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Autor Tema: Pandemonium  (Leído 19790 veces)

hercul

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Re: Pandemonium
« Respuesta #180 en: Junio 23, 2011, 06:29:48 pm »
Un diputado mejicano les dice a los demas que dejen de gobernar para si y gobiernen para el pueblo pero ojo como lo dice, la maldad y el ansia de poder de unos pocos, son el unico virus real de la humanidad .


http://www.youtube.com/watch?v=OTsoZkBlkVE


Por cierto este video está censurado en Mexico
Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo

hercul

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Re: Pandemonium
« Respuesta #181 en: Junio 25, 2011, 12:10:03 pm »
ílvaro Josíé Van Den Brule en la junta de accionistas del Banco Santander 2011



http://www.youtube.com/watch?v=tcS0fy7zfPk&feature=player_embedded
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Re: Pandemonium
« Respuesta #182 en: Junio 28, 2011, 05:21:29 pm »
Entrevista a Santiago Niño-Becerra en La 2. 16 de Junio de 2011

http://www.youtube.com/watch?v=Z47EaPRBfIg
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Re: Pandemonium
« Respuesta #183 en: Julio 07, 2011, 03:27:47 pm »
Prefacio

En la gran recesión que comenzó en 2008, millones de personas en Estados Unidos y en todo el mundo perdieron sus hogares y sus empleos. Muchos otros padecieron la angustia y el miedo de que les ocurriera lo mismo, y casi todos los que habí­an ahorrado dinero para su jubilación o para la educación de un hijo vieron cómo esas inversiones menguaban hasta reducirse a una fracción de su valor. Una crisis que comenzó en Estados Unidos muy pronto se hizo global, a medida que decenas de millones de personas en todo el mundo perdí­an sus empleos —20 millones sólo en China— y decenas de millones caí­an en la pobreza1.
No es eso lo que cabí­a esperar. La teorí­a económica moderna, con su fe en el libre mercado y en la globalización, habí­a prometido prosperidad para todos. Se suponí­a que la tan cacareada Nueva Economí­a —las sorprendentes innovaciones que marcaron la segunda mitad del siglo xx, incluyendo la desregulación y la ingenierí­a financiera— iba a hacer posible una mejor gestión de los riesgos, y que traerí­a consigo el final de los ciclos económicos. Si la combinación de la Nueva Economí­a y de la teorí­a económica moderna no habí­a eliminado las fluctuaciones económicas, por lo menos las estaba moderando. O eso nos decí­an.
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La Gran Recesión —a todas luces la peor crisis económica desde la Gran Depresión de hace setenta y cinco años— ha hecho añicos esas ilusiones. Nos está obligando a replantearnos unas ideas muy asentadas. Durante un cuarto de siglo han prevalecido determinadas doctrinas sobre el mercado libre: los mercados libres y sin trabas son eficientes; si cometen errores, los corrigen rápidamente. El mejor gobierno es un gobierno pequeño, y la regulación lo único que hace es obstaculizar la innovación. Los bancos centrales deberí­an ser independientes y concentrarse únicamente en mantener baja la inflación. Hoy, incluso el gurú de esa ideologí­a, Alan Greenspan, presidente de la Junta de la Reserva Federal durante el periodo en que prevalecieron esas ideas, ha admitido que habí­a un fallo en su razonamiento; pero su confesión llegaba demasiado tarde para los muchos que han sufrido a consecuencia de ello.
Este libro trata sobre una batalla de ideas, sobre las ideas que condujeron a las polí­ticas fracasadas que precipitaron la crisis, y sobre las lecciones que extraemos de ella. Con el tiempo, toda crisis se acaba. Pero ninguna crisis, sobre todo una de esta gravedad, pasa sin dejar un legado. El legado de 2008 incluirá nuevas perspectivas acerca del inveterado conflicto sobre el tipo de sistema económico que con mayor probabilidad proporciona los máximos beneficios. Puede que la batalla entre el capitalismo y el comunismo haya terminado, pero las economí­as de mercado tienen muchas modalidades, y la competición entre ellas sigue siendo feroz.
Yo creo que los mercados son la base de cualquier economí­a próspera, pero que no funcionan bien por sí­ solos. En ese sentido, estoy en la tradición del celebrado
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economista británico John Maynard Keynes, cuya influencia domina el estudio de la teorí­a económica moderna. Es necesario que el gobierno desempeñe un papel, y no sólo rescatando la economí­a cuando los mercados fallan y regulándolos para evitar el tipo de fracasos que acabamos de experimentar. Las economí­as necesitan un equilibrio entre el papel de los mercados y el papel del gobierno, con importantes contribuciones por parte de las instituciones privadas y no gubernamentales. En los últimos veinticinco años, Estados Unidos ha perdido ese equilibrio, y ha impuesto su perspectiva desequilibrada en paí­ses de todo el mundo.
Este libro explica cómo las perspectivas erróneas condujeron a la crisis, dificultaron que los principales responsables de la toma de decisiones en el sector privado y los responsables de la polí­tica del sector público pudieran ver los acuciantes problemas, y cómo contribuyeron al fracaso de los responsables de la polí­tica a la hora de gestionar eficazmente las catastróficas consecuencias. La duración de la crisis dependerá de las polí­ticas que se apliquen. De hecho, los errores ya cometidos tendrán como consecuencia que la crisis económica sea más prolongada y profunda de lo que habrí­a sido en otras circunstancias. Pero gestionarla es sólo mi primera preocupación; tambiíén me preocupa el mundo que surgirá despuíés de la crisis. No volveremos ni podemos volver al mundo tal y como era anteriormente.
Antes de la crisis, Estados Unidos, y el mundo en general, afrontaban muchos problemas, de los que la adaptación al cambio climático no era precisamente el menor. El ritmo de la globalización estaba imponiendo rápidos cambios en la estructura económica, forzando al máximo la capacidad de adaptación de muchas economí­as. Esos
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desafí­os permanecerán, aumentados, despuíés de la crisis, pero los recursos de que dispondremos para afrontarlos se verán enormemente reducidos.
La crisis llevará, espero, a cambios en el ámbito de las polí­ticas y en el ámbito de las ideas. Si tomamos las decisiones adecuadas, no únicamente las convenientes desde el punto de vista polí­tico o social, no sólo haremos más improbable otra crisis, sino que tal vez incluso consigamos acelerar el tipo de innovaciones reales que mejorarí­an la vida de la gente en todo el mundo. Si tomamos las decisiones equivocadas, saldremos con una sociedad más dividida y con una economí­a más vulnerable a otra crisis, y peor equipada para afrontar los desafí­os del siglo xxi. Uno de los cometidos de este libro es ayudarnos a comprender mejor el orden mundial posterior a la crisis que finalmente surgirá, y que lo que hagamos hoy ayudará
a darle forma para bien o para mal.
* * *
Cabrí­a pensar que con la crisis de 2008 el debate sobre el fundamentalismo de mercado —la noción de que los mercados sin trabas pueden por sí­ solos asegurar la prosperidad y el crecimiento económico— se habrí­a terminado. Cabrí­a pensar que nadie, nunca más —o por lo menos hasta que los recuerdos de esta crisis se hayan perdido en un pasado remoto— argumentarí­a que los mercados se corrigen por sí­ mismos y que podemos confiar en el comportamiento en interíés propio de los participantes en el mercado para asegurarnos de que todo funciona bien.
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Aquíéllos a quienes les ha ido bien con el fundamentalismo de mercado ofrecen una interpretación diferente. Algunos dicen que nuestra economí­a ha sufrido un «accidente», y los accidentes suceden. A nadie se le ocurrirí­a sugerir que dejemos de utilizar el coche sólo porque de vez en cuando se produzca una colisión. Quienes sostienen esa posición desean que volvamos al mundo anterior a 2008 lo más rápidamente posible. Los banqueros no hicieron nada malo, afirman2. Díémosles a los bancos el dinero que piden, afinemos un poco la normativa, díémosles a los reguladores unas cuantas charlas severas para que no permitan que personas como Bernie Madoff vuelvan a cometer fraudes impunemente, añádanse unos cuantos cursos más sobre íética en las escuelas de negocios, y saldremos de íésta en buena forma.
Este libro argumenta que los problemas están más profundamente asentados. A lo largo de los últimos veinticinco años, este instrumento supuestamente autorregulador, nuestro sistema financiero, ha sido rescatado en repetidas ocasiones por el gobierno. De la supervivencia del sistema extrajimos la lección equivocada: que funcionaba por sí­ solo. De hecho, nuestro sistema económico no habí­a estado funcionando demasiado bien para la mayorí­a de estadounidenses antes de la crisis. A algunos les iba bien, pero no al estadounidense medio.
Un economista examina una crisis de la misma manera que un míédico enfoca una patologí­a infecciosa: ambos aprenden cómo funcionan las cosas normalmente observando lo que ocurre cuando las cosas no son normales. Cuando me centríé en la crisis de 2008, sentí­a que tení­a una clara ventaja sobre otros observadores. Yo era, en
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cierto sentido, un «veterano de las crisis», un «crisisólogo». í‰sta no era la primera crisis importante en los últimos años. Las crisis en los paí­ses en ví­as de desarrollo se han producido con una regularidad alarmante —de acuerdo con un recuento, ha habido 124 entre 1970 y 20073—. Yo era el economista jefe del Banco Mundial en la íépoca de la última crisis financiera global, en 1997-1998. Fui testigo de cómo una crisis que comenzó en Tailandia se extendí­a a otros paí­ses de Asia oriental y posteriormente a Latinoamíérica y a Rusia. Fue un ejemplo clásico de contagio —el fallo de una parte del sistema económico mundial que se extiende a otras partes—. Puede que las consecuencias plenas de una crisis económica tarden años en manifestarse. En el caso de Argentina, la crisis comenzó en 1995, como parte de las repercusiones de la crisis de Míéxico, y se vio exacerbada por la de Asia oriental en 1997 y por la brasileña de 1998, pero el colapso completo no se produjo hasta finales de 2001.
Tal vez los economistas se sientan orgullosos por los avances de las ciencias económicas a lo largo de las siete díécadas transcurridas desde la Gran Depresión, pero eso no significa que haya habido unanimidad respecto a cómo gestionar las crisis. En 1997 contemplíé con pavor cómo respondí­an el Tesoro estadounidense y el Fondo Monetario Internacional (FMI) a la crisis de Asia oriental, al proponer un conjunto de polí­ticas que se inspiraban en las desencaminadas polí­ticas asociadas con el presidente Herbert Hoover durante la Gran Depresión, y que estaban abocadas al fracaso.
Así­ pues, habí­a una sensación de díéjí -vu cuando vi que el mundo se deslizaba de nuevo hacia una crisis en 2007.
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Las semejanzas entre lo que vi entonces y lo que habí­a visto hací­a una díécada eran increí­bles. Para mencionar sólo una, la negación pública inicial de la crisis: diez años atrás, el Tesoro estadounidense y el FMI habí­an negado en un primer momento que hubiera una recesión/depresión en Asia oriental. Larry Summers, a la sazón subsecretario del Tesoro, y actualmente el principal asesor económico del presidente Obama, se puso furioso cuando Jean-Michael Severino, entonces vicepresidente del Banco Mundial para Asia, utilizó la palabra con R (Recesión) y la palabra con D (Depresión) para describir lo que estaba ocurriendo. Pero ¿de quíé otra forma podí­a describirse un desplome que dejó en el paro al 40 por ciento de los trabajadores de Java, la isla central de Indonesia?
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hercul

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Re: Pandemonium
« Respuesta #184 en: Julio 07, 2011, 03:30:11 pm »
Son las páginas de un libro que parece interesante... "Caí­da libre" de Stiglitz, sobre el libre mercado y el hundimiento de la economí­a mundial...

PARTE I


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Re: Pandemonium
« Respuesta #185 en: Julio 09, 2011, 10:57:46 am »
PARTE II

De modo que tambiíén en 2008 la administración Bush negó al principio que hubiera un problema serio. Simplemente habí­amos construido unas cuantas casas de más, sugirió el presidente4. En los primeros meses de la crisis, el Tesoro y la Reserva Federal viraban de un rumbo a otro como conductores ebrios, salvando a algunos bancos mientras dejaban que otros se hundieran. Era imposible discernir los principios que habí­a detrás de su toma de decisiones. Los funcionarios de la administración Bush argumentaban que estaban siendo pragmáticos, y a decir verdad, estaban pisando territorio desconocido.
A medida que los nubarrones de la recesión empezaron a cernerse sobre la economí­a estadounidense en 2007 y principios de 2008, a menudo se preguntaba a los economistas si era posible otra depresión, o incluso una recesión profunda. La mayorí­a respondí­a instintivamente: ¡NO! Los avances en las ciencias económicas —como los
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conocimientos sobre cómo gestionar la economí­a global— suponí­an que una catástrofe así­ parecí­a inconcebible a juicio de muchos expertos. Sin embargo, hace diez años, cuando se produjo la crisis de Asia oriental, habí­amos fallado, y habí­amos fallado estrepitosamente.
No es de extrañar que las teorí­as económicas incorrectas conduzcan a polí­ticas incorrectas, pero, obviamente, quienes las defendí­an pensaban que iban a funcionar. Estaban equivocados. Las polí­ticas erróneas no sólo habí­an fomentado la crisis de Asia oriental de hace una díécada, sino que tambiíén exacerbaron su profundidad y su duración, y dejaron un legado de economí­as debilitadas y montañas de deuda.
El fracaso de hace diez años fue en parte tambiíén un fracaso de la polí­tica mundial. La crisis golpeó a los paí­ses en ví­as de desarrollo, a veces denominados la «periferia» del sistema económico global. Quienes gobiernan el sistema económico global no estaban preocupados tanto por proteger las vidas y los ingresos de la población de las naciones afectadas como por preservar a los bancos occidentales que habí­an prestado dinero a esos paí­ses. Actualmente, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se afanan por devolver a sus economí­as a un crecimiento sólido, vuelve a haber un fracaso de las polí­ticas y de la polí­tica.


Caí­da libre


Cuando la economí­a mundial entró en caí­da libre en 2008, tambiíén lo hicieron nuestras creencias. Las inveteradas ideas sobre teorí­a económica, sobre Estados Unidos
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y sobre nuestros híéroes tambiíén han entrado en caí­da libre. Tras las repercusiones de la última gran crisis financiera, la revista Time publicó, el 15 de febrero de 1999, una cubierta con la imagen del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, y del secretario del Tesoro, Robert Rubin, a los que durante mucho tiempo se les atribuyó el míérito del auge de los años noventa, junto con su protegido, Larry Summers. Se les etiquetaba como el «Comitíé para salvar el mundo», y en la mentalidad popular se les veí­a como superdioses. En 2000, el periodista de investigación y autor de best sellers Bob Woodward escribió una hagiografí­a de Greenspan titulada Maestro5.
Tras presenciar directamente la gestión de la crisis de Asia oriental, yo estaba menos impresionado que la revista Time o que Bob Woodward. Para mí­, y para la mayorí­a de la gente de Asia oriental, las polí­ticas que les habí­an endosado el FMI y el Tesoro estadounidense a instancias del «Comitíé para salvar el mundo» habí­an provocado que las crisis fueran mucho peores de lo que habrí­an sido en otras circunstancias. Las polí­ticas mostraban una falta de comprensión de los fundamentos de la macroeconomí­a moderna, que recomiendan unas polí­ticas monetarias y fiscales expansionistas ante un desplome de la economí­a6.
Como sociedad, ya hemos perdido el respeto por nuestros tradicionales gurús de la economí­a. En los últimos años habí­amos recurrido a Wall Street en su conjunto —no sólo a los semidioses como Rubin y Greenspan— para que nos aconsejara sobre cómo gestionar el complejo sistema que es nuestra economí­a. Ahora, ¿a quiíén podemos recurrir? En su mayorí­a, los economistas no han sido de más ayuda. Muchos de ellos han proporcionado el blindaje
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intelectual que invocaban los responsables de la polí­tica en el movimiento hacia la desregulación.
Desgraciadamente, a menudo la atención se desví­a de la batalla de las ideas hacia el papel de los individuos: los villanos que crearon la crisis, y los híéroes que nos salvaron. Otros escribirán libros (y de hecho ya los han escrito) que señalan con el dedo a este o a aquel responsable polí­tico, a este o a aquel directivo financiero, que contribuyeron a encauzarnos hacia la crisis actual. Este libro tiene una intención distinta. Su punto de vista es que esencialmente todas las polí­ticas cruciales, como las relacionadas con la desregulación, fueron una consecuencia de «fuerzas» polí­ticas y económicas —intereses, ideas e ideologí­as— que van más allá de cualquier individuo en particular.
Cuando el presidente Ronald Reagan nombró a Greenspan presidente de la Reserva Federal en 1987, buscaba a una persona comprometida con la desregulación. Paul Volcker, que habí­a sido el anterior presidente de la Reserva Federal, se habí­a ganado una buena reputación como responsable del banco central por haber reducido la tasa de inflación de Estados Unidos desde el 11,3 por ciento en 1979 hasta el 3,6 por ciento en 19877. Normalmente, una hazaña semejante le habrí­a supuesto automáticamente la renovación de su mandato. Pero Volcker comprendí­a la importancia de la normativa, y Reagan querí­a a alguien que trabajara para desmontarla. Si Greenspan no hubiera estado disponible para el cargo, habrí­a habido muchos otros capaces y dispuestos a asumir la tarea de la desregulación. El problema no fue tanto Greenspan como la ideologí­a desreguladora que habí­a acabado imponiíéndose.
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Aunque este libro trata sobre todo de las creencias económicas y de cómo afectan a las polí­ticas, para apreciar la relación entre la crisis y dichas creencias es preciso desentrañar lo que ha ocurrido. Este libro no es una novela policiaca, pero hay importantes elementos de la historia que son parecidos a un buen misterio: ¿cómo entró en caí­da libre la mayor economí­a del mundo? ¿Quíé polí­ticas y quíé acontecimientos desencadenaron el gran desplome de 2008? Si no podemos ponernos de acuerdo sobre las respuestas a estas preguntas, no podemos ponernos de acuerdo sobre quíé hacer, bien para salir de esta crisis, bien para evitar la próxima. Describir el papel relativo de la mala conducta de los bancos, de los fallos de los reguladores, o de la errática polí­tica monetaria de la Reserva Federal no resulta fácil, pero yo explicaríé por quíé atribuyo la carga de la responsabilidad a los mercados y a las instituciones financieras.
Encontrar las causas profundas es como pelar una cebolla. Cada explicación suscita ulteriores preguntas a un nivel más profundo: puede que los incentivos perversos hayan fomentado las conductas miopes y arriesgadas entre los banqueros, pero ¿por quíé tení­an esos incentivos perversos? Hay una respuesta inmediata: los problemas en el gobierno de las empresas, la forma en que se establecen los incentivos y las remuneraciones. ¿Pero por quíé no ejerció el mercado una mayor disciplina en el mal gobierno de las empresas y en las malas estructuras de incentivos? Se supone que la selección natural implica la supervivencia del más fuerte; las empresas que tení­an las estructuras de gobierno y de incentivos mejor diseñadas para los buenos resultados a largo plazo deberí­an haber prosperado.
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Re: Pandemonium
« Respuesta #186 en: Julio 10, 2011, 11:26:44 am »

PARTE III

Esa teorí­a es otra ví­ctima de esta crisis. Cuando uno piensa en los problemas que esta crisis ha puesto en evidencia en el sector financiero, resulta obvio que son más generales, y que hay problemas similares en otros ámbitos.
Lo que tambiíén resulta sorprendente es que cuando uno mira por debajo de la superficie, más allá de los nuevos productos financieros, de las hipotecas de alto riesgo, y de los instrumentos de deuda con garantí­a, esta crisis resulta muy similar a muchas otras que la han precedido, tanto en Estados Unidos como en el extranjero. Habí­a una burbuja, y se rompió, trayendo la devastación tras de sí­. La burbuja estaba apoyada en una mala práctica crediticia de los bancos, que utilizaba como garantí­a unos activos que habí­an sido inflados por la burbuja. Las recientes innovaciones habí­an permitido a los bancos ocultar gran parte de sus malos críéditos, hacerlos desaparecer de sus balances, incrementar su endeudamiento efectivo —provocando que la burbuja fuera mucho mayor, y que los estragos que causó su estallido fueran mucho peores—. Nuevos instrumentos (los credit default swaps, o cobertura por riesgos crediticios), supuestamente creados para gestionar el riesgo, pero en realidad igualmente diseñados para engañar a los reguladores, eran tan complejos que amplificaban el riesgo. La gran pregunta, a la que se dedica buena parte de este libro, es cómo y por quíé permitimos que ocurriera esto otra vez, y a semejante escala.
Aunque resulta difí­cil encontrar las explicaciones más profundas, hay algunas interpretaciones simples que pueden rechazarse fácilmente. Como he mencionado, quienes trabajaban en Wall Street querí­an creer que ellos individualmente no habí­an hecho nada malo, y querí­an creer
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que el sistema en sí­ era fundamentalmente bueno. Creí­an ser las desafortunadas ví­ctimas de una tormenta que se da una vez cada mil años. Pero la crisis no fue algo que simplemente ocurrió en los mercados financieros; fue creada por el hombre; fue algo que Wall Street se hizo a sí­ misma y al resto de nuestra sociedad.
Para quienes no se tragan el argumento del «simplemente ocurrió», los defensores de Wall Street tienen otros: el gobierno nos obligó a hacerlo, a travíés de su fomento de la adquisición de viviendas y de los príéstamos a los pobres. O bien: el gobierno deberí­a habernos impedido hacerlo; fue culpa de los reguladores. Hay algo particularmente indecoroso en estos intentos del sistema financiero estadounidense de trasladar la responsabilidad de esta crisis, y los capí­tulos sucesivos explicarán por quíé esos argumentos no son convincentes.
Quienes creen en el sistema tambiíén plantean una tercera lí­nea defensiva, la misma que emplearon unos años atrás en la íépoca de los escándalos de Enron y World- Com. Todo sistema tiene sus manzanas podridas, y, de alguna forma, nuestro «sistema» —incluidos los reguladores y los inversores— no hizo bien el trabajo de protegerse contra ellas. A los Ken Lay (alto directivo de Enron) y los Bernie Ebbers (alto directivo de WorldCom) de los primeros años de la díécada, ahora tenemos que añadir a Bernie Madoff y a otros muchos (como Allen Stanford y Raj Rajaratnam), que tienen pendientes causas penales. Pero lo que se hizo mal —entonces y ahora— no involucraba sólo a unas cuantas personas. Los defensores del sector financiero no comprendieron que lo que estaba podrido era su cesto8.
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Siempre que se ven problemas tan persistentes y generalizados como los que han aquejado al sistema financiero estadounidense, sólo se puede llegar a una conclusión: los problemas son sistíémicos. Puede que las altas remuneraciones de Wall Street y su dedicación exclusiva a ganar dinero atraigan a más personas de íética dudosa de lo que se puede permitir, pero la universalidad del problema sugiere que hay defectos fundamentales en el sistema.
Dificultades en la interpretación
En el ámbito de las polí­ticas, determinar el íéxito o el fracaso plantea un reto incluso más difí­cil que averiguar a quiíén o a quíé atribuirle el míérito (y a quiíén o a quíé echarle la culpa). ¿Pero quíé es el íéxito o el fracaso? Para los observadores en Estados Unidos y en Europa, los rescates de los bancos en Asia oriental en 1997 fueron un íéxito porque Estados Unidos y Europa no habí­an salido perjudicados. Para los habitantes de la región, que vieron sus economí­as arruinadas, sus sueños destruidos, sus compañí­as en quiebra, y sus paí­ses lastrados con miles de millones de dólares de deuda, planes de rescate fueron un fracaso catastrófico. Para los crí­ticos, las polí­ticas del FMI y del Tesoro estadounidense habí­an empeorado las cosas. Para sus partidarios, habí­an evitado el desastre. í‰se es el quid de la cuestión. Las preguntas son: ¿cómo habrí­an ido las cosas si se hubieran aplicado otras polí­ticas? ¿Las actuaciones del FMI y del Tesoro estadounidense prolongaron y agravaron la crisis, o la acortaron y la aliviaron? Para mí­ hay una respuesta clara: los altos tipos de interíés y los
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recortes en el gasto que impusieron el FMI y el Tesoro —justo lo contrario de las polí­ticas que han seguido Estados Unidos y Europa en la crisis actual— empeoraron las cosas9. Los paí­ses de Asia oriental finalmente se recuperaron, pero fue a pesar de esas polí­ticas, no gracias a ellas.
Análogamente, muchos de quienes observaban la prolongada expansión de la economí­a mundial durante la íépoca de la desregulación llegaron a la conclusión de que los mercados sin trabas funcionaban, que la desregulación habí­a hecho posible este elevado crecimiento, que serí­a sostenido. La realidad era bastante diferente. El crecimiento se basaba en una acumulación de endeudamiento; los cimientos de este crecimiento eran, como mí­nimo, endebles. Los bancos occidentales se salvaron reiteradamente de sus prácticas crediticias imprudentes mediante rescates, no sólo en Tailandia, en Corea y en Indonesia, sino tambiíén en Míéxico, en Brasil, en Argentina, en Rusia... la lista es casi interminable10. Despuíés de cada episodio, el mundo seguí­a adelante, casi igual que antes, y muchos concluí­an que los mercados funcionaban muy bien por sí­ solos. Pero era el gobierno el que reiteradamente salvaba a los mercados de sus propios errores. Quienes habí­an llegado a la conclusión de que la economí­a de mercado iba bien habí­an hecho una inferencia equivocada, pero el error sólo se hizo «obvio» cuando se produjo aquí­ una crisis tan grande que no podí­a ser ignorada.
Estos debates sobre los efectos de determinadas polí­ticas ayudan a explicar cómo pueden persistir las malas ideas durante tanto tiempo. A mí­, la Gran Recesión de 2008 me parecí­a la consecuencia inevitable de unas polí­ticas que habí­an sido aplicadas a lo largo de los años precedentes.
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Resulta obvio que esas polí­ticas habí­an sido conformadas por intereses particulares —de los mercados financieros—. Más complejo es el papel de la teorí­a económica. Entre la larga lista de los responsables de la crisis, yo incluirí­a a la profesión de los economistas, ya que proporcionó a los grupos de interíés argumentos sobre los mercados eficientes y autorreguladores —aunque los avances en la teorí­a económica durante las dos díécadas anteriores habí­an demostrado las limitadas condiciones en las que esa teorí­a era válida—. Como consecuencia de la crisis, la economí­a (tanto la teórica como la polí­tica) cambiará casi tanto como la economí­a real, y en el penúltimo capí­tulo analizo algunos de esos cambios.
A menudo me preguntan cómo es posible que los economistas profesionales se equivocaran tanto. Siempre hay economistas «agoreros», los que ven los problemas con anticipación, esos que han predicho nueve de las últimas cinco recesiones. Pero habí­a un pequeño grupo de economistas que no sólo eran agoreros sino que tambiíén compartí­an un conjunto de ideas sobre por quíé la economí­a se enfrentaba a esos inevitables problemas. Cuando nos reu- ní­amos en distintos encuentros anuales, como el Foro Económico Mundial en Davos todos los inviernos, compartí­amos nuestros diagnósticos e intentábamos explicar por quíé el dí­a del ajuste de cuentas que todos nosotros veí­amos aproximarse todaví­a no habí­a llegado.
Los economistas somos buenos identificando fuerzas subyacentes; no somos buenos prediciendo cronologí­as exactas. En la reunión de Davos de 2007, me encontraba en una posición incómoda. Yo habí­a predicho problemas inminentes, cada vez más eníérgicamente,
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durante las reuniones anuales precedentes. Sin embargo, la expansión económica mundial proseguí­a vertiginosamente. La tasa de crecimiento mundial del 7 por ciento casi no tení­a precedentes, e incluso suponí­a buenas noticias para ífrica y Latinoamíérica. Como expliquíé al público, eso significaba que o bien mis teorí­as subyacentes estaban equivocadas, o bien que la crisis, cuando golpeara, serí­a más dura y más prolongada que en otras circunstancias. Obviamente yo optaba por la segunda interpretación.
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« Respuesta #187 en: Octubre 27, 2011, 02:20:04 pm »



La banca, el fraude fiscal y el New York Times
[/color]



Vicení§ Navarro
vnavarro.org
dom, 23 oct 2011 14:41 CDT




 Este artí­culo critica la falta de cobertura de temas de fraude fiscal por parte de los medios de mayor difusión del paí­s (España), resultado de la enorme influencia que la banca tiene sobre tales medios, siendo la banca y los banqueros algunos de los que contribuyen más a tal fraude.

El New York Times ha ido publicando una serie de artí­culos sobre Emilio Botí­n, presentado por tal rotativo como el banquero más influyente de España, y Presidente del Banco de Santander, que tienen inversiones financieras de gran peso en Brasil, en Gran Bretaña y en Estados Unidos, además de en España. En EEUU el Banco de Santander es propietario de Sovereign Bank.
 
Lo que le interesa al rotativo estadounidense no es, sin embargo, el comportamiento bancario del Santander, sino el de su Presidente y el de su familia, así­ como su enorme influencia polí­tica y mediática en España. Un indicador de esto último es que ninguno de los cinco rotativos más importantes del paí­s ha citado o hecho comentarios sobre esta serie de artí­culos en el diario más influyente de EEUU y uno de los más influyentes del mundo. Es de suponer que si se escribieran artí­culos semejantes, por ejemplo, sobre el Presidente Zapatero, tales reportajes serí­an noticia. No así­ en el caso Emilio Botí­n.
 
Una discusión importante de tales artí­culos es el ocultamiento por parte de Emilio Botí­n y de su familia de unas cuentas secretas establecidas desde la Guerra Civil en la banca suiza HSBC. Por lo visto, en las cuentas de tal banco habí­a 2.000 millones de euros que nunca se habí­an declarado a las autoridades tributarias del Estado español. Pero, un empleado de tal banco suizo, despechado por el maltrato recibido por tal banco, decidió publicar los nombres de las personas que depositaban su dinero en dicha banca suiza, sin nunca declararlo en sus propios paí­ses. Entre ellos habí­a nada menos que 569 españoles, incluyendo a Emilio Botí­n y su familia, con grandes nombres de la vida polí­tica y empresarial (entre ellos, por cierto, el padre del President de la Generalitat, el Sr. Artur Mas).
 
Según el New York Times, esta práctica es muy común entre las grandes familias, las grandes empresas y la gran banca. El fraude fiscal en estos sectores es enorme. Según la propia Agencia Tributaria española, el 74% del fraude fiscal se centra en estos grupos, con un total de 44.000 millones de euros que el Estado español (incluido el central y los autonómicos) no ingresa. Esta cantidad, por cierto, casi alcanza la cifra del díéficit de gasto público social de España respecto la media de la UE-15 (66.000 millones de euros), es decir, el gasto que España deberí­a gastarse en su Estado del Bienestar (sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios a personas con dependencia, y otros) por el nivel de desarrollo económico que tiene y que no se gasta porque el Estado no recoge tales fondos. Y una de las causas de que no se recojan es precisamente el fraude fiscal realizado por estos colectivos citados en el New York Times. El resultado de su influencia es que el Estado no se atreve a recogerlos. En realidad, la gran mayorí­a de investigaciones de fraude fiscal de la Agencia Tributaria se centra en los autónomos y profesionales liberales, cuyo fraude fiscal representa - según los tíécnicos de la Agencia Tributaria del Estado español- sólo el 8% del fraude fiscal total.
 
Es tambiíén conocida la intervención de autoridades públicas para proteger al Sr. Emilio Botí­n de las pesquisas de la propia Agencia Tributaria. El caso más conocido es la gestión realizada por la ex Vicepresidenta del Gobierno español, la Sra. De la Vega, para interrumpir una de tales investigaciones. Pero el Sr. Botí­n no es el único. Como señala el New York Times, hace dos años, Cíésar Alierta, presidente de Telefónica, que estaba siendo investigado, dejó de estarlo. Como escribe el New York Times con cierta ironí­a, "el Tribunal desistió de continuar estudiando el caso porque, según el juez, ya habí­a pasado demasiado tiempo entre el momento de los hechos y su presentación al tribunal". Una medida que juega a favor de los fraudulentos es la ineficacia del Estado así­ como su temor a realizar la investigación. Fue nada menos que el Presidente del Gobierno español, el Sr. Josíé Mª Aznar, que en un momento de franqueza admitió que "los ricos no pagan impuestos en España".
 
Tal tolerancia por parte del Estado con el fraude fiscal de los súper ricos se justifica con el argumento de que, aún cuando no pagan impuestos, las consecuencias de ello son limitadas porque son pocos. El Presidente de la Generalitat de Catalunya, el Sr. Artur Mas, ha indicado que la subida de impuestos de los ricos y súper ricos tiene más un valor testimonial que práctico, pues su número es escaso. La solidez de tal argumento, sin embargo, es nula. En realidad, alcanza niveles de frivolidad. Ignora la enorme concentración de las rentas y de la propiedad existente en España (y en Catalunya), uno de los paí­ses donde las desigualdades sociales son mayores y el impacto redistributivo del Estado es menor. Los 44.000 millones de euros al año que no se recaudan de los súper ricos por parte del Estado hubieran evitado los enormes recortes de gasto público social que el Estado español está hoy realizando.
 
Pero otra observación que hace el New York Times sobre el fraude fiscal y la banca es el silencio que existe en los medios de información sobre tal fraude fiscal. Tal rotativo cita a Salvador Arancibia, un periodista de temas financieros en Madrid, que trabajó para el Banco Santander, que señala como causas de este silencio el hecho de que el Banco Santander gasta mucho dinero en anuncios comerciales, siendo la banca uno de los sectores más importantes en la financiación de los medios, no sólo comprando espacio de anuncios comerciales, sino tambiíén proveyendo críéditos - aclara el Sr. Salvador Arancibia- "....medidas de enorme importancia en un momento como el actual, donde los medios están en una situación financiera muy delicada". De ahí­ que tenga que agradecer al diario que se atreva a publicarlo, porque hoy, artí­culos como los que publica el New York Times y el mí­o propio, no tienen fácil publicación en nuestro paí­s. Es lo que llaman "libertad de prensa".

http://es.sott.net/articles/show/10038-La-banca-el-fraude-fiscal-y-el-New-York-Times
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« Respuesta #188 en: Marzo 05, 2012, 08:34:00 pm »
Grecia

Bancos salvados, ciudadanos hundidos

Andríés Herrero


 

Grecia ha dejado de ser un problema para convertirse en una ruina. Poco importa q ue no pueda devolver el dinero recibido o que el paí­s ruede derecho al abismo; no hay mal que por bien no venga: lo que es malo para la gente, es bueno para los bancos, y a la hora de decidir quiíén tiene que quebrar , si los bancos o la gente, la duda ofende. [1]

Habí­a que evitar como fuera que Grecia cesara de pagar su deuda soberana el año 2009, porque eso habrí­a ocasionado la bancarrota inmediata de los bancos alemanes y franceses que habí­an adquirido sus bonos, y de rebote el de las entidades americanas aseguradoras de los mismos, provocando un terremoto financiero mucho más grave que el de Lehman Brothers, un desastre mundial capaz de acabar con el sistema.

Por ello, rápidamente los poderes fácticos se pusieron a trabajar, y contando con la complicidad de sus propios gobernantes para vencer la resistencia de sus ciudadanos (más de diez huelgas generales), elaboraron un plan de rescate cuyas condiciones, imposibles de cumplir, hundí­an al paí­s cada vez más en la miseria, porque su objetivo real no era salvar a Grecia, sino a sus acreedores. [2]

Acordaron que el importe de las ayudas recibidas se deposita se en una cuenta bloqueada destinada a reembolsar a los acreedores, y que solo el dinero sobrante, es decir nada, se dedicar a a atender las necesidades de la población. Lo único que obtuvieron sus habitantes no fue ron euros, sino recortes. [3]

El resultado tras tres años de ininterrumpidos rescates, se resume en una recesión imparable de la economí­a, seguida de una rebaja generalizada de salarios, de pensiones, educación y sanidad, adobada con embargos y despido s a mansalva, una escalada imparable de los impuestos y un crecimiento astronómico de la deuda del paí­s. Nada nuevo por cierto. Tambiíén en el Mercader de Venecia, el prestamista judí­o Shylock reclamaba cobrar su deuda en carne. El mismo derecho que asiste a los “mercados” .

Los recursos económicos aportados por los estados al Fondo de Rescate Europeo, han ido a parar a las arcas de los bancos privados alemanes y franceses permitiíéndoles recuperar lo que se les debí­a, y transferir sus deudas a los estados, y en definitiva, al conjunto de los ciudadanos. Una jugada maestra.

Pero para disimular el expolio, se ha venido demonizando sin descanso a la población griega, acusándola de despilfarro, corrupción, mala administración, pereza, etc., ocultando que buena parte de su deuda provení­a de adquirir armamento a Alemania y Francia, financiada por los bancos de dichos paí­ses. De hecho, “Grecia fue uno de los cinco importadores de armas más importantes de Europa en el perí­odo 2005-2009 llegando a representar la compra de aviones de combate el 28 % de sus importaciones ”. [4] Lamentablemente, ni aún con todo ese arsenal bíélico ha n conseguido ganar la batalla a sus prestamistas.

A nadie puede extrañar ahora que a Grecia le ha n exprimido hasta el último cíéntimo, que se le invite cortíésmente a que abandone el euro. Porque el euro es un club de señores, no de pobretones.

Entretanto, aquí­, en España, como buenos latinos, hemos seguido un camino similar al suyo. Los bancos españoles se endeudaron masivamente con la banca europea para financiar la orgí­a del ladrillo, la construcción de millones de viviendas innecesarias que, a dí­a de hoy, permanecen vací­as sin encontrar comprador. Un lastre del que no logran desprenderse y que ha echado por tierra su solvencia .

Enseguida n uestros dirigentes se sacaron de la manga una baterí­a de inventos, FROB, esquemas de protección de activos, barra libre de liquidez o avales para salvar a nuestra banca con el dinero de todos sin que se notase demasiado, manteniendo de paso la opacidad y el misterio sobre la cuantí­a de las ayudas públicas recibidas para que nadie se escandalizase.

Factura que no se ve, factura que no se siente. Pero aunque se intente negar lo evidente sosteniendo que la recapitalización de los agujeros patrimoniales de las entidades se ha realizado a coste cero y que la crisis bancaria no le ha costado un solo euro al contribuyente, coincidiendo con su estallido, se han rebajado las pensiones y los salarios de los funcionarios, al tiempo que el díéficit público se disparaba y la prima de riesgo alcanzaba cotas desconocidas, seguramente por casualidad más que por otra cosa. [5]

Quizá por eso, para tranquilizar a los extranjeros, que menos críédulos que nosotros, no se fiaban de nuestros artificios contables, nuestro gran partido único, PPSOE, se apresuró a modificar la constitución, fijando un lí­mite máximo de díéficit público que garantice que aquí­ tambiíén cobrarán en primer lugar los acreedores, relegando las necesidades sociales a un segundo plano. El dinero es sagrado, la salud de los ciudadanos no tanto.

Y como la brutal caí­da de la actividad económica exige una reconversión urgente d e l sector bancario que íéste no puede acometer por falta de recursos, el gobierno ha vuelto a acudir raudo en su auxilio, promulgando una norma a su medida, la reforma laboral, que le permitirá desprenderse de la plantilla excedente a precio de saldo.

El despido libre ha venido para quedarse.

Nuestros bancos nos han dejado sin casa ni empleo, y a falta de salario nos tendremos que conformar con lo que repartan los antidisturbios, pero nadie podrá decir que no les agradecemos todo lo que hacen por nosotros.






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[1] O nos vamos del euro o ya podemos despedirnos del estado de bienestar , Andríés Herrero, rebelión.org, 16.12.2011, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=141343

[2] Esta UE es un cachondeo, J.Jacks, cotizalia.com, 28.02.2012, http://www.cotizalia.com/opinion/desde-londres/2012/02/28/esta-ue-es-un-cachondeo-6703/

[3] Alemania aprueba el segundo rescate a Grecia, Rafael Poch, 27.02.2012, lavanguardia.es, http://www.lavanguardia.com/economia/20120227/54261282596/alemania-aprueba-el-segundo-rescate-a-grecia.html

[4] La deuda odiosa de Grecia, Francois Chesnais , http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-44/la-deuda-odiosa-de-grecia

[5] Las pensiones pagarán la deuda de la banca, Andríés Herrero, kaosenlared.net, 2.12.2010 . http://old.kaosenlared.net/noticia/pensiones-pagaran-deuda-banca

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Re: Pandemonium
« Respuesta #189 en: Septiembre 25, 2012, 09:09:29 pm »
El dólar ya no es la moneda principal para el comercio de petróleo


11 de septiembre, Lindsey Williams, ex ministro de las compañí­as petroleras durante la construcción del oleoducto de Alaska, anunció el acontecimiento más significativo para el dólar de EE.UU. desde su creación como moneda...


Por primera vez desde la díécada de 1970, cuando Henry Kissinger forjó un acuerdo comercial con la casa real de Saud para vender petróleo sólo con dólares estadounidenses, China anunció su intención de dejar de lado el dólar en sus negocios de petróleo y comenzó a vender el producto utilizando su propia moneda.
 
Lindsey Williams: "El dí­a más importante en la historia del dólar estadounidense, desde su fundación, ocurrió el jueves 6 de septiembre pasado; ese dí­a, ocurrió algo que va a afectar nuestras más de lo que imaginamos".
 
"El Jueves, 06 de septiembre... sólo hace unos dí­as, China hizo el anuncio oficial. China dijo: “nuestro sistema bancario está listo, todos nuestros sistemas de comunicación están listos, todos los sistemas de transferencia están listos y, a partir de ese dí­a, jueves 6 de septiembre cualquier paí­s del mundo que quiera comprar, vender o negociar con petróleo crudo puede hacerlo usando de la moneda china y no el dólar estadounidense”. Entrevista con Natty Bumpo de Just Measures Radio, 11 de septiembre.
 
Este anuncio hecho por China es uno de los cambios más significativos en los sistemas económicos y monetarios mundiales, pero apenas se informó sobre el anuncio debido a que ocurrió durante la convención demócrata. Las ramificaciones de esta nueva acción son muy amplias, y muy bien podrí­a ser el catalizador que haga caer al dólar como moneda de reserva mundial, y cambiar todo el panorama de cómo funciona el mundo de la compra de energí­a.
 
Irónicamente, desde el 6 de septiembre, el dólar de EE.UU. cayó de 81.467 a 79,73 en el í­ndice de precios. Y mientras los analistas se centran en lo que viene ocurriendo en la Eurozona, y mientras se esperan medidas por parte del Banco Reserva Federal respecto a la caí­da del dólar, no es casualidad que el dólar empezara a perder fuerza el dí­a mismo del anuncio de China.
 
Dado que China no es un paí­s productor de petróleo, la pregunta que mucha gente se hace es: ¿cómo es que la potencia asiática tiene tanto petróleo como para afectar a la hegemoní­a del dólar? La respuesta tambiíén la dio Lindsey Williams cuando señaló que China y Rusia firmaron un nuevo acuerdo comercial el 7 de septiembre por el que la Federación Rusa acordó vender petróleo a China en las cantidades que esta última deseara.
 
Lindsey Williams: "Esto nunca ha ocurrido en la historia del petróleo desde que el crudo se convirtió en la fuerza motivadora detrás de  toda nuestra (EE.UU.) economí­a, y que todo en nuestras vidas gira en torno al petróleo. Y nunca, desde que el petróleo se convirtió en el factor de motivación detrás nuestra economí­a... nunca se habí­a vendido, comprado o intercambiado petróleo en ningún paí­s del mundo, sin utilizar el dólar estadounidense".
 
"El petróleo crudo es la moneda estándar del mundo. No es el yen ni la libra ni el dólar. No hay, en todo el mundo, otro producto más comerciado que el petróleo".
 
"El viernes 7 de septiembre, Rusia anunció que desde ese dí­a  iba a abastecer a China con todo el petróleo que necesitara, sin importar cuanto... no hay lí­mite. Y Rusia no usará el dólar estadounidense". Entrevista con Natty Bumpo en la red, 11 de septiembre.
 
Estos dos actos de los dos adversarios más poderosos de la economí­a y el imperio estadounidenses representan un movimiento para atacar la fortaleza económica principal que mantiene a Estados Unidos como superpotencia económica. Cuando el resto del mundo empiece a pasar por alto el dólar y compre petróleo en otras divisas, el pueblo estadounidense sentirá todo el peso de nuestra deuda y disminución de la estructura manufacturera.
 
Este nuevo acuerdo entre Rusia y China tambiíén tiene graves consecuencias en lo que respecta a Irán, y el resto de Oriente Medio. Las sanciones estadounidenses contra Irán dejarán de tener un efecto mensurable, ya que Irán podrá simplemente optar por vender su petróleo a China, para recibir yuanes a cambio,  y usar esa moneda para comprar los recursos que necesita para sostener su economí­a y su programa nuclear.
 
El mundo cambió la semana pasada; y ni Wall Street ni los medios de comunicación dijeron ni una sola palabra mientras los polí­ticos [estadounidenses] se regodeaban en su propia magnificencia en sus convenciones partidarias. El 6 de septiembre fue testigo de un gran golpe al imperio estadounidense y al dólar como moneda de reserva mundial. Y China, junto con Rusia, tienen ahora el objetivo de convertirse en los controladores de la energí­a, y por lo tanto, los controladores de una nueva petro-moneda.
 
Ken Schortgen Jr. escribe habitualmente en Examiner sobre finanzas.
 
Traducción para www.sinpermiso.info: Antonio Zighelboim
 
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5261
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Re: Pandemonium
« Respuesta #190 en: Octubre 08, 2012, 09:54:47 pm »

Este discurso no será olvidado ( Pepe Mujica - Rí­o+20 )


http://www.youtube.com/watch?v=Pa9lz7SV_7Q&feature=player_embedded
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