economía volviera a crecer para diluir la deuda y resolver los otros problemas sociales causados por la crisis. El país parecía haberse convertido en símbolo porque era el más pequeño y el más maltratado de la crisis.
Siendo un símbolo, atrajo torrentes de recomendaciones de las instituciones envueltas en la solución de la crisis (como el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea), acadíémicos y simples curiosos. La mayor parte de las soluciones propuestas coincidían en tres puntos: Primero, mantener lo más posible el nivel de gasto del gobierno y del país para evitar un golpe muy duro al crecimiento. Segundo, mantener este gasto financiándolo con nuevos príéstamos aunque esto fuera acumulando una deuda que cada vez se volvería más difícil pagar.
Los simples curiosos, no los profesionales, coincidían tambiíén en que era un problema que Grecia estuviera en el euro porque eso no le permitía devaluar su moneda, que es un mantra para lograr crecimiento entre estos observadores. Grecia no quería salirse del euro ni devaluar porque eso le aumentaría inmediatamente el peso de la deuda (que estaba en euros) y le volvería mucho más difícil emitir nueva deuda, ya que nadie querría financiar al país en dracmas. No quería paquetes de ayuda de la Unión Europea, porque estos en realidad no le ayudaban a Grecia sino a los bancos alemanes que la habían financiado. Pero los europeos la forzaron a tomar estos paquetes amenazándola con quitarle el euro, con lo que Grecia caería en una desastrosa situación económica y social.
Con excepción de la salida del euro, que la destrozaría, Grecia ha seguido estos consejos, con resultados muy decepcionantes. La deuda ha crecido enormemente, la economía no ha crecido, la crisis se ha prolongado por años enteros sin esperanza de solución.
Pero Grecia no era el país con los líos más grandes. Los tres países bálticos, Letonia, Estonia y Lituania, tenían deudas más grandes y una necesidad más grande tambiíén de hacer ajustes. Los bálticos, sin embargo, no hicieron tanto escándalo como los griegos. Sí hicieron, sin embargo, todo lo contrario de lo que aconsejaban los curiosos. Establecieron un ríégimen de austeridad en el gobierno y dejaron quebrar a los deudores privados insolventes. A pesar de que tenían su propia moneda cuando empezó la crisis, se negaron a devaluarla, conscientes de que hacerlo aumentaría el peso de su deuda, volvería mil veces peor la inestabilidad que aquejaba a sus países y no ayudaría a la verdadera competitividad.
Los observadores casuales se rieron de ellos. Ya dejaron de reírse. Los bálticos, que estaban peor que Grecia en 2008, están en franca recuperación desde 2009, mientras Grecia todavía va para abajo. Sus exportaciones y su producción total están subiendo. La deuda como porcentaje del PIB está bajando. Las finanzas públicas están en orden. Los salarios se han recuperado y están ahora entre el 180 y el 200 por ciento de lo que eran en 2004, cuando en Alemania están en el 115 por ciento de los de ese año. El desempleo está cayendo rápidamente.
El que ríe por último ríe mejor. Los países bálticos han demostrado la sabiduría de realizar los ajustes y tomar las píérdidas rápidamente para liberar recursos para la recuperación, y la de no creer que con trucos monetarios o fiscales se va a evitar tener que tomarlas. Eventualmente, Grecia y los otros países todavía en crisis tendrán que hacer lo mismo