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Autor Tema: SOMOS LO QUE COMEMOS, RESPIRAMOS Y PENSAMOS  (Leído 663 veces)

Scientia

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SOMOS LO QUE COMEMOS, RESPIRAMOS Y PENSAMOS
« en: Octubre 10, 2012, 06:01:16 pm »
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SOMOS LO QUE COMEMOS, RESPIRAMOS Y PENSAMOS

Vivimos en sociedades que se han alejado y enfrentado cada vez más a la naturaleza. Algunas manifestaciones de esta actitud son, por un lado, una modificación de los hábitos alimenticios y, por otro, una aceleración en los ritmos de la vida, que crean tensiones y desajustes emocionales.

El desarrollo de la bioquí­mica a partir de los años 50’s acelero la industrialización de los alimentos aislando sustancias de su medio natural a travíés de otras sustancias no biodegradables (enemigas de la vida y de la ecologí­a) como los nitratos y nitritos, y produciendo sustancias sintíéticas como los preservantes (microbicidas, cancerí­genos y otros tóxicos) , los edulcorantes, los saborizantes, los colorantes, etc. Que les dan unas caracterí­sticas que cautivan los sentidos y ahorran el trabajo de preparar alimentos, pero que contaminan el organismo humano y son sabrosí­simas bombas de tiempo.

Desde entonces han proliferado las enfermedades degenerativas o enfermedades de la civilización, como el estreñimiento, la obesidad, las cardiovasculares, de las articulaciones, los canceres, etc. Y se han expandido las industrias alimenticias, quí­micas y farmacológicas, pues, despuíés de que envenenan deliciosamente suministran fármacos (con efectos colaterales dañinos) para “curar”.

En el siglo V a. de c. Hipócrates, padre de la medicina en occidente dijo : que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento”. La clave de una buena salud esta en tener una sangre limpia, ligeramente alcalina, es decir, no acida, y esto se logra consumiendo alimentos vivos y frescos, como las frutas, las verduras, las legumbres, los cereales, las oleaginosas. Las tuberosas, la miel de abejas, el polen, la jalea real, productos lácteos no procesados , y ejercitando el cuerpo, y no convirtiíéndolo en “sepulcro blanqueado”.

La sangre es el tejido que transporta a cada una de las cíélulas de nuestro organismo los nutrientes y el oxigeno y distribuye las secreciones de las glándulas endocrinas y del sistema inmunitario, y recibe en dichas cíélulas la sustancias de desecho que van a los riñones, al hí­gado y a la piel, nuestro segundo riñón cuando nos ejercitamos, y a los pulmones para ser expulsados. Por ello no debe contaminarse con alimentos muertos o sintíéticos.

La vida es un paquete de información. Los frutos primarios de la naturaleza, o para decirlo en los tíérminos de las cosmogoní­as aborí­genes de Amíérica y de oriente, del matrimonio de los cinco elementos, de la conjunción del padre sol y la madre tierra en la fotosí­ntesis (ver hipótesis gaia del cientí­fico británico jame lovelock) contiene una información afí­n a la información de nuestras cíélulas, de manera que sus componentes están codificados en un lenguaje que entiende esa inteligencia universal que centellan en cada uno de los neuroreceptores de las paredes celulares en nuestros ADN’s en la energí­a geníética y a nivel cuántico.

Los frutos de las plantas están desprovistos de la información emocional de los animales. Cuando se sacrifica un animal, la angustia, el pánico y la rabia o el resentimiento que sienten producen descargas de adrenalina y otras hormonas y neurotransmisores. Esa información bioquí­mica con los desechos de la sangre venosa, con las hormonas feminizantes que le suministran para acelerar su crecimiento y residuos de vacunas, pasan a quienes consumen su cadáver, cuya digestión demora, en promedio 72 horas contra 4 de los vegetales.

El comer se ha vuelto otra adicción mas como el vicio de refugiarse en el trabajo, ver compulsivamente tv, comprar incontroladamente, vivir obsesionado con el sexo, consumir drogas estimulantes y evasoras, etc. Mecanismos de compensación de otras carencias que prohí­ba esta sociedad individualista y competitiva cada vez más antinatural, artificial, antihumana, proclive a los placeres efí­meros y letales, al consumismo de de cosas “sabrosas” pero degenerativas, maneras aberrantes y desequilibradas de satisfacer las necesidades de plenitud, es decir, de tratar de lograr la seguridad, el íéxtasis y la comunión con la totalidad, ni más ni menos que como en las íépocas de decadencia de los grandes imperios, solo que ahora se da tambiíén en las naciones pobres.

LA FALTA DE ESCRUPULOS Y EL MíS DESALMADO EGOISMO

La alabada y desenfrenada competencia tras la mayor rentabilidad, como máximo criterio o valor moral rector en nuestra sociedad, ha llevado a la producción de alimentos patológicos, como la crí­a de cerdos y pollos hacinados en jaulas, donde no disponen de espacio suficiente para moverse, les reciclan su propio excremento “enriquecido” con vitaminas y hormonas feminizantes que son esteroides anabólicos para acelerar su crecimiento, y le alteran su sexualidad y sus ciclos biológicos hasta el estríés y la deformación de su psique, pues le ponen luz las 24 horas del dí­a y los privan de sus relaciones con otros de su misma especie y con la naturaleza. En un tiempo record salen estas bombas bioquí­micas a producir ganancias privadas y perdidas sociales.

Nada mas recordemos el caso de hace más de una díécada de las “vacas locas” en Inglaterra, alimentadas con concentrados de animales, y esto ocurrió en un paí­s industrializado, con un mayor desarrollo democrático que los latinoamericanos, donde las autoridades sanitarias, se supone, ejercen un mayor control y donde las asociaciones de consumidores son más fuertes, para no hablar del mercado negro de hormonas feminizadas en la comunidad europea, que mueven miles de millones de dólares al año.

Hoy dí­a, observamos cómo ha aumentado la homosexualidad provocada por el consumo de los cadáveres de estos animales por las hormonas feminizantes, y como empiezan a verse niñas de 10 y hasta 8 años que presentan un desarrollo anatómico y fisiológico parecido al de jóvenes de 16 o 18 años.

De la misma manera que la salud se conserva sintonizándose con las vibraciones (sublimes) de la naturaleza, observando un estilo de vida natural, pues, somos un microcosmos, antenas receptoras de energí­a, en conexión con el macrocosmos, como sostiene la llamada medicina cuántica o Einstiniana (basada en la interpretación de la realidad en 11 dimensiones a partir de la teorí­a de la relatividad y la mecánica cuántica), se altera tambiíén introduciendo en nuestro organismo un paquete de información de enfermedad y psicosomática, como la de estos infelices seres, llenos de angustia y depresión.

En este orden de ideas, un equipo de míédicos franceses que clasifico los alimentos por su ciclaje electromagníético, por sus vibraciones por segundo, arrojo que las carnes (las que no tienen quí­micos y por su puesto las que los tienen), los embutidos, los enlatados, los azucares licores y cervezas, entre otros, presentaban los niveles más bajos , como quien dice las drogas mas “sabrosas” y apetecidas por la mayorí­a de personas hoy dí­a.
Al hecho de que estos animales y demás alimentos sean “sabrosos”, por los quí­micos que le adicionan se suman los mensajes subliminales y manipuladores de la sexualidad y los afectos de las agencias de publicidad. No mas recordemos el famoso caso de “la guerra de las colas” hace algunos años entre coca cola y pepsi cola para quedarse con su mercado de la muerte, pues estas bebidas son corrosivas hasta el extremo de disolver el oxido de tornillos y remover el sarro de sanitarios, al igual que los jugos artificiales, como frutiño y naranya.
Con esta alimentación chatarra, el cambio de clima por el calentamiento global y la destrucción de la naturaleza y esta manera inescrupulosa e irresponsable de pensar no puede surgir un hombre y una sociedad nueva, no se puede nacer de nuevo, como le dijera Jesús el Kristo a Nicodemo. Es hora de revolucionarse.